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A partir del verdadero amor |
Es en la familia donde aprendemos a darnos a los demás, la que nos proporciona la seguridad física, psicológica y afectiva que necesitamos para crecer felices y equilibrados. El aprecio que por la institución familiar manifiestan en encuestas personas de todo el mundo se ve respaldado por numerosos estudios que confirman que la familia desempeña una labor social, educativa y preventiva insustituible. La unión estable y comprometida de un hombre y una mujer se convierte de esta manera en un bien social y no en una mera opción personal de vida. La felicidad de andar por casa no es fruto de la casualidad, de los hados o simplemente de tener buen carácter. El matrimonio debe basarse en el mantenimiento del compromiso libremente adquirido, en la confirmación continua de las razones que llevaron a esa elección y en la mejora personal. La tarea puede ser apasionante e inmensa fuente de felicidad. Lamentablemente muchas personas basan la estabilidad de su relación en los sentimientos, siendo estos quizás lo más inestable que posee el hombre. "No podía amar porque no sabía lo que era el amor" afirmaba el protagonista de una película a quién un amigo había aconsejado "tienes que dirigir tu corazón, no dejar que sea el quien te dirija a ti". La educación para el amor se convierte de esta manera en la pieza clave para la felicidad de las personas. El amor no puede consistir en una explotación de la simpatía ni en un simple juego de sentimientos y goce. En un mundo enloquecido por una orgía de reconocimientos de supuestos derechos individuales, casarse y formar una familia es, parafraseando a Chesterton, la más loca de las aventuras que un hombre y una mujer pueden afrontar; me permito añadir yo que también la única garantía de sostenibilidad de la especie humana.
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