|
Obras
Completas
|
Santa
Teresa de Jesús
|
|
La
esencia del cristianismo
|
Romano
Guardini
|
|
La
vida de Jesucristo en la predicacion de Juan Pablo II
|
Pedro
Beteta
|
|
Después
de esta vida (5ª ed.)
|
|
|
|
|
Queridos hermanos
y hermanas:
Se celebra hoy
la memoria litúrgica de san Juan Eudes, apóstol incansable
de la devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y María,
quien vivió en Francia en el siglo XVII, siglo marcado por fenómenos
religiosos contrapuestos y también por grandes problemas políticos.
Es el tiempo de la guerra de los Treinta Años, que devastó
no sólo gran parte de Europa central, sino que también
devastó las almas. Mientras se difundía el desprecio por
la fe cristiana por parte de algunas corrientes de pensamiento que entonces
eran dominantes, el Espíritu Santo suscitaba una renovación
espiritual llena de fervor, con personalidades de alto nivel como la
de Bérulle, san Vicente de Paúl, san Luis María
Grignon de Montfort y san Juan Eudes. Esta gran "escuela francesa"
de santidad tuvo también entre sus frutos a san Juan María
Vianney. Por un misterioso designio de la Providencia, mi venerado predecesor,
Pío XI, proclamó santos al mismo tiempo, el 31 de mayo
de 1925, a Juan Eudes y al cura de Ars, ofreciendo a la Iglesia y al
mundo entero dos extraordinarios ejemplos de santidad sacerdotal.
En el contexto
del Año Sacerdotal, quiero detenerme a subrayar el celo apostólico
de san Juan Eudes, en particular dirigido a la formación del
clero diocesano. Los santos son la verdadera interpretación de
la Sagrada Escritura. Los santos han verificado, en la experiencia de
la vida, la verdad del Evangelio; de este modo, nos introducen en el
conocimiento y en la compresión del Evangelio. El Concilio de
Trento, en 1563, había emanado normas para la erección
de los seminarios diocesanos y para la formación de los sacerdotes,
pues el Concilio era consciente de que toda la crisis de la reforma
estaba también condicionada por una insuficiente formación
de los sacerdotes, que no estaban preparados de la manera adecuada para
el sacerdocio, intelectual y espiritualmente, en el corazón y
en el alma. Esto sucedía en 1563; pero dado que la aplicación
y la realización de las normas llevaban tiempo, tanto en Alemania
como en Francia, san Juan Eudes vio las consecuencias de este problema.
Movido por la lúcida conciencia de la gran necesidad de ayuda
espiritual que experimentaban las almas precisamente a causa de la incapacidad
de gran parte del clero, el santo, que era párroco, instituyó
una congregación dedicada de manera específica a la formación
de los sacerdotes. En la ciudad universitaria de Caen, fundó
el primer seminario, experiencia sumamente apreciada, que muy pronto
se amplió a otras diócesis. El camino de santidad, que
él recorrió y propuso a sus discípulos, tenía
como fundamento una sólida confianza en el amor que Dios reveló
a la humanidad en el Corazón sacerdotal de Cristo y en el Corazón
maternal de María. En aquel tiempo de crueldad, de pérdida
de interioridad, se dirigió al corazón para dejar en el
corazón una palabra de los salmos muy bien interpretada por san
Agustín. Quería recordar a las personas, a los hombres,
y sobre todo a los futuros sacerdotes, el corazón, mostrando
el Corazón sacerdotal de Cristo y el Corazón maternal
de María. El sacerdote debe ser testigo y apóstol de este
amor del Corazón de Cristo y de María.
También
hoy se experimenta la necesidad de que los sacerdotes testimonien la
infinita misericordia de Dios con una vida totalmente "conquistada"
por Cristo, y aprendan esto desde los años de su formación
en los seminarios. El Papa Juan Pablo II, después del Sínodo
de 1990, emanó la exhortación apostólica Pastores
dabo vobis, en la que retoma y actualiza las normas del Concilio de
Trento y subraya sobre todo la necesaria continuidad entre el momento
inicial y el permanente de la formación; para él, para
nosotros, es un verdadero punto de partida para una auténtica
reforma de la vida y del apostolado de los sacerdotes, y es también
el punto central para que la "nueva evangelización"
no sea simplemente un eslogan atractivo, sino que se traduzca en realidad.
Los cimientos de la formación del seminario constituyen ese insustituible
"humus spirituale" en el que es posible "aprender a Cristo",
dejándose configurar progresivamente por Él, único
Sumo Sacerdote y Buen Pastor. El tiempo del seminario debe ser visto,
por tanto, como la actualización del momento en el que el Señor
Jesús, después de haber llamado a los apóstoles
y antes de enviarles a predicar, les pide que se queden con Él
(Cf. Marcos 3,14). Cuando san Marcos narra la vocación de los
doce apóstoles, nos dice que Jesús tenía un doble
objetivo: el primero era que estuvieran con Él, el segundo que
fueran enviados a predicar. Pero al ir siempre con Él, realmente
anuncian a Cristo y llevan la realidad el Evangelio al mundo.
En este Año
Sacerdotal os invito a rezar, queridos hermanos y hermanas, por los
sacerdotes y por quienes se preparan a recibir el don extraordinario
del sacerdocio ministerial. Concluyo dirigiendo a todos la exhortación
de san Juan Eudes, que dice así a los sacerdotes: "Entregaros
a Jesús para entrar en la inmensidad de su gran Corazón,
que contiene el Corazón de su santa Madre y de todos los santos,
y para perderos en este abismo de amor, de caridad, de misericordia,
de humildad, de pureza, de paciencia, de sumisión y de santidad"
(Coeur admirable, III, 2).
Con este espíritu,
cantamos ahora juntos el Padrenuestro en latín.
|