|
Obras
Completas
|
Santa
Teresa de Jesús
|
|
Creer
y amar con Benedicto XVI
|
José
Luis García labrado
|
|
La
vida de Jesucristo en la predicacion de Juan Pablo II
|
Pedro
Beteta
|
|
Práctica
del amor a Jesucristo
|
San
Alfonso María de Ligorio
|
|
La
escuela del Espiritu Santo
|
Jacques
Philippe
|
|
La
Virgen Nuestra Señora (26ª ed.)
|
|
|
Después
de esta vida (5ª ed.)
|
|
|
|
|
Queridos hermanos
y hermanas:
El santo que encontramos
hoy, san Teodoro el Estudita, nos lleva a un período desde el
punto de vista religioso y político más bien turbulento.
San Teodoro nació en el año 759 en una familia noble y
piadosa: la madre, Teoctista, y un tío, Platón, abad del
monasterio de Sakkudion, en Bitinia, son venerados como santos. Fue
precisamente su tío quien le orientó hacia la vida monástica,
que él abrazó a la edad de 22 años. Fue ordenado
sacerdote por el patriarca Tarasio, pero después rompió
la comunión con él por la debilidad que mostró
en el caso del matrimonio adúltero del emperador Constatino VI.
La consecuencia fue el exilio de Teodoro a Tesalónica, en el
año 796. La reconciliación con la autoridad imperial se
dio en el año sucesivo bajo la emperadora Irene, cuya benevolencia
llevó a Teodoro y Platón a trasferirse al monasterio urbano
de Studios, junto a la mayor parte de la comunidad de los monjes de
Sakkudion, para evitar las incursiones de los sarracenos. De este modo
comenzó la importante "reforma estudita".
La vida personal
de Teodoro, sin embargo, siguió siendo muy ajetreada. Con su
acostumbrada energía, se convirtió en jefe de la resistencia
contra la iconoclasia de León V el Armenio, quien se opuso nuevamente
a la existencia de imágenes e iconos en la Iglesia. La procesión
de iconos, organizada por los monjes de Studios desencadenó la
reacción de la policía. Entre los años 815 y 821,
Teodoro fue flagelado, encarcelado y exiliado en varios lugares de Asia
Menor. Al final, pudo regresar a Constantinopla, pero no a su monasterio.
Entonces se estableció con sus monjes en la otra parte del Bósforo.
Murió, según parece, en Prinkipo, el 11 de noviembre del
año 826, día en el que le recuerda el calendario bizantino.
Teodoro se distinguió en la historia de la Iglesia por ser uno
de los grandes reformadores de la vida monástica y también
como defensor de las imágenes sagradas durante la segunda fase
iconoclasta, junto al patriarca de Constantinopla, san Nicéforo.
Teodoro había comprendido que la cuestión de la veneración
de los iconos implicaba la verdad misma de la Encarnación. En
sus tres libros Antirretikoi (Refutaciones), Teodoro compara las relaciones
eternas internas a la Trinidad, en donde la existencia de cada Persona
divina no destruye la unidad, con las relaciones entre las dos naturalezas
en Cristo, que no ponen en compromiso en Él a la única
Persona del Logos. Y argumenta: abolir la veneración del icono
de Cristo significaría cancelar su misma obra redentora, pues
al asumir la naturaleza humana, la Palabra invisible se ha aparecido
en la carne visible humana y de este modo ha santificado a todo el cosmos
visible. Los iconos, santificados por la bendición litúrgica
y por la las oraciones de los fieles, nos unen con la Persona de Cristo,
con sus santos y, a través de ellos, con el Padre celeste, y
testimonian la entrada en la realidad divina de nuestro cosmos visible
y material.
Teodoro y sus monjes,
testigos de valentía en tiempo de las persecuciones iconoclastas,
están inseparablemente unidos por la reforma de la vida cenobítica
en el mundo bizantino. Su importancia se impone incluso por una circunstancia
exterior: el número. Mientras los monasterios de la época
no superaban los treinta o cuarenta monjes, por la Vida de Teodoro sabemos
que había más de mil monjes estuditas. Teodoro mismo nos
informa que en su monasterio había unos trescientos monjes; vemos,
por tanto, el entusiasmo de la fe que nació alrededor de este
hombre realmente informado y formado por la misma fe. Ahora bien, más
que el número se demostró influyente el nuevo espíritu
que imprimió el fundador a la vida cenobítica. En sus
escrito, insiste en la urgencia de un regreso consciente a la enseñanza
de los padres, sobre todo a san Basilio, primer legislador de la vida
monástica, y a san Doroteo de Gaza, famoso padre espiritual del
desierto palestino. La contribución característica de
Teodoro consiste en su insistencia en la necesidad del orden y de la
sumisión por parte de los monjes. Durante las persecuciones éstos
se habían dispersado, acostumbrándose a vivir cada uno
según su propio juicio. Cuando fue posible reconstituir la vida
común, era necesario comprometerse a fondo para volver a hacer
del monasterio una auténtica comunidad viva, una auténtica
familia o, como dice él, un auténtico "Cuerpo de
Cristo". En una comunidad así, se realiza concretamente
la realidad de la Iglesia en su conjunto.
Otra convicción
de fondo de Teodoro es ésta: con respecto a los seglares, los
monjes asumen el compromiso de observar los deberes cristianos con mayor
rigor e intensidad. Por esto pronuncian una profesión especial,
que pertenece a los hagiasmata (consagraciones), y es casi un "nuevo
bautismo", del que es símbolo la toma de hábito.
Con respecto a los seglares, es característico de los monjes
el compromiso de la pobreza, de la castidad y de la obediencia. Dirigiéndose
a los monjes, Teodoro habla de manera concreta, en ocasiones casi pintoresca,
de la pobreza, pero ésta en el seguimiento de Cristo es desde
los inicios un elemento esencial del monaquismo e indica también
un camino para todos nosotros. La renuncia a la propiedad privada, la
libertad de las cosas materiales, así como la sobriedad y la
sencillez, sólo son válidas de forma radical para los
monjes, pero el espíritu de esta renuncia es igual para todos.
De hecho, no debemos depender de la propiedad material; debemos aprender
la renuncia, la sencillez, la austeridad y la sobriedad. De este modo
puede crecer una sociedad solidaria y se puede superar el gran problema
de la pobreza de este mundo. Por tanto, en este sentido, el signo radical
de los monjes pobres indica esencialmente también un camino para
todos nosotros. Cuando ilustra las tentaciones contra la castidad, Teodoro
no esconde las propias experiencias y demuestra el camino de lucha interior
para encontrar el dominio de sí mismo y de este modo el respeto
del propio cuerpo y del cuerpo del otro como templo de Dios.
Pero las renuncias
principales son para él las que exige la obediencia, pues cada
uno de los monjes tiene su manera de vivir y la integración en
la gran comunidad de trescientos monjes implica realmente una nueva
forma de vida, que él califica como el "martirio de la sumisión".
También en esto los monjes dan un ejemplo, pues tras el pecado
original la tendencia del hombre consiste en hacer la propia voluntad,
el primer principio es la vida del mundo, todo los demás queda
sometido a la propia voluntad. Pero de este modo, si cada quien se sigue
sólo a sí mismo, el tejido social no puede funcionar.
Sólo aprendiendo a integrarse en la libertad común, compartiendo
y sometiéndose a ella, aprendiendo la legalidad, es decir, la
sumisión y la obediencia a las reglas del bien común y
de la vida común, puede sanar un sociedad, así como el
yo mismo de la soberbia de ponerse en el centro del mundo. De este modo,
san Teodoro ayuda con aguda introspección a sus monjes, y en
definitiva también a nosotros, a comprender la verdadera vida,
a resistir a la tentación de poner la propia voluntad como regla
suprema de vida y a conservar la verdadera identidad personal, que es
siempre una identidad junto a los demás, así como la paz
del corazón.
Para Teodoro el
Estudita una virtud importante, junto a la obediencia y la humildad,
es la philergia, es decir, el amor al trabajo, en el que él ve
un criterio para comprobar la calidad de la devoción personal:
quien es fervoroso en los compromisos materiales, quien trabaja con
asiduidad, argumenta, lo es también en lo espiritual. Por ello,
no admite que bajo el pretexto de la oración y de la contemplación,
el monje quede dispensado del trabajo, incluido el trabajo manual, que
en realidad es, según él y según toda la tradición
monástica, el medio para encontrar a Dios. Teodoro no tiene miedo
de hablar del trabajo como del "sacrificio del monje", de
su "liturgia", incluso de una especie de misa por la que la
vida monástica se convierte en vida angélica. Y precisamente
de este modo el mundo del trabajo se humaniza y el hombre, a través
del trabajo, se convierte cada vez más en sí mismo, más
cercano a Dios. Una consecuencia de esta singular visión merece
ser considerada: precisamente porque es fruto de una forma de "liturgia",
las riquezas que resultan del trabajo común no deben servir a
la comodidad de los monjes, sino que deben ser destinadas a la ayuda
de los pobres. En esto, todos podemos ver la necesidad de que el fruto
del trabajo sea un bien para todos. Obviamente, el trabajo de los "estuditas"
no era sólo manual: tuvieron una gran importancia en el desarrollo
relgioso-cultural de la civilización bizantina como calígrafos,
pintores, poetas, educadores de los jóvenes, maestros de escuelas,
bibliotecarios.
Si bien ejerció
una enorme actividad exterior, Teodoro no se dejaba distraer de lo que
consideraba íntimamente ligado a su función de superior:
ser el padre espiritual de sus monjes. Sabía el influjo decisivo
que habían tenido en su vida tanto su buena madre como su santo
tío, Platón, calificado por él con el significativo
título de "padre". Por ello, ejercía entre los
monjes la dirección espiritual. Cada día, refiere el biógrafo,
tras la oración de la noche, se ponía ante el iconostasio
para escuchar las confidencias de todos. Aconsejaba también espiritualmente
a muchas personas que no eran del monasterio. El Testamento Espiritual
y las Cartas subrayan su carácter abierto y afectuoso, y muestran
cómo de su paternidad surgieron verdaderas amistades espirituales
en el ámbito monástico y fuera de él.
La Regla, conocida
con el nombre de Hypotyposis, codificada tras la muerte de Teodoro,
fue adoptada, con alguna modificación, en el Monte Athos, cuando
en el año 962 san Atanasio el Atonita fundó allí
la Grande Laura, y en la Rus de Kiev, cuando al inicio del segundo milenio
san Teodosio la introdujo en la Laura de las Grutas. Comprendida en
su significado genuino, la Regla se convierte en sumamente actual. Se
dan hoy numerosas corrientes que insidian a la unidad de la fe común
y llevan hacia una especie de peligroso individualismo espiritual y
de soberbia espiritual. Es necesario comprometerse en su defensa y hacer
crecer la perfecta unidad del Cuerpo de Cristo, en la que pueden componerse
en armonía la paz del orden y las sinceras relaciones personales
en el Espíritu.
Quizá es
útil retomar al final algunos de los elementos principales de
la doctrina espiritual de Teodoro: amor por el Señor encarnado
y por su visibilidad en la liturgia y en los iconos; fidelidad al bautismo
y compromiso por vivir en la comunión del Cuerpo de Cristo, entendida
también como comunión de los cristianos entre sí;
espíritu de pobreza, de sobriedad, de renuncia; castidad, dominio
de sí mismo, humildad y obediencia contra la primacía
de la propia voluntad, que destruye el tejido social y la paz de las
almas; as¡mor por el trabajo material y espiritual; amistad espiritual
nacida en la purificación de la propia conciencia, de la propia
alma, de la propia vida. Tratemos de seguir estas enseñanzas
que realmente nos muestran el camino de la verdadera vida.
|