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Obras
Completas
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Santa
Teresa de Jesús
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Creer
y amar con Benedicto XVI
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Alexia:
alegría y heroísmo en la enfermedad
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Miguel
Angel Monge
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La
esencia del cristianismo
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Romano
Guardini
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La
vida de Jesucristo en la predicacion de Juan Pablo II
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Pedro
Beteta
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Práctica
del amor a Jesucristo
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San
Alfonso María de Ligorio
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La
escuela del Espiritu Santo
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Jacques
Philippe
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La
Virgen Nuestra Señora (26ª ed.)
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Después
de esta vida (5ª ed.)
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Queridos hermanos
y hermanas:
Hoy quisiera hablar
de un personaje del occidente latino verdaderamente extraordinario:
el monje Rabano Mauro. Junto a hombres como Isidoro de Sevilla, Beda
el Venerable, Ambrosio Auperto, de los que ya he hablado en catequesis
precedentes, supo durante los siglos de la Alta Edad Media mantener
el contacto con la gran cultura de los antiguos sabios y de los padres
cristianos. Recordado con frecuencia como "praeceptor Germaniae"
[maestro de Alemania, ndt.], Rabano Mauro tuvo una fecundidad extraordinaria.
Con su capacidad de trabajo totalmente excepcional fue quizás
el que más contribuyó a mantener viva la cultura teológica,
exegética y espiritual a la que recurrirían los siglos
sucesivos. A él hacen referencia grandes personajes pertenecientes
al mundo de los monjes, como Pedro Damián, Pedro el Venerable
y Bernardo de Claraval, así como un número cada vez más
consistente de "clérigos" del clero secular, que en
los siglos XII y XIII dieron vida a uno de los florecimientos más
hermosos y fecundos del pensamiento humano.
Nacido en Maguncia,
alrededor del año 780, Rabano entró cuando todavía
era muy joven en el monasterio: se le añadió el nombre
de Mauro en referencia precisamente al joven Mauro, que según
el segundo libro de los Diálogos de San Gregorio Magno, había
sido entregado, cuando todavía era un niño por sus mismos
padres, nobles romanos, al abad Benito de Nursia. Esta introducción
precoz de Rabano como "puer oblatus" en el mundo monástico
benedictino, y los frutos que sacó para su crecimiento humano,
cultural y espiritual abrieron posibilidades interesantísimas
no sólo para la vida de los monjes, sino también para
toda la sociedad de su tiempo, normalmente llamada "carolingia".
Hablando de ellos, o quizá de sí mismo, Rabano Mauro escribe:
"Hay algunos que han tenido la suerte de haber sido introducidos
en el conocimiento de las Escrituras desde la tierna infancia ('a cunabulis
suis') y se han alimentado tan bien de la comida que les ha ofrecido
la santa Iglesia que pueden ser promovidos, con la educación
adecuada, a las más elevadas órdenes sagradas" (PL
107, col 419BC).
La extraordinaria
cultura por la que se distinguía Rabano Mauro llamó muy
pronto la atención de los grandes de su tiempo. Se convirtió
en consejero de príncipes. Se comprometió para garantizar
la unidad del Imperio y, a un nivel cultural más amplio, nunca
negó a quien le preguntaba una respuesta ponderada, que se inspiraba
preferentemente en la Biblia y en los textos de los santos padres. A
pesar de que fue elegido primero abad del famoso monasterio de Fulda
y después arzobispo de la ciudad natal, Maguncia, no dejó
sus estudios, demostrando con el ejemplo de su vida que se puede estar
al mismo tiempo a disposición de los demás, sin privarse
por este motivo de un adecuado tiempo de reflexión, estudio y
meditación. De este modo, Rabano Mauro se convirtió en
exegeta, filósofo, poeta, pastor y hombre de Dios. Las diócesis
de Fulda, Maguncia, Limburgo, y Breslavia le veneran como santo o beato.
Sus obras llenan seis volúmenes de la "Patrología
Latina" de Migne. Probablemente compuso uno de los himnos más
bellos y conocidos de la Iglesia latina, el "Veni Creator Spiritus",
síntesis extraordinaria de pneumatología cristiana. El
primer compromiso teológico de Rabano se expreso, de hecho, en
forma de poesía y tuvo como tema el misterio de la santa Cruz
en una obra titulada "De laudibus Sanctae Crucis", concebida
para proponer no sólo contenidos conceptuales, sino también
alicientes exquisitamente artísticos, utilizando tanto la forma
poética como la forma pictórica dentro del mismo código
manuscrito. Proponiendo iconográficamente entre las líneas
de su escrito la imagen de Cristo crucificado, escribe: "Esta es
la imagen del Salvador que, con la posición de sus miembros,
hace que sea sagrada para nosotros la dulcísima y queridísima
forma de la Curz para que, creyendo en su nombre y obedeciendo a sus
mandamientos, podamos obtener la vida eterna gracias a su pasión.
Por eso, cada vez que elevamos la mirada a la Cruz, recordamos a Aquél
que sufrió por nosotros para arrancarnos del poder de las tinieblas,
aceptando la muerte para hacernos herederos de la vida eterna"
(Lib. 1, Fig. 1, PL 107 col 151 C).
Este método
de armonizar todas las artes, la inteligencia, el corazón y los
sentidos, que procedía de Oriente, sería sumamente desarrollado
en Occidente, alcanzando cumbres inalcanzables en los códices
miniados de la Biblia y en otras obras de fe y de arte, que florecieron
en Europa hasta la invención de la prensa e incluso después.
En todo caso, demuestra que Rabano Mauro tenía una conciencia
extraordinaria de la necesidad de involucrar, en la experiencia de fe,
no sólo la mente y el corazón, sino también los
sentidos a través de esos otros aspectos del gusto estético
y de la sensibilidad humana que llevan al hombre a disfrutar de la verdad
con todo su ser, "espíritu, alma y cuerpo". Esto es
importante: la fe no es sólo pensamiento, toca a todo el ser.
Dado que Dios se hizo hombre en carne y hueso y entró en el mundo
sensible, nosotros tenemos que tratar de encontrar a Dios con todas
las dimensiones de nuestro ser. De este modo, la realidad de Dios, a
través de la fe, penetra en nuestro ser y lo transforma. Por
este motivo, Rabano Mauro concentró su atención sobre
todo en la Liturgia, como síntesis de todas las dimensiones de
nuestra percepción de la realidad. Esta intuición de Rabano
Mauro le hace extraordinariamente actual. Dejó también
los famosos "Carmina", propuestos para ser utilizados sobre
todo en las celebraciones litúrgicas. De hecho, el interés
de Rabano por la liturgia se daba totalmente por sobreentendido dado
que ante todo era un monje. Él sin embargo, no se dedicaba al
arte de la poesía como fin en sí mismos, sino que utilizaba
el arte y cualquier otro tipo de conocimiento para profundizar en la
Palabra de Dios. Por ello, trató con el máximo empeño
y rigor de introducir a sus contemporáneos, pero sobre todo a
los ministros (obispos, presbíteros y diáconos), en la
comprensión del significado profundamente teológico y
espiritual de todos los elementos de la celebración litúrgica.
De este modo, trató
de comprender y presentar a los demás los significados teológicos
escondidos en los ritos, recurriendo a la Biblia y a la tradición
de los padres. No dudaba en citar, por honestidad y para dar mayor peso
a sus explicaciones, las fuentes patrísticas a las que debía
su saber. Se servía de ellas con libertad y discernimiento atento,
continuando el desarrollo del pensamiento patrístico. Al final
de la "Primera Epístola" dirigida a un corepíscopo
de la diócesis de Maguncia, por ejemplo, tras haber respondido
a peticiones de aclaración sobre el comportamiento que hay que
tener en el ejercicio de la responsabilidad pastoral, escribe: "Te
hemos escrito todo esto tal y como lo hemos deducido de las Sagradas
Escrituras y de los cánones de los padres. Ahora bien, tú,
santísimo hombre, toma tus decisiones como mejor te parezca,
caso por caso, tratando de moderar tu evaluación de tal manera
que se garantice en todo la discreción, pues ella es la madre
de todas las virtudes" ("Epistulae", I, PL 112, col 1510
C). De este modo se ve la continuidad de la fe cristiana, que tiene
sus inicios en la Palabra de Dios: ésta, sin embargo, siempre
está viva, se desarrolla y se expresa de nuevas maneras, siempre
en coherencia con toda la construcción, con todo el edificio
de la fe.
Dado que la Palabra
de Dios es parte integrante de la celebración litúrgica,
Rabano Mauro se dedicó a esta última con el máximo
empeño durante toda su existencia. Redactó explicaciones
exegéticas apropiadas casi para todos los libros bíblicos
del Antiguo y del Nuevo Testamento con un objetivo claramente pastoral,
que justificaba con palabras como éstas: "He escrito esto...
sintetizando explicaciones y propuestas de otros muchos para ofrecer
un servicio al pobre lector que no puede tener a disposición
muchos libros, pero también para ayudar a quienes en muchos argumentos
no logran profundizar en la comprensión de los significados descubiertos
por los padres" ("Commentariorum in Matthaeum praefatio",
PL 107, col. 727D). De hecho, al comentar los textos bíblicos
recurría enormemente a los padres antiguos, con predilección
especial por Jerónimo, Ambrosio, Agustín y Gregorio Magno.
Su aguda sensibilidad
pastoral le llevó después a afrontar uno de los problemas
que más interesaban a los fieles y a los ministros sagrados de
su tiempo: el de la Penitencia. Compiló "Penitenciarios"
--así los llamaba-- en los que, según la sensibilidad
de la época se enumeraban los pecados y las penas correspondientes,
utilizando en la medida de lo posible motivaciones tomadas de la Biblia,
de las decisiones de los concilios, y de los decretos de los papas.
De estos textos se sirvieron también los "carolingios"
en su intento de reforma de la Iglesia y de la sociedad. A este mismo
objetivo pastoral respondían obras como "De disciplina ecclesiastica"
y "De institutione clericorum" en los que, citando sobre todo
a Agustín, Rabano explicaba a personas sencillas y al clero de
su misma diócesis los elementos fundamentales de la fe cristiana:
eran una especie de pequeños catecismos.
Quisiera concluir
la presentación de este gran "hombre de la Iglesia"
citando algunas palabras suyas en las que se refleja su convicción
de fondo: "Quien descuida la contemplación, se priva de
la visión de la luz de Dios; quien se deja llevar por las preocupaciones
y permite que sus pensamientos queden arrollados por el tumulto de las
cosas del mundo se condena a la absoluta imposibilidad de penetrar en
los secretos del Dios invisible" (Lib. I, PL 112, col. 1263A).
Creo que Rabano Mauro nos dirige hoy estas palabras: en el trabajo,
con sus ritmos frenéticos, y en las vacaciones, tenemos que reservar
momentos para Dios. Abrirle nuestra vida dirigiéndole un pensamiento,
una reflexión, una breve oración, y sobre todo no tenemos
que olvidar el domingo como el día del Señor, el día
de la liturgia, para percibir en la belleza de nuestras iglesias, de
la música sacra y de la Palabra de Dios, la belleza misma de
Dios, dejándole entrar en nuestro ser. Sólo así
nuestra vida se hace grande, se hace vida de verdad.
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