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La
elección de Dios: Benedicto
XVI y el futuro de la Iglesia
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La
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Un
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Pedro
Antonio Urbina
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La
elección de Dios: Benedicto
XVI y el futuro de la Iglesia
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La
esencia del cristianismo
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Romano
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La
cruz, el perdón y la gloria. Pack LIBRO y DVD
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El
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Vencer
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Fabrizio
Costa
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Queridos hermanos
y hermanas:
En esta primera
audiencia general del año 2009, deseo formular a todos vosotros
fervientes augurios para el nuevo año que acaba de empezar. Reavivemos
en nosotros el empeño de abrir a Cristo la mente y el corazón,
para ser y vivir como verdaderos amigos suyos. Su compañía
hará que este año, aun con sus inevitables dificultades,
sea un camino lleno de alegría y de paz. De hecho, sólo
si permanecemos unidos a Jesús, el año nuevo será
bueno y feliz.
El compromiso de
unión con Cristo es el ejemplo que nos ofrece san Pablo. Prosiguiendo
las catequesis dedicadas a él, nos detendremos hoy a reflexionar
sobre uno de los aspectos importantes de su pensamiento, el culto que
los cristianos están llamados a rendir. En el pasado se prefería
hablar de una tendencia anti-cultual del Apóstol, de una "espiritualización"
de la idea de culto. Hoy comprendemos mejor que san Pablo ve en la cruz
de Cristo un cambio histórico, que transforma y renueva radicalmente
la realidad del culto. Hay sobre todo tres textos de la Carta a los
Romanos en los que se presenta esta nueva visión del culto.
1. En Romanos 3,
25, tras haber hablado de la "redención realizada por Cristo
Jesús", Pablo continúa con una fórmula misteriosa
para nosotros y dice así: Dios lo "exhibió como instrumento
de propiciación por su propia sangre, mediante la fe". Con
esta expresión para nosotros bastante extraña -"instrumento
de expiación"- san Pablo se refiere al llamado "propiciatorio"
del antiguo templo, es decir, a la cubierta del arca de la alianza,
que estaba pensada como punto de contacto entre Dios y el hombre, punto
de la presencia misteriosa de Dios en el mundo de los hombres. Este
"propiciatorio", en el gran día de la reconciliación
--Yon Kippur-- era asperjado con la sangre de los animales sacrificados,
sangre que ponía simbólicamente los pecados del año
transcurrido en contacto con Dios, y así, los pecados arrojados
al abismo de la voluntad divina eran casi absorbidos por la fuerza de
Dios, superados, perdonados. La vida comenzaba de nuevo.
San Pablo hace
referencia a este rito y dice: este rito era expresión del deseo
de que realmente se pudieran poner todas nuestras culpas en el abismo
de la misericordia divina y así hacerlas desaparecer. Pero con
la sangre de los animales no se realiza este proceso. Era necesario
un contacto más real ente la culpa humana y el amor divino. Este
contacto ha tenido lugar con la cruz de Cristo. Cristo, Hijo de Dios,
que se ha hecho verdadero hombre, ha asumido en sí mismo toda
nuestra culpa. Él mismo es el lugar de contacto entre la miseria
humana y la misericordia divina; en su corazón se deshace la
masa triste del mal realizado por la humanidad, y se renueva la vida.
Revelando este
cambio, san Pablo nos dice: Con la cruz de Cristo --el acto supremo
del amor divino, convertido en amor humano-- el antiguo culto con los
sacrificios de los animales en el templo de Jerusalén ha terminado.
Este culto simbólico, culto de deseo, ha sido sustituido ahora
por el culto real: el amor de Dios encarnado en Cristo y llevado a su
plenitud en la muerte de cruz. Por tanto, esto no es una espiritualización
del culto real, sino al contrario, es el culto real, el verdadero amor
divino-humano, que sustituye al culto simbólico y provisional.
La cruz de Cristo, su amor con carne y sangre es el culto real, correspondiendo
a la realidad de Dios y del hombre. Ya antes de la destrucción
externa del templo, para Pablo la era del templo y de su culto habían
terminado: Pablo se encuentra aquí en perfecta consonancia con
las palabras de Jesús, que había anunciado el fin del
templo y anunciado otro templo "no hecho por manos humanas"
--el templo de su cuerpo resucitado (Cf. Marcos 14,58; Juan 2,19 ss)--.
Éste es el primer texto.
2. El segundo texto
del cual quisiera hablar hoy se encuentra en el primer versículo
del capítulo 12 de la Carta a los Romanos. Lo hemos escuchado
y lo repito una vez más: "Os exhorto, pues, hermanos, por
la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como
una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro
culto espiritual". En estas palabras se verifica una paradoja aparente:
mientras el sacrificio exige por norma la muerte de la víctima,
Pablo hace referencia a la vida del cristiano. La expresión "presentar
vuestros cuerpos", unida al concepto sucesivo de sacrificio, asume
el esbozo cultual de "dar en oblación, ofrecer". La
exhortación a "ofrecer los cuerpos" se refiere a la
persona entera; de hecho, en Romanos 6, 13, invita a "presentaros
a vosotros mismos". Por lo demás, la referencia explícita
a la dimensión física del cristiano coincide con la invitación
a "glorificar a Dios con vuestro cuerpo" (1 Corintios 6, 20):
se trata de honrar a Dios en la existencia cotidiana más concreta,
hecha de visibilidad relacional y perceptible.
Un comportamiento
de este tipo es calificado por Pablo como "sacrificio vivo, santo,
agradable a Dios". Es aquí donde encontramos precisamente
el vocablo "sacrificio". En el uso corriente este término
forma parte de un contexto sacro y sirve para designar el degollamiento
de un animal, del que una parte puede ser quemada en honor de los dioses
y la otra consumida por los oferentes en un banquete. Pablo lo aplicaba
en cambio a la vida del cristiano. De hecho califica un sacrificio así
sirviéndose de tres adjetivos. El primero --"vivo"--
expresa una vitalidad. El segundo --"santo"-- recuerda la
idea paulina de una santidad que no está ligada a lugares u objetos,
sino a la persona misma del cristiano. El tercero --"agradable
a Dios"-- recuerda quizás la frecuente expresión
bíblica del sacrificio "de suave olor" (Cf. Levítico
1,13.17; 23,18; 26,31; etc.).
Inmediatamente
después, Pablo define así esta nueva forma de vivir: éste
es "vuestro culto espiritual". Los comentadores del texto
saben bien que la expresión griega (ten logiken latreían)
no es fácil de traducir. La Biblia latina traduce: "rationabile
obsequium". La misma palabra "rationabile" aparece en
la primera Plegaria eucarística, el Canon Romano: en él
se reza para que Dios acepte esta ofrenda como "rationabile".
La tradicional traducción italiana "culto espiritual"
no refleja todos los detalles del texto griego (y ni siquiera del latino).
En todo caso no se trata de un culto menos real, o incluso solamente
metafórico, sino de un culto más concreto y realista,
un culto en el que el hombre mismo en su totalidad de un ser dotado
de razón, se convierte en adoración, glorificación
del Dios vivo.
Esta fórmula
paulina, que aparece de nuevo en la Plegaria eucarística romana,
es fruto de un largo desarrollo de la experiencia religiosa en los siglos
que preceden a Cristo. En esta experiencia se encuentran desarrollos
teológicos del Antiguo Testamento y corrientes del pensamiento
griego. Quisiera mostrar al menos algunos elementos de este desarrollo.
Los profetas y muchos Salmos critican fuertemente los sacrificios cruentos
del templo. Dice por ejemplo el salmo 50 (49), en el que es Dios quien
habla: "Si hambre tuviera, no habría de decírtelo,
porque mío es el orbe y cuanto encierra. ¿Es que voy a
comer carne de toros, o a beber sangre de machos cabríos? Ofrece
a Dios sacrificio de acción de gracias..." versículos
12-14) En el mismo sentido dice el salmo siguiente, 51 (50): "....
pues no te agrada el sacrificio, si ofrezco un holocausto no lo aceptas.
El sacrificio a Dios es un espíritu contrito; un corazón
contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias" (versículo
18 y siguientes). En el Libro de Daniel, en el tiempo de la nueva destrucción
del templo por parte del régimen helenístico (II siglo
a. C.) encontramos un nuevo paso en la misma dirección. En medio
del fuego --es decir, en la persecución, en el sufrimiento--
Azarías reza así: "Ya no hay, en esta hora, príncipe,
profeta ni caudillo, holocausto, sacrificio, oblación ni incienso
ni lugar donde ofrecerte las primicias, y hallar gracia a tus ojos.
Mas con alma contrita y espíritu humillado te seamos aceptos,
como holocaustos de carneros y toros... tal sea hoy nuestro sacrificio
ante ti, y te agrade que plenamente te sigamos" (Daniel 3,38ss).
En la destrucción del santuario y del culto, en esta situación
de privación de todo signo de la presencia de Dios, el creyente
ofrece como verdadero holocausto el corazón contrito, su deseo
de Dios.
Vemos un desarrollo
importante, hermoso, pero con un peligro. Existe una espiritualización,
una moralización del culto: el culto se convierte sólo
en algo del corazón, del espíritu. Pero falta el cuerpo,
falta la comunidad. Así se entiende por ejemplo que el Salmo
51 y también el libro de Daniel, a pesar de criticar el culto,
deseen la vuelta al tiempo de los sacrificios. Pero se trata de un tiempo
renovado, en una síntesis que aún no era previsible, que
aún no podía pensarse.
Volvamos a san
Pablo. Él es heredero de estos desarrollos, del deseo del culto
verdadero, en el que el mismo hombre se convierta en gloria de Dios,
adoración viviente con todo su ser. En este sentido dice a los
Romanos: "Ofreced vuestros cuerpos como una víctima viva...
tal será vuestro culto espiritual" (Romanos 12,1). Pablo
repite así cuanto ya había señalado en el capítulo
3: El tiempo de los sacrificios de animales, sacrificios de sustitución,
ha terminado. Ha llegado el tiempo del culto verdadero. Pero también
aquí se da el peligro de un malentendido: se podría interpretar
fácilmente este nuevo culto en un sentido moralista: ofreciendo
nuestra vida hacemos nosotros el culto verdadero. De esta forma el culto
con los animales sería sustituido por el moralismo: el hombre
lo haría todo por sí mismo con su esfuerzo moral. Y esta
ciertamente no era la intención de san Pablo. Pero persiste la
cuestión. ¿Cómo debemos interpretar por tanto este
"culto espiritual razonable"? Pablo supone siempre que hemos
llegado a ser "uno en Cristo Jesús" (Gálatas
3,28), que hemos muerto en el bautismo (Cf. Romanos 1) y vivimos ahora
con Cristo, por Cristo, en Cristo. En esta unión --y sólo
así-- podemos ser en Él y con Él "sacrificio
vivo", ofrecer el "culto verdadero". Los animales sacrificados
habrían debido sustituir al hombre, el don de sí del hombre,
y no podían. Jesucristo, en su entrega al Padre y a nosotros,
no es una sustitución, sino que comporta realmente en sí
al ser humano, nuestras culpas y nuestro deseo; nos representa realmente,
nos asume en sí mismo. En la comunión con Cristo, realizada
en la fe y en los sacramentos, nos convertimos, a pesar de nuestras
deficiencias, en sacrificio vivo: se realiza el "culto verdadero".
Esta síntesis
está en el fondo del Canon Romano en el que se reza para que
esta ofrenda sea "rationabile", para que se realice el culto
espiritual. La Iglesia sabe que en la Santísima Eucaristía
la autodonación de Cristo, su sacrificio verdadero, se hace presente.
Pero la Iglesia reza para que la comunidad celebrante esté realmente
unida con Cristo, sea transformada; reza para que nosotros mismos lleguemos
a ser aquello que no podemos ser con nuestras fuerzas: ofrenda "rationabile"
que agrada a Dios. Así la Plegaria eucarística interpreta
de modo adecuado las palabras de san Pablo. San Agustín aclaró
todo esto de forma maravillosa en el décimo libro de su Ciudad
de Dios. Cito solo dos frases: "Este es el sacrificio de los cristianos:
aun siendo muchos somos un solo cuerpo en Cristo"... "Toda
la comunidad (civitas) redimida, es decir, la congregación y
la sociedad de los santos, es ofrecida a Dios mediante el Sumo Sacerdote
que se ha entregado a sí mismo (10,6: CCL 47, 27 ss).
3. Finalmente,
quiero dejar una breve reflexión sobre el tercer texto de la
Carta a los Romanos referida al nuevo culto. San Pablo dice así
en el capítulo 15: "La gracia que me ha sido otorgada por
Dios, de ser para los gentiles ministro de Cristo Jesús, ejerciendo
el sagrado oficio (hierourgein) del Evangelio de Dios, para que la oblación
de los gentiles sea agradable, santificada por el Espíritu Santo"
(15, 15s). Quisiera subrayar sólo dos aspectos de este texto
maravilloso y un aspecto de la terminología única de las
cartas paulinas. Ante todo, san Pablo interpreta su acción misionera
entre los pueblos del mundo para construir la Iglesia universal como
acción sacerdotal. Anunciar el Evangelio para unir a los pueblos
en la comunión con Cristo resucitado es una acción "sacerdotal".
El apóstol del Evangelio es un verdadero sacerdote, hace lo que
está en el centro del sacerdocio: prepara el verdadero sacrificio.
Y después el segundo aspecto: la meta de la acción misionera
es --podemos decirlo así-- la liturgia cósmica: que los
pueblos unidos en Cristo, el mundo, se convierta como tal en gloria
de Dios, "oblación agradable, santificada en el Espíritu
Santo". Aquí aparece el aspecto dinámico, el aspecto
de la esperanza en el concepto paulino del culto: la autodonación
de Cristo implica la tendencia de atraer a todos a la comunión
de su Cuerpo, de unir al mundo. Sólo en comunión con Cristo,
el Hombre ejemplar, uno con Dios, el mundo llega a ser tal y como todos
lo deseamos: espejo del amor divino. Este dinamismo está presente
siempre en la Escritura, este dinamismo debe inspirar y formar nuestra
vida. Y con este dinamismo comenzamos el nuevo año. Gracias por
vuestra paciencia.
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