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Jacques
Philippe
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La
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Después
de esta vida (5ª ed.)
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Queridos hermanos
y hermanas,
esta mañana,
continuando la reflexión del miércoles pasado, quisiera
profundizar con vosotros otros aspectos de la doctrina de san Buenaventura
de Bagnoregio. Es un eminente teólogo, que merece ser puesto
junto a otro grandísimo pensador, su contemporáneo, santo
Tomás de Aquino. Ambos escrutaron los misterios de la Revelación,
valorando los recursos de la razón humana, en ese fecundo diálogo
entre fe y razón que caracteriza al Medioevo cristiano, convirtiéndola
en una época de gran vivacidad intelectual, ademas que de fe
y de renovación eclesial, a menudo no evidenciada lo suficiente.
Otras analogías les unen: tanto Buenaventura, franciscano, como
Tomás, dominico, pertenecían a las Órdenes Mendicantes
que, con su frescura espiritual, como he recordado en las catequesis
anteriores, renovaron, en el siglo XIII, a la Iglesia entera y atrajeron
a muchos seguidores. Los dos sirvieron a la Iglesia con diligencia,
con pasión y con amor, hasta el punto que fueron invitados a
participar en el Concilio Ecuménico de Lyon de 1274, el mismo
año en que murieron: Tomás mientras se dirigía
a Lyon, Buenaventura durante la celebración del mismo Concilio.
También en la Plaza de San Pedro, las estatuas de los dos santos
están paralelas, colocadas precisamente al principio de la Columnata,
partiendo desde la fachada de la Basílica Vaticana: una en el
Brazo de la izquierda y la otra en el Brazo de la derecha. A pesar de
todos estos aspectos, podemos distinguir en los dos santos dos aproximaciones
distintas a la investigación filosófica y teológica,
que muestran la originalidad y la profundidad de pensamiento de uno
y del otro. Quisiera señalar algunas de estas diferencias.
Una primera diferencia
concierne el concepto de teología. Ambos doctores se preguntan
si la teología es una ciencia práctica o una ciencia teórica,
especulativa. Santo Tomás reflexiona sobre dos posibles respuestas
contrarias. La primera dice: la teología es reflexión
sobre la fe y el objetivo de la fe es que el hombre llegue a ser bueno,
viva según la voluntad de Dios. Por tanto, el fin de la teología
debería ser el de guiar por el camino correcto, bueno; en consecuencia
ésta, en el fondo, es una ciencia practica. La otra postura dice:
la teología intenta conocer a Dios. Nosotros somos obra de Dios;
Dios está por encima de nuestro actuar, Dios opera en nosotros
el actuar correcto. Por tanto, se trata sustancialmente no de nuestro
hacer, sino de conocer a Dios, no de nuestro obrar. La conclusión
de santo Tomás es: la teología implica ambos aspectos:
es teórica, intenta conocer a Dios cada vez más, y es
práctica: intenta orientar nuestra vida al bien. Pero hay una
primacía del conocimiento: debemos sobre todo conocer a Dios,
después viene el actuar según Dios (Summa Theologiae Ia,
q. 1, art. 4). Esta primacía del conocimiento frente a la praxis
es significativa para la orientación fundamental de santo Tomás.
La respuesta de
san Buenaventura es muy parecida, pero los acentos son distintos. San
Buenaventura conoce los mismos argumentos en una y en la otra dirección,
como santo Tomás, pero para responder a la pregunta de si la
teología es una ciencia es una ciencia práctica o teórica,
san Buenaventura hace una triple distinción alarga, por
tanto, la alternativa entre teórica (primacía del conocimiento)
y práctica (primacía de la praxis), añadiendo una
tercera actitud, que llama sapiencial, y afirmando que la
sabiduría abraza ambos aspectos. Y después prosigue::
la sabiduría busca la contemplación (como la más
alta forma de conocimiento) y tiene como intención ut boni fiamus
que seamos buenos, sobre todo esto:: que seamos buenos (cfr Breviloquium,
Prologus, 5). Después añade: La fe está en
el intelecto, de manera tal que provoca el afecto. Por ejemplo: conocer
que Cristo murió 'por nosotros' no se queda en conocimiento,
sino que se convierte necesariamente en afecto, en amor (Proemium
in I Sent., q. 3).
En la misma línea
se mueve su defensa de la teología, es decir, de la reflexión
racional y metódica de la fe. San Buenaventura recoge algunos
argumentos contra el hacer teología, quizás difundidos
también en una parte de los frailes franciscanos y presentes
también en nuestro tiempo: la razón vaciaría la
fe, sería una postura violenta hacia la Palabra de Dios, debemos
escuchar y no analizar la Palabra de Dios (cfr Carta de san Francisco
de Asís a san Antonio de Padua). A estos argumentos contra la
teología, que demuestran los peligros existentes en la misma
teología, el santo responde: es verdad que hay un modo arrogante
de hacer teología, una soberbia de la razón, que se pone
por encia de la Palabra de Dios. Pero la verdadera teología,
el trabajo racional de la verdadera y de la buena teología tiene
otro origen, no la soberbia de la razón. Quien ama quiere conocer
cada vez mejor y más a lo amado; la verdadera teología
no empeña la razón y su búsqueda motivada por la
soberbia, sed propter amorem eius cui assentit motivada por el
amor de Aquel, al que ha dado su consenso" (Proemium in I Sent.,
q. 2), y quiere conocer mejor al amado: esta es la intención
fundamental de la teología. Para san Buenaventura es por tanto
determinante al final la primacía del amor.
En consecuencia,
santo Tomás y sna Buenaventura definen de modo distinto el destino
último del hombre, su felicidad plena: para santo Tomás
el fin supremo, a que se dirige nuestro deseo, es ver a Dios. En este
sencillo acto de ver a Dios encuentran solución todos los problemas:
somos felices, no necesitamos nada más.
Para san Buenaventura
el destino último del hombre es en cambio: amar a Dios, el encuentro
y la unión de su amor y del nuestro. Ésta es para él
la definición más adecuada de nuestra felicidad.
En esta línea,
podríamos decir también que la categoría más
alta para santo Tomás es lo verdadero, mientras que para san
Buenaventura es el bien. Sería erróneo ver en estas dos
respuestas una contradicción. Para ambos lo verdadero es también
el bien, y el bien es también lo verdadero; ver a Dios es amar
y amar es ver. Se trata por tanto de acentos distintos de una visión
fundamentalmente común. Ambos acentos han formado tradiciones
diversas y espiritualidades diversas y así han mostrado la fecundidad
de la fe, una en la diversidad de sus expresiones.
Volvamos a san
Buenaventura. Es evidente que el acento específico de su teología,
del que he dado solo un ejemplo, se explica a partir del carisma franciscano:
el Pobrecillo de Asís, más allá de los debates
intelectuales de su tiempo, había mostrado con toda su vida la
primacía del amor: era un icono viviente y enamorado de Cristo
y así hizo presente, en su tiempo, la figura del Señor
convenció a sus contemporáneos no con las palabras,
sino con su vida. En todas las obras de san Buenaventura, también
en sus obras científicas, de escuela, se ve y se encuentra esta
inspiración franciscana; es decir, se nota que piensa partiendo
del encuentro con el Pobrecillo de Asís. Pero para entender la
elaboración concreta del tema "primacía del amor,
debemos tener presente también una otra fuente: los escritos
del llamado Pseudo-Dionisio, un teólogo sirio del siglo VI, que
se escondió bajo el pseudónimo de Dionisio el Areopagita,
señalando, con este nombre, una figura de los Hechos de los Apóstoles
(cfr 17,34). Este teólogo había creado una teología
litúrgica y una teología mística, y había
hablado ampliamente de las diversas órdenes de los ángeles.
Sus escritos fueron traducidos al latín en el siglo IX; en la
época de san Buenaventura estamos en el siglo XIII
aparecía una nueva tradición, que provocó el interés
del santo y de otros teólogos de su siglo. Dos cosas atraían
en particular la atención de san Buenaventura:
1. El Pseudo-Dionisio
habla de nueve órdenes de los ángeles, cuyos nombres había
encontrado en la Escritura y luego había ordenado a su manera,
desde los simples ángeles hasta los serafines. San Buenaventura
interpreta estas órdenes de ángeles como escalones en
el acercamiento de la criatura a Dios. Así estos pueden representar
el camino humano, la subida hacia la comunión con Dios. Para
san Buenaventura no hay ninguna duda: san Francisco de Asís pertenecía
al orden seráfico, al orden supremo, al coro de los serafines,
es decir: era puro fuego de amor. Y así deberían haber
sido los franciscanos. Pero san Buenaventura sabía bien que este
último grado de acercamiento a Dios no puede ser insertado en
un ordenamiento jurídico, sino que es siempre un don particular
de Dios. Por esto la estructura de la Orden franciscana es más
modesta, más realista, pero debe ayudar a los miembrps a acercarse
cada vez más a una existencia seráfica de puro amor. El
pasado miércoles hablé sobre esta síntesis entre
realismo sobrio y radicalidad evangélica en el pensamiento y
en el actuar de san Buenaventura.
2. San Buenaventura,
sin embargo, encontró en los escritos del Pseudo-Dionisio otro
elemento, para él aún más importante. Mientras
para san Agustín el intellectus, el ver con la razón y
el corazón, era la última categoría del conocimiento,
el Pseudo-Dionisio da aún otro paso: en la subida hacia Dios
se puede llegar a un punto en que la razón ya no ve más.
Pero en la noche del intelecto el amor ve aún ve lo que
permanece inaccesible para la razón. El amor se extiende más
allá de la razón, ve más, entra más profundamente
en el misterio de Dios. San Buenaventura quedó fascinado por
esta visión, que se encontraba con su espiritualidad franciscana.
Precisamente en la noche oscura de la Cruz aparece toda la grandeza
del amor divino; donde la razón ya no ve más, ve el amor.
Las palabras conclusivas de su "Itinerario de la mente en Dios",
en una lectura superficial, pueden parecer como la expresión
exagerada de una devoción sin contenido; leídas, en cambio,
a la luz de la teología de la Cruz de san Buenaventura, son una
expresión límpida y realista de la espiritualidad franciscana:
"Si ahora anhelas saber cómo sucede esto (es decir, la subida
hacia Dios), interroga a la gracia, no a la doctrina; al deseo, no al
intelecto; al gemido de la oración, no al estudio de la letra;...
no a la luz, sino al fuego que inflama y transporta todo en Dios
(VII, 6). Todo esto no es anti intelectual ni tampoco anti racional:
supone el camino de la razón, pero lo trasciende en el amor de
Cristo crucificado. Con esta transformación de la mística
del Pseudo-Dionisio, san Buenaventura se coloca en los inicios de una
gran corriente mística, que ha elevado y purificado mucho la
mente humana: es un culmen en la historia del espíritu humano.
Esta teología
de la Cruz, nacida del encuentro entre la teología del Pseudo-Dionisio
y la espiritualidad franciscana, no debe hacernos olvidar que san Buenaventura
comparte con san Francisco de Asís también el amor por
la creación, la alegría por la belleza de la creación
de Dios. Cito sobre este punto una frase del primer capítulo
del "Itinerario": "Aquel
que no ve los esplendores
innumerables de las criaturas, está ciego; aquel que no se despierta
por sus muchas voces, está sordo; quien no alaba a Dios por todas
estas maravillas, está mudo; quien con tantos signos no se eleva
al primer principio, es necio (I, 15). Toda la creación
habla en voz alta de Dios, del Dios bueno y bello; de su amor.
Toda nuestra vida
es por tanto para san Buenaventura un "itinerario", una peregrinación
una subida hacia Dios. Pero solo con nuestras fuerzas no podemos
subir hacia la altura de Dios. Dios mismo debe ayudarnos, debe subirnos.
Por eso es necesaria la oración. La oración así
dice el santo es la madre y el origen de la elevación
sursum actio, acción que nos lleva a lo alto dice
Buenaventura. Concluyo por ello con la oración, con la que comienza
su "Itinerario": "Oremos por tanto y digamos al Señor
Dios nuestro: 'Condúceme, Señor, en tu camino y yo caminaré
en tu verdad. Que mi corazón se alegre al temer tu nombre'
(I, 1).
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