Honremos a nuestros mayores y dejémonos de chorradas
Remedios Falaguera
El libro del matrimonio: esa misteriosa unión
José Pedro Manglano

        Esta mañana, cuando he leído que el gobierno del Sr. Artur Mas pretende retrasar hasta noviembre el copago que las residencias de ancianos concertadas reciben por parte de la Generalitat, he despertado al instante de mi letargo.

        ¡Dios mío, no me lo podía creer! ¡Que falta de respeto y de justicia con nuestros mayores!

        ¿No se les podía haber ocurrido cerrar la caja "sin fondo" con el que se subvenciona todo lo que tiene que ver con la inmersión lingüística obligatoria, la sin razón de muchas embajadas, las actividades de esparcimiento de innumerables asociaciones juveniles, o las fiestas "patrióticas"; en vez de recortar los servicios para la atención y el cuidado de nuestros ancianos?

        "Honra a tu padre y a tu madre" –leemos en la Carta a los Ancianos de Juan Pablo II en 1999–, un deber, por lo demás, reconocido universalmente. De su plena y coherente aplicación no ha surgido solamente el amor de los hijos a los padres, sino que también se ha puesto de manifiesto el fuerte vínculo que existe entre las generaciones. Donde el precepto es reconocido y cumplido fielmente, los ancianos saben que no corren peligro de ser considerados un peso inútil y embarazoso.

        "Ponte en pie ante las canas y honra el rostro del anciano" (Lv 19, 32). Honrar a los ancianos supone un triple deber hacia ellos: acogerlos, asistirlos y valorar sus cualidades. En muchos ambientes eso sucede casi espontáneamente, como por costumbre inveterada. En otros, especialmente en las Naciones desarrolladas, parece obligado un cambio de tendencia para que los que avanzan en años puedan envejecer con dignidad, sin temor a quedar reducidos a personas que ya no cuenta nada. Es preciso convencerse de que es propio de una civilización plenamente humana respetar y amar a los ancianos, porque ellos se sienten, a pesar del debilitamiento de las fuerzas, parte viva de la sociedad. Ya observaba Cicerón que "el peso de la edad es más leve para el que se siente respetado y amado por los jóvenes.

        Una sociedad que no respeta, honra y cuida a sus ancianos, es una sociedad con fecha de caducidad. Facilitar que nuestros mayores lleguen y disfruten de la vejez de una forma digna es un gran deber que tenemos todos –especialmente las administraciones publicas–, hacia las generaciones que han contribuido, cuanto menos, a hacer la historia de este país.