¿Estamos tontos?
Javier Urra
Escritor. Primer Defensor del Menor. Psicólogo Clínico y Forense. Patrono de UNICEF
La auténtica educación para la Ciudadanía

 

 

 

Cuando el dolor no se tolera

No puedo entender qué nos pasa. Quieren eliminar de las notas de exámenes el cero. Incomprensible. Se argumenta que para no traumar.

        Pensemos, si es que está permitido. ¿No pasará dentro de un tiempo que el uno será igual de estigmatizante? ¿Alguien cree que al que obtiene un cero –que por cierto suele ir acompañado de otros, denomínense bicicleta, triciclo o coche– le congratula o alivia tener unos?, es más ¿a quién obtiene un cero, le importa la nota?

        Hoy todo debe ser ligero, desnatado, sin (calorías, alcohol, nicotina). Pura hipocresía y embuste, afectados por lo políticamente correcto no se exponen los resultados de los alumnos públicamente para respetarla intimidad y el honor de quienes fracasan. Creo yo que si es vago conviene que se sepa para incentivarlo; para espolearlo a aprender a estudiar, y si tiene limitaciones o dificultades, que profesores compañeros se vuelquen cooperativamente a ayudarle.

        Una sociedad nueva rica no acepta las frustraciones, ni diferir gratificaciones. El dolor hay que ahuyentarlo inmediatamente, la muerte esconderla. Hay a quien se le muere un amigo y te pregunta ¿qué tomo? Pues nada, llora, sufre, se te ha muerto un amigo.

        Anuncios falsos como «¡Aprenda alemán en cuatro meses sin esfuerzo!» están reblandeciendo a nuestros niños, jóvenes y menos jóvenes. Hoy cae una nevada y se llama al 112 para que vengan a quitarte la nieve de delante de la casa, en lugar de salir animoso con una pala.

        Resulta imposible hoy en un campamento decirle a un chaval vámonos de marcha, por el mero hecho de caminar ver la naturaleza, comprobarlo que es el esfuerzo, sentir el cansancio. Empezando porque pocos chicos van a un campamento donde prevalece la austeridad, el suelo como colchón o las letrinas como recuerdo del hoy impensable «hacerlo a pulso».

Lo malo de no sancionar

        Esta sociedad se está haciendo muy, muy blandita. Hay quien se merece un cero, un rosco, redondito, contundente, claro, sin objeciones. Se lo ha ganado, es su derecho. Soy psicólogo y me gustaría conocer a quien desde su responsabilidad política argumenta que el cerapio tiene efectos psicológicos negativos para el estudiante. Hay respuestas a exámenes que por su craso error, por su atrevimiento basado en un letal desconocimiento, por su estulticia demandan un cero patatero.

        Imparto clases en 5° de Psicología sobre Ética y Deontología. Un día expuse qué no debemos intervenir en casos anodinos, al ver la cara de los alumnos (cual si les hablara en chino) me fui anonadado (tampoco sabrían cómo me fui). Estamos confundidos. Claro que los jóvenes no han de trabajar, es un maltrato, pero quién ha dicho que no pueden ayudar puntualmente a sus padres en su negocio...

        «¡Más madera!», somos como el tren de los hermanos Marx. La tontería, el algodonamiento social tiene su coste. La gente aprende a exigir –sean cuales fueren sus méritos– y a no dar. Por eso hay niños que agreden a sus padres y ciudadanos (así denominados) que golpean al médico o insultan al profesor.

        No sancionar a quien lo merece es perverso. No poner un cero es maniatar la decisión del profesor y la voluntad del alumno. Hoy pareciera que todo trauma, y debe ser verdad, pasa como con las alergias, hemos perdido las defensas. Tanta benevolencia bobalicona es parte del grave problema que tenemos en el sistema educativo.

Premio al disparate

        Si no fuera preocupante el borrador de la orden ministerial, sería para «mear y no echar gota». El problema no está en obtener un cero, sino en no tener coraje, voluntad para promediarlo con buenos exámenes. Impera la ley del mínimo esfuerzo, únase hedonismo, nihilismo, impunidad y tendremos un combinado peligroso que algunos llevamos muchos años denunciando, pero se ve que mentes preclaras, auténticas mamás institucionales proteccionistas, no quieren que el niño se disguste. Ya veremos luego quién les transmite lo que es el deber ser como contrapeso al «me apetece», o «lo quiero aquí y ahora».

        La eliminación del cero es un síntoma, un mal síntoma. Siempre he admirado al ciclista o al maratoniano que llega el último, reventado pero digno. Estamos tolilis (o se lo proponen). Alguien va a escenarios de guerra, muere y la sociedad histérica más allá de apenarse, se sorprende.

        El cero queda para la filas de conciertos solidarios, para aquellos que no pudiendo acudir se comprometen con la causa. O sea, que si un estudiante escribe «La Santísima Trinidad está formada por un padre, un hijo y una palomica que vive con ellos», añade que «Miguel Angel hizo la cópula de San Pedro» y remata con «un polígono es un hombre que vive con muchas mujeres», obtendrá –al menos– un uno. Pues bien.

        Hasta ahora nos hemos reído con respuestas reales del tipo «Velásquez pintó las mellizas» o «Aníbal fue un jefe cartilaginoso». Hoy el disparate se premia. O damos un paso al frente o acabamos atontolinados y atrofiados.