En
muchos países de tradición occidental se
vive una situación de fuertes cambios culturales, que han creado
un clima de miedos y de inseguridad personal y familiar. Algunos síntomas
podrían servir para retratar la situación:
-Familias
pequeñas (pocos hijos, si los tienen). Esto lleva a una fuerte
disminución del número de niños y a la imposibilidad
práctica en mantener abiertas algunas escuelas por falta
de alumnos.
-Conflictos
de pareja, ruptura de matrimonios y divorcios. Allí donde
hay hijos, enfrentamientos por lo que se refiere a la custodia de
los niños, y graves daños en los más pequeños
como consecuencia de la problemática familiar.
-En
los jóvenes, alargamiento del noviazgo durante años
y años, y aumento de las convivencias sin compromiso (las
así llamadas parejas de hecho).
-Elevado
número de embarazos en chicas muy jóvenes (adolescentes)
o en mujeres sin casar.
-Uso
del aborto como medida para remediar embarazos no deseados,
fuera o dentro del matrimonio.
-Aumento
de la dependencia respecto a drogas, bebidas alcohólicas
y pornografía, lo que lleva muchas veces a serios daños
psicológicos, de salud y en la vida de convivencia con los
demás.
-Falta
de esperanza en conseguir trabajo entre quienes terminan los estudios,
o en adultos que han perdido el empleo que tenían anteriormente.
-Precios
muy altos (prácticamente prohibitivos) para conseguir un
piso o una casa.
-Dificultades
a nivel regional y estatal para cubrir las pensiones de los ancianos
(cada vez más numerosos). Situaciones de abandono de ancianos,
algunos de los cuales viven en condiciones serias de pobreza.
-Fuertes
impuestos, directos (sobre el piso, el salario, los movimientos
de dinero) e indirectos (sobre gran cantidad de productos de consumo).
-Gran
cantidad de gastos, algunos obligatorios (el seguro
del coche) y otros considerados como normales según
el estilo de vida aceptado por la sociedad (gasolina, gas, electricidad,
algún seguro privado para enfermedad, etc.).
-Deseos
de conseguir un dinero fácil (lotería,
quinielas, juegos de azar con apuestas) que casi nunca llega a la
mayoría, y que a no pocos puede llevar a serias pérdidas
económicas.
-Sanidad
regular en algunas regiones, con hospitales llenos de enfermos y
mal atendidos, con citas médicas que hay que esperar por
semanas o meses.
-El
misterio de una muerte que quisiéramos controlar y que llega
en mil formas (accidentes, enfermedades, imprevistos que son parte
de la misma vida).
-En
el campo espiritual, pérdida de la fe cristiana en muchas
personas, y búsqueda de alternativas o de sucedáneos
(técnicas New Age, recurso a métodos de autosuperación
humana, fáciles terapias psicológicas para uso y consumo
de cada uno).
Se
podrían señalar otros muchos aspectos. El panorama no
es, ciertamente, halagüeño. Parecería que las sombras
son superiores a las luces, que la esperanza ha quedado relegada a
pocos corazones optimistas. El aumento del bienestar (se
nos repite que vivimos con más dinero, mejor comida, acceso
a lujos que en el pasado eran privilegio de pocos) no
ha sido acompañado por un aumento de serenidad interior, sino
por angustias, por miedos, por inseguridades.
En
medio de esta situación sobreviven, para sorpresa de muchos,
personas, familias y asociaciones llenas de confianza, alegría,
amor, paz. ¿Podemos enumerar a algunos?
-Familias
quizá no ricas, pero abiertas a la vida, capaces de acoger
numerosos hijos con ilusión y confianza.
-Novios
que quieren respetarse mutuamente y que esperan al matrimonio para
llegar a la plena donación mutua.
-Adultos
que saben mirar al cielo cuando pierden el trabajo y ponen su confianza
en el Dios que lleva los hilos de la historia.
-Jóvenes
que son capaces de dejar de pensar en la carrera y en sus planes
personales para ofrecer uno o dos años de su vida al servicio
de los demás a través de las numerosas formas de voluntariado
que se han desarrollado en los últimos años.
-Esposos
que saben ser fieles a sus compromisos matrimoniales, que tienen
energías para superar pequeños o grandes momentos
de crisis, que buscan renovar el amor que los une como familia.
-Jóvenes
y adultos que han aprendido que el dinero no lo es todo, que lo
administran con sentido de lo esencial, que evitan vicios que corroen
la conciencia y vacían los bolsillos, que establecen una
correcta jerarquía de valores para no aspirar a más
de lo que pueden, que buscan ayudar a aquellos que viven en situaciones
de pobreza o de marginación.
Quizá
sean pocos los que gozan de esa paz extraña y profunda. Quizá
las sombras parezcan largas desde lo que leemos y oímos en
las mil noticias de la semana. Pero no por ello deja de ser posible
un modo distinto de vivir, por encima de lo contingente, por encima
de lo que pasa, por encima de las modas y los miedos de un mundo inquieto.
¿Está
bien o está mal este mundo en que vivimos? No podemos dar un
diagnóstico perfecto. Podemos, eso sí, ver aquello que
está en nuestras manos, optar por construir, desde nuestro
pequeño mundo, desde nuestra alegría y nuestra esperanza,
un oasis que sea faro y acogida para los nuestros y para tantos hombres
y mujeres que contactamos en las múltiples encrucijadas de
la vida.
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