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Obras
Completas
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Santa
Teresa de Jesús
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Creer
y amar con Benedicto XVI
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José
Luis García labrado
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Alexia:
alegría y heroísmo en la enfermedad
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Miguel
Angel Monge
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La
esencia del cristianismo
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Romano
Guardini
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La
vida de Jesucristo en la predicacion de Juan Pablo II
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Pedro
Beteta
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Práctica
del amor a Jesucristo
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San
Alfonso María de Ligorio
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La
escuela del Espiritu Santo
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Jacques
Philippe
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La
Virgen Nuestra Señora (26ª ed.)
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Después
de esta vida (5ª ed.)
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Queridos hermanos
y hermanas,
hoy quisiera hablaros
de santa Matilde de Hackeborn, una de las grandes figuras del monasterio
de Helfta, que vivió en el siglo XIII. Su hermana religiosa santa
Gertrudis la Grande, en el VI libro de la obra Liber specialis gratiae
(El libro de la gracia especial), en el que se narran las gracias especiales
que Dios otorgó a santa Matilde, afirma así: Lo
que hemos escrito es bien poco en comparación con lo que hemos
omitido. Únicamente para gloria de Dios y utilidad del prójimo
publicamos estas cosas, porque nos parecería injusto mantener
el silencio sobre tantas gracias que Matilde recibió de Dios
no tanto para ella misma, en nuestro parecer, sino para nosotros y para
los que vendrán después de nosotros (Mechthild von
Hackeborn, Liber specialis gratiae, VI, 1).
Esta obra fue redactada
por santa Gertrudis y por otra hermana de Helfta y tiene una historia
singular. Matilde, a la edad de cincuenta años, atravesaba una
grave crisis espiritual, unida a sufrimientos físicos. En estas
condiciones confió a dos hermanas amigas las gracias singulares
con las que Dios la había guiado desde la infancia, pero no sabía
que éstas lo anotaban todo. Cuando lo supo, se sintió
profundamente angustiada y turbada. Pero el Señor la consoló,
haciéndole comprender que cuanto se había escrito era
para gloria de Dios y para bien del prójimo (cfr ibid., II,25;
V,20). Así, esta obra es la fuente principal de la que obtener
informaciones sobre la vida y la espiritualidad de nuestra Santa.
Con ella nos introducimos
en la familia del Barón de Hackeborn, una de las más nobles,
ricas y poderosas de Turingia, emparentada con el emperador Federico
II, y entramos en el monasterio de Helfta en el periodo más glorioso
de su historia. El Barón había ya dado al monasterio una
hija, Gertrudis de Hackeborn (1231/1232 - 1291/1292), dotada de una
destacada personalidad. Abadesa durante cuarenta años, capaz
de dar una impronta peculiar a la espiritualidad del monasterio, llevándolo
a un florecimiento extraordinario como centro de mística y de
cultura, escuela de formación científica y teológica.
Gertrudis ofreció a las monjas una elevada instrucción
intelectual, que les permitía cultivar una espiritualidad fundada
en la Sagrada Escritura, en la Liturgia, en la tradición Patrística,
en la Regla y espiritualidad cisterciense, con particular predilección
por san Bernardo de Claraval y Guillermo de St-Thierry. Fue una verdadera
maestra, ejemplar en todo, en la radicalidad evangélica y en
el celo apostólico. Matilde, desde su juventud, acogió
y gustó el clima espiritual y cultural creado por su hermana,
ofreciendo después su impronta personal.
Matilde nació
en 1241 o 1242 en el castillo de Helfta; es la tercera hija del Barón.
A los siete años con su madre, visitó a su hermana Gertrudis
en el monasterio de Rodersdorf. Quedó tan fascinada por ese ambiente
que deseaba ardientemente formar parte de él. Entró como
educanda y en 1258 se convirtió en monja del convento, que entre
tanto se había transferido a Helfta, en la propiedad de los Hackeborn.
Se distinguió por la humildad, fervor, amabilidad, limpieza e
inocencia de vida, familiaridad e intensidad con que vivió su
relación con Dios, la Virgen y los Santos. Estaba dotada de elevadas
cualidades naturales y espirituales, como la ciencia, la inteligencia,
el conocimiento de las letras humanas, la voz de una suavidad maravillosa:
todo la hacía adecuada para ser un verdadero tesoro para el monasterio
bajo todos los aspectos (Ibid., Proemio). Así, el
ruiseñor de Dios como se la llamaba aún
muy joven, se convirtió en directora de la escuela del monasterio,
directora del coro, y maestra de novicias, servicios que llevó
a cabo con talento e infatigable celo, no sólo en beneficio de
las monjas, sino de todo el que deseara acudir a su sabiduría
y bondad.
Iluminada por el
don divino de la contemplación mística, Matilde compuso
numerosas oraciones, Es maestra de fiel doctrina y de gran humildad,
consejera, consoladora, guía en el discernimiento: Ella
se lee distribuía la doctrina con tanta abundancia
que nunca se había visto en el monasterio, y tenemos, ¡ay!
gran temor de que nunca vuelva a verse algo semejante. Las monjas se
reunían a su alrededor para escuchar la palabra de Dios, como
a un predicador. Era el refugio y la consoladora de todos, y tenía,
como don singular de Dios, la gracia de revelar libremente los secretos
del corazón de cada uno. Muchas personas, no sólo en el
monasterio, sino también extraños, religiosos y seglares,
llegados de lejos, atestiguaban que esta santa virgen les había
liberado de sus penas y que nunca habían probado tanto consuelo
como a su lado. Compuso además y enseñó tantas
oraciones que si se reuniesen, superarían el volumen de un salterio
(Ibid., VI,1).
En 1261 llegó
al convento una niña de cinco años de nombre Gertrudis:
fue confiada a los cuidados de Matilde, con apenas veinte años,
que la educa y la guía en la vida espiritual hasta hacer de ella
no sólo su discípula excelente, sino su confidente. En
1271 o 1272 entra en el monasterio también Matilde de Magdeburgo.
El lugar acogió así a cuatro grandes mujeres dos
Gertrudis y dos Matildes , gloria del monaquismo germánico.
En su larga vida transcurrida en el monasterio, Matilde sufrió
continuos e intensos sufrimientos, a los que añadió las
durísimas penitencias elegidas para la conversión de los
pecadores. De este modo participó en la pasión del Señor
hasta el final de su vida (cfr ibid., VI, 2). La oración y la
contemplación fueron el humus vital de su existencia: las revelaciones,
sus enseñanzas, su servicio al prójimo, su camino en la
fe y en el amor tienen aquí su raíz y su contexto. En
el primer libro de la obra Liber specialis gratiae, las redactoras recogen
las confidencias de Matilde señaladas en las fiestas del Señor,
de los santos y, de modo especial, de la Beata Virgen. Es impresionante
la capacidad que esta santa tenía de vivir la Liturgia en sus
varios componentes, incluso los más sencillos, llevándola
a la vida monástica cotidiana. Algunas imágenes, expresiones,
aplicaciones quizás están alejadas de nuestra sensibilidad,
pero, si se considera la vida monástica y su tarea de maestra
y directora de coro, se nota su singular capacidad de educadora y formadora,
que ayuda a sus hermanas a vivir intensamente, partiendo de la Liturgia,
cada momento de la vida monástica.
En la plegaria
litúrgica Matilde dio particularmente relieve a las horas canónicas,
a la celebración de la santa Misa, sobre todo a la santa Comunión.
En ese momento a menudo se elevaba en éxtasis en una intimidad
profunda con el Señor en su Corazón ardentísimo
y dulcísimo, en un diálogo estupendo, en el que pedía
iluminación interior, mientras intercedía de modo especial
por su comunidad y por sus hermanas. En el centro están los misterios
de Cristo hacia los cuales la Virgen María remite constantemente
para caminar por el camino de la santidad: Si deseas la verdadera
santidad, estate cerca de mi Hijo; él es la santidad misma que
lo santifica todo (Ibid., I,40). En esta intimidad suya con Dios
está presente el mundo entero, la Iglesia, los benefactores,
los pecadores. Para ella Cielo y tierra se unen.
Sus visiones, sus
enseñanzas, las circunstancias de su existencia se describen
con expresiones que evocan el lenguaje litúrgico y bíblico.
Se capta así su profundo conocimiento de la Sagrada Escritura,
su pan cotidiano. Recurre continuamente a ella, sea valorando los textos
bíblicos leídos en la liturgia, sea tomando símbolos,
términos, paisajes, imágenes, personajes. Su predilección
era por el Evangelio: Las palabras del Evangelio eran para ella
un alimento maravilloso y suscitaban en su corazón sentimientos
de tal dulzura que a menudo por el entusiasmo no podía terminar
su lectura
El modo como leía esas palabras era tan ferviente
que suscitaba la devoción en todos. Así también,
cuando cantaba en el coro, estaba toda absorta en Dios, transportada
por tal ardor que a veces manifestaba sus sentimientos con los gestos...
Otras veces, elevada en éxtasis, no oía a las que la llamaban
o la movían y a duras penas recuperaba el sentido de las cosas
exteriores (Ibid., VI, 1). En una de sus visiones, Jesús
mismo le recomienda el Evangelio; abriéndole la herida de su
dulcísimo Corazón, le dijo: Considera cuán
inmenso es mi amor: si quieres conocerlo bien, en ningún lugar
lo encontrarás expresado más claramente que en el Evangelio.
Nadie ha sentido nunca expresar sentimientos más fuertes y más
tiernos que estos: Como mi Padre me ha amado, así os he amado
yo (Jn. 15, 9) (Ibid., I,22).
Queridos amigos,
la oración personal y litúrgica, especialmente la Liturgia
de las Horas y la Santa Misa son la raíz de la experiencia espiritual
de santa Matilde de Hackeborn. Dejándose guiar por la Sagrada
Escritura y nutrir por el Pan eucarístico, Ella recorrió
un camino de íntima unión con el Señor, siempre
en la plena fidelidad a la Iglesia. Esto es también para nosotros
una fuerte invitación a intensificar nuestra amistad con el Señor,
sobre todo a través de la oración cotidiana y la participación
atenta, fiel y activa en la Santa Misa. La Liturgia es una gran escuela
de espiritualidad.
La discípula
Gertrudis describe con expresiones intensas los últimos momentos
de la vida de santa Matilde de Hackeborn, durísimos, pero iluminados
por la presencia de la Beatísima Trinidad, del Señor,
de la Virgen, de todos los Santos, y también de su hermana de
sangre Gertrudis. Cuando llegó la hora en que el Señor
quiso llevarla con Él, ella le pidió poder vivir un poco
más en el sufrimiento por la salvación de las almas, y
Jesús se complació por este ulterior signo de amor.
Matilde tenía
58 años. Recorrió el último trecho del camino caracterizado
por ocho años de graves enfermedades. Su obra y su fama de santidad
se difundieron ampliamente. Llegada su hora, el Dios de Majestad
... única suavidad del alma que le ama ... le cantó: Venite
vos, benedicti Patris mei ... Venid, vosotros benditos de mi Padre,
venid a recibir el reino ... y la asoció a su gloria (Ibid.,
VI,8).
Santa Matilde de
Hackeborn nos confía al Sagrado Corazón de Jesús
y a la Virgen María. Invita a alabar al Hijo con el Corazón
de la Madre y a alabar a María con el Corazón del Hijo:
¡Os saludo, oh Virgen veneradísima, en ese dulcísimo
rocío, que del Corazón de la santísima Trinidad
se difundió en vos; os saludo en la gloria y en el gozo con que
ahora os alegráis eternamente, vos que con preferencia a todas
las criaturas de la tierra y del cielo, fuisteis elegida antes aún
de la creación del mundo! Amén (Ibid., I, 45).
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