Papá, vuelve a casa
Fernando Pascual, L.C.
¿Quién educa a mi hijo?
Victoria Cardona

        La vida moderna no es nada fácil. Parece que el progreso, en vez de facilitar, ha creado nuevas dificultades, ha sembrado de dificultades la vida familiar, especialmente por lo que se refiere a la figura del padre.

        Hace muchos años las familias podían vivir con un pedazo de tierra, unos animales, una casita de adobe, mucha confianza en las lluvias y en los amigos, y el trabajo de todos. Ahora, con televisor, coche, lavadora, vacaciones en lugares lejanos y casas con un muy eficiente sistema de cañerías, gas y luz eléctrica, parece que el agobio es el pan nuestro de cada día de millones de familias del mundo entero.

        Por tantas necesidades, por tantas urgencias, por tanto “progreso”, resulta que muchas veces el padre y la madre trabajan horas y horas para cubrir los costos.

        Queremos ahora fijarnos especialmente en el padre, que suele ser, en un gran número de familias, la principal fuente de ingresos. Sale temprano, trabaja horas y horas, sufre de estrés ante la inseguridad de las empresas, tiembla cada vez que hay reajuste de plantilla. Y, si le ofrecen horas extras y bien pagadas, no duda en decir sí: la cuenta del banco está otra vez en los límites de la línea roja.

        Por el deseo de dar lo máximo a los suyos, a la esposa, a los hijos, algunos padres de familia, literalmente, “se matan”. Con un deseo maravilloso: que no falte nada, que en la casa no falten tantas cosas “importantes” que hacen a la vida soportable, que se consiga la mejor escuela para los hijos, que haya un poco de ahorros para cualquier emergencia.

        Muchas veces, sin darnos cuenta, ese esfuerzo afecta a importantes aspectos de la figura paterna, que son mucho más hermosos que el dinero, que el mantenimiento del coche o que la posibilidad de ir al club en familia los fines de semana.

        Es cierto que sin dinero el refrigerador queda vacío y las cuentas del gas no pueden ser pagadas al final de mes. Es cierto que sin dinero no podemos mantener las clases de música del niño, o de inglés de la niña, o de deporte del primogénito. Es cierto que sin dinero esas vacaciones prometidas el año pasado deberán ser pospuestas un año más.

        Pero, ¿no es verdad también que la niña quisiera tener a papá al lado para hacer los problemas de matemática? ¿Que el hijo pequeño querría preguntar a su padre cómo entenderse mejor con un amigo al que a veces desprecia pero que tiene un buen corazón? ¿Que el grande querría jugar el próximo partido de basquet con la silueta y, sobre todo, con la mirada del padre entre las gradas?

        La misma esposa, que muchas veces también trabaja, querría poder contar más tiempo con su esposo. Tiempo “de calidad”, pues sí pasan momentos los dos juntos; pero están tan cansados que sólo piensan en dormir después de haber dicho algunos consejos a los hijos y de haber arreglado esos papeles que siempre están amenazando en la mesa del despacho como asuntos que exigen ser atendidos cuanto antes.

        La figura del padre puede eclipsarse en un mundo de mil necesidades y de prisas, puede quedar reducida a alguien que entra y sale como estrella fugaz, siempre angustiado, siempre inquieto, siempre con cosas muy importantes que hacer. Cuando la “cosa” más importante, la vocación más profunda y más grande que tiene un padre es precisamente esa: ser esposo y ser padre. Lo cual es el fulcro que debería justificar todo el trabajo y todas las luchas por mantener una situación económica aceptable.

        Muchos dirán: pero entonces, ¿qué hago? Si me echan del trabajo, voy a tener que vagabundear hasta que me admitan en otro sitio, o ver si me ofrecen algunas “chapuzas” provisionales mientras logro colocarme en un buen trabajo. Y si me toca un empleo mediocre y mal pagado, ¿cómo mantener a una familia con el mínimo de dignidad que todos merecen?

        Si la respuesta fuese fácil, no habría que darla. Pero como es difícil, seguramente quedará un poco así, a mitad. Lo que sí está claro es que hay casos (y son más de los que imaginamos, aunque por desgracia no son muchos) en los que el tiempo para la familia aumentaría notablemente si todos, padres e hijos, aceptasen un tenor de vida con menos “cosas” y con más cariño y convivencia. Renunciar a ese viaje, a ese coche nuevo al menos por este año, a esas clases particulares, al club de él o de ella (o de los dos)... Son decisiones que, ciertamente, cuestan, pero que iniciarían a desahogar un poco la situación familiar al dejar más tiempo para estar juntos, aunque sea para pasear por el parque del fraccionamiento.

        Muchos otros padres, hay que ser realistas, dirán que les resulta imposible renunciar al tiempo de trabajo para estar más en familia. Pero en esos casos (y en los otros, siempre), el mismo trabajo puede quedar bañado por la presencia de la esposa y de los hijos. El padre sabrá encontrar un momento al día para llamar por teléfono a ella, al hijo, a la hija. Llevará en su corazón las preocupaciones que tiene la niña con sus materias, el niño con sus amigos, el grande con la carrera que va a iniciar y que decidirá buena parte de su futuro.

        Llegará a casa cansado, y eso muchas veces es muy difícil de evitar. Pero encontrará fuerzas para que su mejor manera de descansar sea el estar en el cuarto de los niños, el ver sus dibujos y sus sueños, el husmear lo que hay de nuevo en el armario de mamá, el buscar con todos la pieza del rompecabezas que ha caído Dios sabe dónde.

        Basta a veces con poco para que papá llegue a casa y, de verdad, sea de casa. Basta con poco para que el trabajo sea menos obsesivo y la familia sea más gratificante. Basta con poco para que entre todos se pueda vivir un clima más sereno y más íntimo. Porque cuando la esposa y los hijos ven que están continuamente en el corazón del padre comprenden y perdonan que algún día llegue más tarde y más cansado. Sobre todo si ven que sonríe, como un niño travieso, antes de mostrar el coche de carreras que esconde en su bolsa llena de papeles y de ilusiones, llena del cariño de los suyos y para los suyos.