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1.
Planteamiento
Padre y madre son, por naturaleza, los primeros e irrenunciables educadores de sus hijos. Sin embargo, en los momentos actuales, a veces da la impresión de que pretenden ignorarlo. No solo solicitan ayuda, sino que piden, con más o menos conciencia y claridad, ser sustituidos en esa tarea indelegable. 1.1. La dificultad de educar Esta especie de resistencia resulta más que comprensible. Y es que la misión paternomaterna de educar no es nada fácil y tal vez menos todavía en los tiempos presentes. En cualquier caso, está llena de contrastes, en apariencia inconciliables. Por ejemplo, a lo largo de toda su existencia, los padres:
1.2. Necesidad de aprender a ser padres En consecuencia, los padres han de aprender por sí mismos a serlo y desde muy pronto. En ningún oficio la capacitación profesional comienza cuando el aspirante alcanza puestos de relieve y tiene entre sus manos encargos de alto riesgo: no ocurre así ni en la albañilería, la mecánica, las artes gráficas o el diseño; tampoco en medicina, en la arquitectura, en la ingeniería, en el derecho, en la carrera militar, la política, la administración o en el seno de una empresa ¿Por qué en el oficio de padres debería ser de otra forma? ¿Tal vez porque su responsabilidad es menor que la de quienes trabajan en una profesión convencional? Da la impresión de que no. Al contrario, como vengo repitiendo desde hace años, tras las huellas de Juan Pablo II, según es la familia, tal es la sociedad, porque así es el hombre, la persona humana: el futuro de la civilización se juega en el seno de cada hogar, incluso de cada matrimonio. ¿Acaso, entonces, porque se trata más de un arte que de una ciencia? Aunque se pudiera estar de acuerdo en este punto, en ningún arte bastan la inspiración y la intuición. Es menester también instruirse, formarse, ejercitarse, como confirman justamente los artistas que dan la impresión de trabajar sin apenas esfuerzo. Cuanto más natural parece la obra maestra, más trabajo ha llevado consigo: un empeño, la mayor parte de las veces previo, sedimentado a modo de habilidades. 1.3. No recetas, pero sí principios Por otro lado, aprender el oficio de padre y educador no consiste en proveerse de un conjunto de recetas o soluciones ya dadas e inmediatamente aplicables a los problemas que van surgiendo. Ni tampoco de un racimo de técnicas infalibles. Tales recetas y tales técnicas no existen. Hay, por el contrario, principios o fundamentos de la educación, que iluminan las distintas situaciones: los padres deben conocerlos muy a fondo, hasta hacerlos pensamiento de su pensamiento y vida de su vida, para con ellos, y casi sin necesidad de deliberaciones, encarar la práctica diaria. Y tampoco se trata de una tarea sencilla. Teniendo esto claro, y sin demasiadas pretensiones, ofreceré dos o tres de los principales criterios y sugerencias sobre el arte de las artes, como ha sido llamada la educación. O, mejor, como se verá de inmediato, intentaré señalar el fundamento último de toda acción educativa. 2. En la confluencia de tres amores Planteando el asunto del modo más hondo y radical posible, las claves de la educación y de todas las tareas que lleva consigo se encierran en un solo término amar y en los dos corolarios que de ahí se siguen:
Veamos cómo se concreta lo que acabo de sugerir. 3. Amor a los hijos 3.1. Amor auténtico y real Lo primero que los padres necesitan para educar es un verdadero y cabal amor a sus hijos. Según escribe un autor francés, la educación requiere, además de «un poco de ciencia y de experiencia, mucho sentido común y, sobre todo, mucho amor». Con otras palabras, es preciso dominar algunos principios pedagógicos y obrar con sensatez, pero sin suponer que baste aplicar una bonita teoría para lograr seguros resultados. Todo ello sería insuficiente sin el elemento indispensable de un amor auténtico y cabal. ¿Por qué? Por muchísimos motivos, la mayoría de ellos conocidos por intuición.
3.2. Amor clarividente El verdadero amor nunca es ciego, sino todo lo contrario: sagaz y penetrante. De hecho, será ese amor el que enseñe a los padres:
Y, según apuntaba, en todo este difícil arte los padres resultan irreemplazables; hay ayudas más o menos eficaces, pero lo definitivo son siempre ellos, en plural: el padre y la madre. Un matrimonio muy agobiado por su trabajo profesional buscaba en una tienda de juguetes un regalo para su niño: pedían algo que lo divirtiera, lo mantuviese tranquilo y, sobre todo, le quitara la sensación de estar solo. Una dependiente inteligente les explicó: lo siento, pero no vendemos padres. 4. Amor mutuo La primera cosa que el hijo necesita para ser educado es que sus padres se quieran entre sí. 4.1. Condición indispensable Hacemos que no le falte de nada, estamos pendientes hasta de sus menores caprichos, y sin embargo . Expresiones como ésta se encuentran a menudo en boca de tantos padres que se vuelcan aparentemente sobre sus hijos alimentos sanos, reconstituyentes y vitaminas, juegos más y más sofisticados, vestidos y demás prendas de marca, vacaciones junto al mar o en la nieve, diversiones sin tasa ni de tiempo ni de precio , pero se olvidan de la cosa más importante que precisan los críos: que los propios padres se amen y estén bien unidos. El cariño mutuo de los padres es el que ha hecho que los hijos vengan al mundo. Y ese mismo amor el de los padres entre sí debe completar la tarea comenzada, ayudando al niño a alcanzar la plenitud y la felicidad a que se encuentra llamado. El complemento natural de la procreación, la educación, ha de estar movido por las mismas causas el amor de los padres que engendraron al hijo. Hace ya bastantes siglos que se dijo que, al salir del útero materno, donde el líquido amniótico lo protegía y alimentaba, el niño reclama imperiosamente otro útero y otro líquido, sin los que no podría crecer y desarrollarse; a saber, los que originan el padre y la madre al quererse de veras. 4.2. Condición suficiente Queda claro que el amor mutuo es condición indispensable en toda labor de educación. Pero, si se toman los términos en serio auténtico amor de los padres entre sí podría decirse que es también condición suficiente. Por eso, cada uno de los esposos debe, antes que nada, cultivar el amor hacia el otro cónyuge: no me cansaré de repetir que esta es la clave de las claves de toda la vida familiar. Después, como fruto natural de su amor recíproco, los cónyuges deberán:
Con palabras más concretas, desde que los críos son muy pequeños, además de manifestar prudente pero claramente con gestos y palabras el afecto que los une, los padres han de prestar atención:
Todo lo anterior podría resumirse en un solo principio, que merece un artículo aparte. Los hijos, todos y cada uno, gozan de un solo derecho. De un derecho único, pero tan fundamental que a nadie le está permitido atentar contra él. Se trata del derecho a la persona de sus padres: a su intimidad, a su tiempo, a su autoridad, a su comprensión, a su delicadeza Lo estudiaré, como acabo de sugerir, en otro documento. 5. Enseñar a querer 5.1. Principio y fin Como acabamos de ver:
Según explica Caldera, «la verdadera grandeza del hombre, su perfección, por tanto, su misión o cometido, es el amor. Todo lo otro capacidad profesional, prestigio, riqueza, vida más o menos larga, desarrollo intelectual tiene que confluir en el amor o carece en definitiva de sentido» e incluso, si no se encamina al amor, pudiera resultar perjudicial. Por consiguiente, aunque suene paradójico, si educar es amar, amar es a su vez enseñar a amar, pues no es otro el destino del ser humano ni la clave de su perfección y de su dicha. En resumen, educar equivale a promover la capacidad de amar de aquellos a quienes pretendemos formar. 5.2. Pendientes de los otros Concreto lo visto hasta ahora en una sola frase: el entero quehacer educativo de los padres ha de dirigirse, en última instancia, a incrementar la capacidad de amar de cada hijo y sería la otra cara de la misma moneda a evitar cuanto lo torne más egoísta, más cerrado y pendiente de sí, menos capaz de descubrir, querer, perseguir y realizar el bien de los otros. Se educa a los hijos cuando se les impulsa y enseña con los hechos, mejor que con la palabra a estar más pendientes de los demás que de sí mismos. Y esto, no solo con vistas al futuro, como cuando se les incita a estudiar o formarse para llegar a ser hombres de provecho. Sino ya en el presente.
5.3. Para que sean felices Y todo lo anterior, por un motivo muy claro: porque sólo si enseñamos a nuestros hijos a amar bien contribuiremos eficazmente a hacerlos felices y, como consecuencia, dichosos. Pues, según muestran desde los mejores filósofos clásicos hasta los más certeros psiquiatras contemporáneos, la felicidad y la dicha no es sino el efecto no buscado de engrandecer la propia persona, de mejorarla progresivamente: y esto solo se consigue amando más y mejor, dilatando las fronteras del propio corazón y acrisolando nuestros amores. Con otras palabras: quien pretenda educar debe tener claro que la felicidad es directa y exclusivamente proporcional a la capacidad de amar de cada persona, expresada en obras:
De ahí que San Juan de la Cruz pudiera sostener la conocida frase, ya antes mencionada: «en el atardecer de nuestra existencia se nos examinará del amor» ¡y de nada más!, repito con plena conciencia. 6. Resumen Cualquier acción educativa tendrá validez en la medida en que el motor de lo que se aconseja poner por obra o evitar, de lo que uno hace u omite, sea un amor auténtico hacia la persona que se pretende formar o, con otras palabras, el bien real de esa persona, que siempre habrá de prevalecer sobre el bien propio, y que no es otro que el desarrollo y la perfección de su propia capacidad de amar. El amor es, pues, la clave el principio, medio y fin de todo quehacer educativo. Se educa desde el amor, por medio del amor y para enseñar a amar. | |||||
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