La pedagogía del amor
Fernando Pascual, L.C.
¿Quién educa a mi hijo?
Victoria Cardona

         Papá y mamá se han ido a la cama, y, cuando van a apagar la luz, se asoma, por la puerta entreabierta, la cabecita morena de Juanín. “¿Me puedo acostar con vosotros?”. Mamá no puede decir que no, aunque quizá papá, que está más cansado, parece que levanta las cejas como para decir: “ya empezamos...”

         La escena puede ser familiar entre quienes tienen niños pequeños, y refleja una verdad muy profunda. El matrimonio no puede agotarse en el “te quiero, me quieres”, sino que abre una puerta enorme, misteriosa y emocionante, a quienes piden ser acogidos entre los pliegues del lecho nupcial. Cada mamá que ha llevado a su hijo (de ella y de él, conviene no olvidarlo) durante 9 meses dentro de sus entrañas conoce muy bien esta verdad. Quizá el papá a veces no se da cuenta del misterio de gestación que transcurre en esas semanas de misterio, cuando queremos imaginar cómo será nuestro hijo, y cuando también nos ponemos a pensar en lo difícil que va a ser su vida en el futuro que tenemos por delante.

         No se trata ahora de reflexionar sobre la utilidad psicológica del sueño infantil en la alcoba de los padres, ni sobre hasta qué edad se pueden “tolerar” estas peticiones de los niños (a las que, según algún psicólogo, no siempre hay que acceder). Podríamos fijarnos, más bien, en lo importante que es para todo niño (incluso desde que inicia el embarazo) el sentirse acogido, el sentirse amado, el encontrar en sus padres el cariño y el amor de alguien que se sacrifique, que renuncie y que dé todo por uno mismo.

         Ese amor inicia antes del nacimiento, como ya dijimos. En efecto: el ingreso de un nuevo ser humano en el mundo es posible, normalmente, porque dos personas se aman. Desde el amor de los esposos inicia la aventura de una nueva existencia: así el punto de partida nos coloca ante el misterio del amor. Por desgracia, no son suficientes los estudios psicológicos que se hacen sobre los efectos de la falta de amor en el niño durante el embarazo, pero algunos han notado que ciertas enfermedades o desequilibrios mentales o de trato arrancan precisamente de esa falta de cariño. Pero el poder seguir adelante, el ser acogido, el ser alimentado, el ser defendido ante los ataques del exterior, también es posible sólo desde el amor, en la continuidad radical del afecto ininterrumpido. Si en el embarazo esta verdad ya es muy importante, se hace mucho más patente en los primeros momentos de la infancia, cuando entre el hijo y la mamá se establece un trato muy íntimo, casi exclusivo de la especie humana. La misma lactancia en el hombre se realiza de tal forma que el bebé puede tener frente a sí el rostro amable y bueno de quien le ofrece leche, protección y cariño. Los ojos del niño se encuentran con los ojos de su madre, y se inicia un diálogo mudo o de gestos sencillos e imperceptibles que, en el fondo, enseñan una cosa sencilla y sublime: ¡qué bella es la vida cuando existe cariño y amor!

         Luego, los primeros pasos, las primeras aventuras, los primeros coscorrones... Ahora son papá y mamá, juntos o de modo alternado, quienes deben seguir el resultado de tal o cual experimento que el pequeño realiza para poder alcanzar, poco a poco, el dominio del universo que le rodea, y el control de sus propios movimientos (tantas veces torpes o incapaces de alcanzar objetivos tan sencillos como agarrar el chupete o tirarle la cola al gato...). Todo se desarrolla con rapidez, pues nuestros hijos van conquistando siempre nuevas metas que implican, a la vez, más riesgos, más aventuras, más cicatrices... En medio de todo lo que va sucediendo, el niño de 2, 3, 5, 6 años, sigue sintiéndose siempre atado por el amor de los padres, y ello da una enorme seguridad, un cierto aire de optimismo: “Si algo va mal, papá o mamá harán su parte”.

         La mayor edad del niño va pidiendo cada vez más autonomía. Además, no siempre podemos estar sobre él, ni tampoco es conveniente pedagógicamente. Pero ello no quita que nuestro amor esté alerta, vigilante frente a lo que pueda ocurrir, pues la vida no está sino comenzando. ¿Por qué esa tensión continua, por qué esa excitación cuando el hijo sale de casa y llega un poquito tarde? Es obvio que vivir es un riesgo, pero quien ama no quiere ni soñar en la posibilidad de perder al ser amado. Lo saben muy bien los padres que han perdido, cuando aún tenía pocos años, a uno de sus hijos. Pero también lo saben los padres que han visto un día salir de casa al “niño” que ya no es tan niño y que empieza a vivir por su propia cuenta, y que llega después de muchas horas (o incluso días) de espera dramática, en condiciones a veces bastante penosas...

         Pues bien, también el adolescente, el joven y la joven, e incluso los “grandes”, necesitan (necesitamos) seguir recibiendo el amor de los padres. No creamos que su mayor suficiencia, su resistencia creciente a nuestros mandatos, incluso su rebeldía en palabras o en portazos significan que no les interesa nuestro amor, o que pretenden romper todo lazo de relación. Quizá, si entramos en profundidad en la psicología del “chico no tan chico” encontraremos una tremenda inseguridad y, a la vez, un enorme deseo de encontrar un punto de apoyo o, mejor, un amor que lo siga, lo acompañe, y, en ocasiones, lo “soporte” cuando llegan los momentos de la dificultad. Podríamos hacer mucho más bien a un hijo o hija rebelde con una palabra de comprensión y de escucha que con un bofetón (por más justificado que nos pueda parecer). Incluso quizá alguna vez un castigo mayor puede ser bien aceptado cuando el hijo comprende que procede del amor de los padres y no de una rabia mal contenida o de un deseo vago de venganza o de prepotencia.

         En un mundo de padres desorientados y de niños y adolescentes descarriados, el construir relaciones de amor y de afecto puede significar una revolución de consecuencias imprevisibles y de alegrías inmensas. Ante la cultura de la desconfianza y del miedo, ante la “promoción” de la rebeldía y del choque, las familias que se basan en el amor mutuo pueden significar una novedad “revolucionaria”, capaz de cambiar el curso de la historia humana. Sólo desde el momento en el que uno es amado ese uno puede empezar a amar. Si queremos que nuestros hijos aprendan ese difícil arte, nosotros hemos de dar los primeros, segundos y terceros pasos. El resto depende del tiempo. ¿Demasiado fácil? Para quien ama de verdad, a pesar de las dificultades y rechazos, seguirá siendo siempre fácil. Así se podrá construir una nueva pedagogía: la pedagogía del amor.