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Obras
Completas
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Santa
Teresa de Jesús
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Creer
y amar con Benedicto XVI
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Luis García labrado
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Alexia:
alegría y heroísmo en la enfermedad
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Miguel
Angel Monge
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La
esencia del cristianismo
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Romano
Guardini
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La
vida de Jesucristo en la predicacion de Juan Pablo II
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Pedro
Beteta
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Práctica
del amor a Jesucristo
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San
Alfonso María de Ligorio
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La
escuela del Espiritu Santo
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Jacques
Philippe
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La
Virgen Nuestra Señora (26ª ed.)
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Después
de esta vida (5ª ed.)
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Queridos hermanos
y hermanas,
hoy quisiera hablar
de san Buenaventura de Bagnoregio. Os confío que, al proponeros
este argumento, advierto una cierta nostalgia, porque recuerdo las investigaciones
que, como joven estudioso, realicé precisamente sobre este autor,
particularmente querido para mí. Su conocimiento ha incidido
no poco en mi formación. Con mucha alegría hace pocos
meses me dirigió en peregrinación a su lugar natal, Bagnoregio,
una pequeña ciudad italiana, en el Lacio, que custodia con veneración
su memoria.
Nacido probablemente
en 1217 y muerto en 1274, vivió en el siglo XIII, una época
en la que la fe cristiana, penetrada profundamente en la cultura y en
la sociedad de Europa, inspiró obras imperecederas en el campo
de la literatura, de las artes visuales, de la filosofía y de
la teología. Entre las grandes figuras cristianas que contribuyeron
a la composición de esta armonía entre fe y cultura destaca
precisamente Buenaventura, hombre de acción y de contemplación,
de profunda piedad y de prudencia en el gobierno.
Se llamaba Giovanni
da Fidanza. Un episodio que sucedió cuando era aún muchacho
marcó profundamente su vida, como él mismo relata. Había
sido afectado por una grave enfermedad y ni siquiera su padre, que era
médico, esperaba ya salvarlo de la muerte. Su madre, entonces,
recurrió a la intercesión de san Francisco de Asís,
canonizado hacía poco. Y Giovanni se curó. La figura del
Pobrecillo de Asís se le hizo aún más familiar
algún año después, cuando se encontraba en París,
donde se había dirigido para sus estudios. Había obtenido
el diploma de Maestro de Artes, que podríamos comparar al de
un prestigioso Liceo de nuestra época. En ese punto, como tantos
jóvenes del pasado y también de hoy, Giovanni se planteó
una pregunta crucial: ¿Qué debo hacer con mi vida?.
Fascinado por el testimonio de fervor y radicalidad evangélica
de los Frailes Menores, que habían llegado a París en
1219, Giovanni llamó a las puertas del Convento franciscano de
esa ciudad, y pidió ser acogido en la gran familia de los discípulos
de san Francisco. Muchos años después, explicó
las razones de su elección: en san Francisco y en el movimiento
iniciado por él reconocía la acción de Cristo.
Escribía así en una carta dirigida a otro fraile: Confieso
ante Dios que la razón que me hizo amar más la vida del
beato Francisco es que se parece a los inicios y al crecimiento de la
Iglesia. La Iglesia comenzó con simples pescadores, y se enriqueció
en seguida con doctores muy ilustres y sabios; la religión del
beato Francisco no fue establecida por la prudencia de los hombres,
sino por Cristo" (Epistula de tribus quaestionibus ad magistrum
innominatum, en Opere di San Bonaventura. Introduzione generale, Roma
1990, p. 29).
Por tanto, en torno
al año 1243 Giovanni vistió el sayal franciscano y asumió
el nombre de Buenaventura. Fue en seguida dirigido a los estudios y
frecuentó la Facultad de Teología de la Universidad de
París, siguiendo un conjunto de cursos muy difíciles.
Consiguió los diversos títulos requeridos por la carrera
académica, los de bachiller bíblico" y de "bachiller
sentenciario". Así Buenaventura estudió a fondo la
Sagrada Escritura, las Sentencias de Pietro Lombardo, el manual de teología
de aquel tiempo, y a los más importantes autores de teología
y, en contacto con los maestros y estudiantes que llegaban a París
desde toda Europa, maduró su propia reflexión personal
y una sensibilidad espiritual de gran valor que, en el transcurso de
los años siguientes, supo traslucir en sus obras y en sus sermones,
convirtiéndose así en uno de los teólogos más
importantes de la historia de la Iglesia. Es significativo recordar
el título de la tesis que defendió para ser habilitado
en la enseñanza de la teología, la licentia ubique docendi,
como se decía entonces. Su disertación llevaba por título
Cuestiones sobre el conocimiento de Cristo. Este argumento muestra el
papel central que Cristo tuvo siempre en la vida y en la enseñanza
de Buenaventura. Podemos decir sin más que todo su pensamiento
fue profundamente cristocéntrico.
En aquellos años
en París, la ciudad de adopción de Buenaventura, estallaba
una violenta polémica contra los Frailes Menores de san Francisco
de Asís y los Frailes Predicadores de santo Domingo de Guzmán.
Se discutía su derecho de enseñar en la Universidad y
se ponía en duda incluso la autenticidad de su vida consagrada.
Ciertamente, los cambios introducidos por las Órdenes Mendicantes
en la manera de entender la vida religiosa, de la que hablé en
las catequesis precedentes, eran tan innovadoras que no todos llegaban
a comprenderles. Se añadían también, como alguna
vez sucede también entre personas sinceramente religiosas, motivos
de debilidad humana, como la envidia y los celos. Buenaventura, aunque
rodeado de la oposición de los demás maestros universitarios,
había ya comenzado a enseñan en la cátedra de teología
de los Franciscanos y, para responder a quienes criticaban a las Órdenes
Mendicantes, compuso un escrito titulado La perfección evangélica.
En este escrito demuestra cómo las Órdenes Mendicantes,
especialmente los Frailes Menores, practicando los votos de pobreza,
de castidad y de obediencia, seguían los consejos del propio
Evangelio. Más allá de estas circunstancias históricas,
la enseñanza proporcionada por Buenaventura en esta obra suya
y en su vida permanece siempre actual: la Iglesia se hace luminosa y
bella por la fidelidad a la vocación de esos hijos suyos y de
esas hijas suyas que no sólo ponen en práctica los preceptos
evangélicos, sino que, por gracia de Dios, están llamados
a observar sus consejos y dan testimonio así, con su estilo de
vida pobre, casto y obediente, de que el Evangelio es fuente de gozo
y de perfección.
El conflicto se
apaciguó, al menos por un cierto tiempo y, por intervención
personal del papa Alejandro IV, en 1257, Buenaventura fue reconocido
oficialmente como doctor y maestro de la Universidad parisina. Con todo,
tuvo que renunciar a este prestigioso cargo, porque en ese mismo año
el Capítulo general de la Orden le eligió Ministro general.
Desempeñó
este cargo durante diecisiete años con sabiduría y dedicación,
visitando las provincias, escribiendo a los hermanos, interviniendo
a veces con una cierta severidad para eliminar los abusos. Cuando Buenaventura
comenzó este servicio, la Orden de los Frailes Menores se había
desarrollado de un modo prodigioso: eran más de 30.000 los frailes
dispersos en todo Occidente, con presencias misioneras en el norte de
África, en Oriente Medio y también en Pekín. Era
necesario consolidar esta expansión y sobre todo conferirle,
en plena fidelidad al carisma de Francisco, unidad de acción
y de espíritu. De hecho, entre los seguidores del santo de Asís
se registraban diversas formas de interpretar su mensaje y existía
realmente el riesgo de una fractura interna. Para evitar este peligro,
el Capítulo general de la Orden en Narbona, en 1260, aceptó
y ratificó un texto propuesto por Buenaventura, en el que se
unificaban las normas que regulaban la vida cotidiana de los Frailes
Menores. Buenaventura intuía, con todo, que las disposiciones
legislativas, aun inspiradas en la sabiduría y en la moderación,
no eran suficientes para asegurar la comunión del espíritu
y de los corazones. Era necesario compartir los mismos ideales y las
mismas motivaciones. Por este motivo. Buenaventura quiso presentar el
auténtico carisma de Francisco, su vida y su enseñanza.
Por ello recogió con gran celo documentos relativos al Pobrecillo
y escuchó con atención los recuerdos de aquellos que habían
conocido directamente a Francisco. De ahí nació una biografía,
históricamente bien fundada, del santo de Asís, titulada
Legenda Maior, redactada también de forma más sucinta
y llamada por ello Legenda minor. La palabra latina, a diferencia de
la italiana (y tb. del término español leyenda,
n.d.t.) no indica un fruto de la fantasía, sino al contrario,
Legenda significa un texto autorizado, que leer oficialmente.
De hecho, el Capítulo general de los Frailes Menores de 1263,
reunido en Pisa, reconoció en la biografía de san Buenaventura
el retrato más fiel del Fundador y esta se convirtió,
así, en la biografía oficial del Santo.
¿Cuál
es la imagen de san Francisco que surge del corazón y de la pluma
de su hijo devoto y sucesor, san Buenaventura? El punto esencial: Francisco
es un alter Christus, un hombre que buscó apasionadamente a Cristo.
En el amor que empuja a la imitación, se conformó enteramente
a Él. Buenaventura señalaba este ideal vivo a todos los
seguidores de Francisco. Este ideal, válido para todo cristiano,
ayer, hoy y siempre, fue indicado como programa también para
la Iglesia del Tercer Milenio por mi Predecesor, el Venerable Juan Pablo
II. Este programa, escribía en la Carta Tertio Millennio ineunte,
se centra en Cristo mismo, a quien conocer, amar, imitar, para
vivir en él la vida trinitaria, y transformar con él la
historia hasta su cumplimiento en la Jerusalén celeste"
(n. 29).
En 1273 la vida
de san Buenaventura conoció otro cambio. El Papa Gregorio X lo
quiso consagrar obispo y nombrar cardenal. Le pidió también
que preparara un importantísimo acontecimiento eclesial: el II
Concilio Ecuménico de Lyon, que tenía como objetivo el
restablecimiento de la comunión entre la Iglesia latina y la
griega. Él se dedicó a esta tarea con diligencia, pero
no llegó a ver la conclusión de aquella cumbre ecuménica,
porque murió durante su celebración. Un anónimo
notario pontificio compuso un elogio de Buenaventura, que nos ofrece
un retrato conclusivo de este gran santo y excelente teólogo:
Hombre bueno, afable, piadoso y misericordioso, lleno de virtudes,
amado por Dios y por los hombres... Dios de hecho le había dado
tal gracia, que todos aquellos que lo veían quedaban invadidos
por un amor que el corazón no podía ocultar (cfr
J.G. Bougerol, Bonaventura, en A. Vauchez (vv.aa.), Storia dei santi
e della santità cristiana. Vol. VI. Lepoca del rinnovamento
evangelico, Milán 1991, p. 91).
Recojamos la herencia
de este santo Doctor de la Iglesia, que nos recuerda el sentido de nuestra
vida con estas palabras: En la tierra... podemos contemplar la
inmensidad divina mediante el razonamiento y la admiración; en
la patria celeste, en cambio, mediante la visión, cuando seremos
hechos semejantes a Dios, y mediante el éxtasis... entraremos
en el gozo de Dios" (La conoscenza di Cristo, q. 6, conclusione,
en Opere di San Bonaventura. Opuscoli Teologici /1, Roma 1993, p. 187).
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