Sí, quiero
Sí, te quiero: claves para un matrimonio feliz
Cada vez se está tomando más conciencia de la necesidad de preparar bien a los novios que se deciden a contraer matrimonio. El método Sí, te quiero es una colección de 12 documentales, en dos DVD, que acaba de publicar Goya Producciones y Editorial Casals. Va acompañado de un libro, del mismo título, escrito por Alfonso Basallo y Teresa Díez, que refuerza los audiovisuales y ayuda a aclarar dudas sobre el noviazgo y el matrimonio. Destacamos algunos párrafos que bien pueden ayudar a muchos novios... y a muchos esposos.
Lola Torbellino
María Vallejo-Nájera

        Cómo sabemos si hemos acertado? Si creemos que todo obedece a un guión pensado desde toda la eternidad, es lógico suponer que el Autor habrá dispuesto las cosas para que localicemos a esa persona en nuestro círculo de amigos o compañeros. No es obligatorio tener las mismas ideas políticas, ni seguir al mismo equipo de fútbol. En cambio, ayudará mucho que compartamos el mismo concepto de familia, la apertura a la vida, los hijos o la educación, y que pensemos de igual modo respecto al dinero –cuestión peliaguda, que une o desune–.

El Matrimonio, cosa de tres

        En el sacramento del Matrimonio, la alianza en Cristo consiste en la entrega de la vida al otro cónyuge a lo largo de todo el matrimonio, de modo semejante a como Cristo se entregó a la Iglesia. Esa entrega no se limita a los momentos en que las cosas van bien, sino que es una entrega para siempre. El matrimonio cristiano, en cuanto que tiene tres protagonistas, es una alianza a tres bandas: el esposo, la esposa y Jesucristo. Esto sólo resulta posible con la ayuda de la gracia divina, que sana, fortalece y eleva nuestra alma. Esta gracia nos llega abundantemente, sobre todo, por medio de los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía. Pero hay que acoger esa gracia, aceptarla, abrazarse a ella...

La importancia de comunicarse

        Tened en cuenta cinco consejos: Saber escuchar (nuestra primera batalla contra el yo debemos librarla en este terreno), Lo mío es tuyo (comunicarse es compartir, no vivir como si todavía fuésemos solteros, cada uno con su mundo, sus hobbies y sus preocupaciones), La intimidad es sagrada (tu amigo más íntimo debe ser tu mujer, y tu amiga más íntima debe ser tu marido; te has casado para estar con tu cónyuge, también en tu tiempo libre; y no hay que hablar mal del otro ante los demás), Comunicación instantánea como el café (hay que hablarlo todo, y hablarlo pronto, primero con tu cónyuge, no con un compañero de trabajo o con mamá), No dejar morir los temas (sino abordarlos y dedicarles el tiempo que sea necesario, yendo al fondo y con sinceridad). Yante las discusiones: delicadeza, ponerse en la piel del otro y pedirse perdón.

El amor de los esposos

        Durante mucho tiempo, ha cundido la idea errónea de que el matrimonio era sólo un remedio para la concupiscencia, una especie de mal menor para incontinentes. En cambio, el acto conyugal –en realidad, toda la vida conyugal y, obviamente la relación íntima entre los esposos– puede ser un encuentro con Dios. Toda la vida conyugal es fuente de gracia y santidad. Ésta es una realidad grandiosa y sumamente alentadora que se suele olvidar: los actos propios del matrimonio, rectamente vividos, disponen a los esposos a recibir la gracia santificante y son, en cierto modo, como un icono del amor de Dios, como decía Juan Pablo II. La regla es la dignidad y la felicidad del oto. El objetivo no es el gusto propio, sino el contento y el bien del cónyuge, que es una persona a imagen de Dios.

Muchos hijos son un regalo

        Lo responsable no es distanciar el tener los hijos, por comodidad o egoísmo, y quedarse con el hijo único o la parejita. Los cónyuges pueden excluir voluntariamente el nacimiento de nuevos hijos si media una causa grave. Si no la hay, lo normal en un matrimonio sano y sin problemas médicos es tener bastantes hijos. Cada pareja tiene la medida de su generosidad. Al cabo, la decisión sobre el número de hijos es una cuestión de amor y de entrega. Siempre ha sido difícil tener hijos, cualquier padre lo sabe. No es un problema de medios, sino de prioridades. Con los hijos nunca salen las cuentas; familia y economía son términos contrapuestos. La familia es deficitaria por principio, pero la riqueza que proporciona supera con creces la estrechez material. No hay nada más enriquecedor que el amor, que nos saca de nuestro egoísmo y nos hace crecer.