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La
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Práctica
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San
Alfonso María de Ligorio
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La
escuela del Espiritu Santo
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Jacques
Philippe
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La
Virgen Nuestra Señora (26ª ed.)
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Después
de esta vida (5ª ed.)
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Queridos hermanos
y hermanas,
Hoy quisiera presentar
a una mística que no es de la época medieval; se trata
de santa Verónica Giuliani, monja clarisa capuchina. El motivo
es que el 27 de diciembre próximo se celebra el 350° aniversario
de su nacimiento. Città di Castello, lugar donde vivió
durante más tiempo y murió, como también Mercatello
su pueblo natal y la diócesis de Urbino, viven
con gozo este acontecimiento.
Verónica
nació precisamente el 27 de diciembre de 1660 en Mercatello,
en el valle del Metauro, de Francesco Giuliani y Benedetta Mancini;
era la última de siete hermanas, de las cuales otras tres abrazaron
la vida monástica. Recibió el nombre de Orsola. A la edad
de siete años, perdió a su madre, y el padre se mudó
a Piacenza como superintendente en las aduanas del ducado de Parma.
En esta ciudad, Orsola sintió crecer dentro de si el deseo de
dedicar la vida a Cristo. La llamada se hacía cada vez más
apremiante, tanto que, a los 17 años, entró en la estricta
clausura del monasterio de las Clarisas Capuchinas de Città di
Castello, donde permanecerá durante toda su vida. Allí
recibió el nombre de Verónica, que significa verdadera
imagen, y, en efecto, ella se convertirá en una verdadera
imagen de Cristo Crucificado. Un año después emitió
la profesión religiosa solemne: inicia para ella el camino de
configuración a Cristo a través de muchas penitencias,
grandes sufrimientos y algunas experiencias místicas ligadas
a la Pasión de Jesús: la coronación de espinas,
el desposorio místico, la herida en el corazón y los estigmas.
En 1976, a los 56 años, se convirtió en abadesa del monasterio
y fue reconfirmada en este cargo hasta su muerte, sucedida en 1727,
tras una dolorosísima agonía de 33 días que culminó
en una alegría profunda, tanto que sus últimas palabras
fueron: He encontrado el Amor, ¡el Amor se ha dejado ver!
Esta es la causa de mi padecimiento. ¡Decidlo a todas, decidlo
a todas! (Summarium Beatificationis, 115-120). El 9 de julio deja
la morada terrena para el encuentro con Dios. Tiene 67 años,
cincuenta de los cuales transcurridos en el monasterio de Città
di Castello. Fue proclamada Santa el 26 de mayo de 1839 por el Papa
Gregorio XVI.
Verónica
Giuliani escribió mucho: cartas, relatos autobiográficos,
poesías. La fuente principal para reconstruir su pensamiento
es, con todo, su Diario, iniciado en 1693: son veintidós mil
páginas manuscritas, que cubren un arco de treinta y cuatro años
de vida claustral. La escritura fluye espontánea y continua,
no hay borraduras o correcciones, ni guiones o distribución de
la materia en capítulos o partes según un diseño
preestablecido. Verónica no quería componer una obra literaria;
al contrario, fue obligada a poner por escrito sus experiencias por
el padre Girolamo Bastianelli, religioso de los Filipinos, de acuerdo
con el obispo diocesano Antonio Eustachi.
Santa Verónica
tiene una espiritualidad marcadamente cristológico-esponsal:
es la experiencia de ser amada por Cristo, Esposo fiel y sincero, y
de querer corresponder con un amor cada vez más implicado y apasionado.
En ella todo es interpretado en clave de amor, y esto le infunde una
profunda serenidad. Todo es vivido en unión con Cristo, por amor
a él, y con la alegría de poder demostrarle todo el amor
de que es capaz una criatura.
El Cristo al que
Verónica está profundamente unida es el sufriente de la
pasión, muerte y resurrección; es Jesús en el acto
de ofrecerse al Padre para salvarnos. De esta experiencia deriva también
el amor intenso y sufriente por la Iglesia, en la doble forma de la
oración y del ofrecimiento. La Santa vive desde esta óptica:
reza, sufre, busca la santa pobreza , como expropiación,
pérdida de sí (cfr ibid., III, 523), precisamente para
ser como Cristo, que se entregó totalmente.
En cada página
de sus escritos Verónica encomienda a alguien al Señor,
aumentando el valor de sus oraciones de intercesión con el ofrecimiento
de sí misma en cada sufrimiento. Su corazón se abre a
todas las necesidades de la Santa Iglesia, viviendo con
ansia el deseo de la salvación de todo el universo mundo"
(ibid., III-IV, passim). Verónica grita: "¡Oh pecadores,
oh pecadoras!
todos y todas venid al corazón de Jesús,
venid a lavaros en su preciosísima sangre... Él os espera
con los brazos abiertos para abrazaros (ibid., II, 16-17). Animada
por una ardiente caridad, da a las hermanas del monasterio atención,
comprensión, perdón; ofrece sus oraciones y sus sacrificios
por el Papa, su obispo, los sacerdotes y por todas las personas necesitadas,
incluidas las almas del purgatorio. Resume su misión contemplativa
con estas palabras: "No podemos ir predicando por el mundo para
convertir almas, pero estamos obligadas a rezar continuamente por todas
esas almas que están ofendiendo a Dios... particularmente con
nuestros sufrimientos, es decir, con un principio de vida crucificada"
(ibid., IV, 877). Nuestra Santa concibe esta misión como un estar
en medio entre los hombres y Dios, entre los pecadores y Cristo
Crucificado.
Verónica
vive de modo profundo la participación en el amor sufriente de
Jesús, segura de que sufrir con alegría es
la clave del amor (cfr ibid., I, 299.417; III, 330.303.871;
IV, 192). Ella muestra que Jesús sufre por los pecados de los
hombres, pero también por los sufrimientos que sus siervos fieles
habrían tenido que soportar a lo largo de los siglos, en el tiempo
de la Iglesia, precisamente por su fe sólida y coherente. Escribe:
Su eterno Padre le hizo ver y sentir en ese momento todos los
padecimientos que debían padecer sus elegidos, Sus almas más
queridas, es decir, las que se habrían aprovechado de Su sangre
y de todos Sus padecimientos (ibid., II, 170). Como dice de sí
mismo el apóstol Pablo: Ahora me alegro de poder sufrir
por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a los padecimientos
de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia (Col 1,24).
Verónica llega a pedir a Jesús ser crucificada con Él:
En un instante escribe vi salir de Sus santísimas
llagas cinco rayos resplandecientes; y todos vinieron a mi alrededor.
Y yo veía estos rayos convertirse como en pequeñas llamas.
En cuatro estaban los clavos; y en una vi que estaba la lanza, como
de oro, toda de fuego: y me traspasó el corazón, de parte
a parte... y los clavos traspasaron las manos y los pies. Yo sentí
gran dolor; pero en el mismo dolor, me veía, me sentía
toda transformada en Dios" (Diario, I, 897).
La Santa está
convencida de que participa ya en el Reino de Dios, pero al mismo tiempo
invoca a todos los Santos de la Patria bienaventurada para que vengan
en su ayuda en el camino terreno de su donación, en espera de
la bienaventuranza eterna; esta es la aspiración constante de
su vida (cfr ibid., II, 909; V, 246). Respecto a la predicación
de la época, centrada a menudo en salvar la propia alma
en términos individuales, Verónica muestra un fuerte sentido
"solidario", de comunión con todos los hermanos y hermanas
en camino hacia el Cielo, y vive, reza, sufre por todos. Las cosas penúltimas,
terrenas, en cambio, aun apreciadas en sentido franciscano como don
del Creador, resultan siempre relativas, totalmente subordinadas al
"gusto" de Dios y bajo el signo de una pobreza radical. En
la communio sanctorum, ella aclara su donación eclesial, además
de la relación entre la Iglesia peregrina y la Iglesia celeste.
"Todos los santos escribe están allí
arriba a través de los méritos y la pasión de Jesús;
pero a todo lo que hizo Nuestro Señor, ellos han cooperado, de
modo que su vida estuvo toda ordenada, regulada por (sus) mismas obras"
(ibid., III, 203).
En los escritos
de Verónica encontramos muchas citas bíblicas, a veces
de modo indirecto, pero siempre puntual: ella revela familiaridad con
el Texto sagrado, del que se nutre su experiencia espiritual. Debe destacarse,
además, que los momentos fuertes de la experiencia mística
de Verónica nunca están separados de los acontecimientos
salvíficos celebrados en la liturgia, donde tiene un lugar particular
la proclamación y la escucha de la Palabra de Dios. La Sagrada
Escritura, por tanto, ilumina, purifica, confirma la experiencia de
Verónica, haciéndola eclesial. Por otra parte, sin embargo,
precisamente su experiencia, anclada en la Sagrada Escritura con una
intensidad fuera de lo común, lleva a una lectura más
profunda y espiritual del propio Texto, entra en la profundidad
escondida del texto. Ella no sólo se expresa con las palabras
de la Sagrada Escritura, sino que realmente también vive de estas
palabras se convierten vida en ellos.
Por ejemplo, nuestra
Santa cita a menudo la expresión del apóstol Pablo: Si
Dios está con nosotros, ¿quién estará contra
nosotros? (Rm 8,31; cfr Diario, I, 714; II, 116.1021; III, 48).
En ella, la asimilación de este texto paulino, esta gran confianza
y profunda alegría suyas, se convierten en un hecho realizado
en su misma persona. Mi alma escribe ha sido ligada
a la voluntad divina y yo me he establecida verdaderamente y permanezco
para siempre en la voluntad de Dios. Parecíame que nunca más
hubiese de separarme de esta voluntad de Dios y volví en mi con
estas mismas palabras: nada me podrá separar de la voluntad de
Dios, ni angustias, ni penas, ni fatigas, ni desprecios, ni tentaciones,
ni criaturas, ni demonios, ni oscuridades, y ni siquiera la misma muerte,
porque, en la vida y en la muerte, quiero todo, y en todo, la voluntad
de Dios" (Diario, IV, 272). Así estamos también en
la certeza de que la muerte no es la última palabra, estamos
fijados en la voluntad de Dios y así, realmente, en la vida para
siempre.
Verónica
se revela, en particular una testigo valiente de la belleza y del poder
del Amor divino, que la atrae, la impregna, la inflama. Es el Amor crucificado
que se ha impreso en su carne, como en la de san Francisco de Asís,
con los estigmas de Jesús. Esposa mía me
susurra el Cristo crucificado me son queridas las penitencias
que haces por aquellos que son mi desgracia... Después, separando
un brazo de la cruz, me hizo señal de que me acercase a Su costado...
Y me encontré entre los brazos del Crucificado. Lo que sentí
en ese momento no puedo contarlo: habría podido estar siempre
en Su santísimo costado" (ibid., I, 37). Es también
una imagen de su camino espiritual, de su vida interior: estar en el
abrazo del Crucificado y así estar en el amor de Cristo por los
demás. También con la Virgen María Verónica
vive una relación de profunda intimidad, atestiguada por las
palabras que oye decir un día a la Señora y que recoge
en su Diario: "Yo te hice reposar en mi seno, te uniste con mi
alma y fuiste llevada por ella como en vuelo ante Dios" (IV, 901).
Santa Verónica
Giuliani nos invita a hacer crecer, en nuestra vida cristiana, la unión
con el Señor en el ser para los demás, abandonándonos
a su voluntad con confianza completa y total, y la unión con
la Iglesia, Esposa de Cristo; nos invita a participar en el amor sufriente
de Jesús Crucificado para la salvación de todos los pecadores;
nos invita a tener la mirada fija en el Paraíso, meta de nuestro
camino terreno, donde viviremos junto a tantos hermanos y hermanas la
alegría de la comunión plena con Dios; nos invita a nutrirnos
diariamente de la Palabra de Dios para encender nuestro corazón
y orientar nuestra vida. Las últimas palabras de la Santa pueden
considerarse la síntesis de su apasionada experiencia mística:
¡He encontrado al Amor, el Amor se ha dejado ver!".
Gracias.
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