Si hay algo común a los hombres de todos los tiempos y lugares, esto es el deseo de felicidad y la esperanza de conseguirla. Sin embargo, cuando alcanzamos aquello que anhelamos solemos ver claramente que esto, en realidad, no lo era todo. El hombre necesita una esperanza que vaya mas allá. Es evidente que solo puede contentarse con algo infinito, algo que será siempre más de lo que nunca podrá alcanzar.

        Por eso cuando las ideologías o los políticos nos ofrecen la felicidad, nos están engañando. Son incapaces de poderla lograr ni siquiera para ellos mismos. Si sólo podemos esperar lo que es efectivamente posible en cada momento o lo que las autoridades políticas y económicas nos ofrecen, nuestra vida se ve abocada muy pronto a quedar sin esperanza.

        La felicidad de cada uno de nosotros depende de nuestra libertad interior, del anhelo de búsqueda de la verdad, de nuestra lucha por ser mejores en cada momento. Por eso, aún en el sufrimiento se puede tocar la felicidad.

¿Vida buena o sentirse bien?

        En apariencia el hombre moderno es muy libre, sin embargo detrás de esa apariencia se esconde la "dictadura emotiva" y la loca carrera por sentirse bien con uno mismo. Ese sentirse bien con uno mismo se hace depender de los sentimientos fluctuantes y fugaces que no suelen depender de nosotros mismos.

        Los clásicos se referían a la buena vida y la relacionaban con alcanzar el Bien. El dilema está en que para alcanzar ese Bien hace falta poner en marcha la inteligencia y la voluntad y eso conlleva esfuerzo y sacrificio, algo que no parece que entre en los cánones del mundo que hemos construido y en el que todo nos es debido.

        La búsqueda del Bien, y por ende el uso de la inteligencia y la voluntad, es lo que nos acerca a la verdadera felicidad, a la buena vida. Es ahí dónde el hombre es más libre y más feliz, esa es la lucha más humana.