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Horton es un imaginativo elefante que un día oye un débil grito de auxilio proveniente de una diminuta mota de polvo que flota en el aire. Aunque todavía no lo sabe, esa mota alberga una ciudad entera llamada Villaquién, habitada por los microscópicos Quién, a cuya cabeza está el alcalde. Apesar de ser objeto de las burlas de sus vecinos, quienes piensan que no está en sus cabales, Horton está decidido a salvar a la partícula, porque "una persona es una persona, por muy pequeña que sea". De la mano de los creadores de Ice Age, nos llega esta película de animación en 3D que, a pesar de estar dirigida a los más pequeños, cuenta con un guión tan original como entretenido y que da como resultado una película divertida, fresca e interesante. La película, con unos entrañables diseños de personajes, está llena de metáforas muy elocuentes para el público menos infantil. Así se puede decir que, además de exaltar la familia y el sacrificio por el ideal, la película habla de Dios, que cuida del mundo, pero que no es escuchado, y del valor de la vida. Cuando se afirma varias veces que una persona es una persona, por muy pequeña que sea, ¿cómo no pensar en los embriones humanos? En fin, una película divertida para los pequeños y provocadoramente positiva para los más grandes.
Por fin llegó la esperada adaptación cinematográfica de la famosísima novela Oh, Jerusalen!, que en 1971 escribieron Dominique Lapierre y el ya desaparecido Larry Collins. El 14 de mayo de 1948, en Tel Aviv, el judío polaco Ben-Gurión proclamó la independencia del Estado de Israel. En ese momento, le declararon la guerra siete Estados árabes: Egipto, Siria, Jordania, Líbano, Iraq, Arabia Saudita y Yemen. Fue el comienzo de la Guerra de Independencia de Israel. Éste es el trasfondo de la novela en la que el lector se enfrenta a los diversos sujetos del conflicto: los británicos, las tropas de Abdel Kader y de la Legión Árabe, los combatientes del Irgún y del grupo Stern, y los distintos agentes secretos. Pero la novela prefiere contar todo desde diferentes puntos de vista, a través de dos amigos, uno árabe y otro judío. La adaptación cinematográfica ha sido responsabilidad de Elie Chouraqui, que la rodó en 2006 con dinero francés, británico, italiano e israelí. La protagonizan Saïd Taghmaoui, J.J. Feild, Patrick Bruel, Ian Holm, Maria Papas, Tovah Feldshuh y Cécile Cassel. El director, de origen judío, aborda con éxito una dificilísima adaptación, y expone aquellos hechos complejos con gran capacidad de síntesis y claridad pedagógica. Aunque hubiera necesitado un poco más de presupuesto para los efectos especiales, y algunos flashbacks del Holocausto resultan demasiado didactistas, lo cierto es que la película funciona, tanto en el plano de la recreación histórica, como en el nivel emotivo y dramático de los personajes. Una puesta en escena a veces esquemática y una fotografía dura y contrastada están al servicio de una historia que habla de cómo lo humano debe estar por encima de la política.
Esta impactante película del joven cineasta de Hannover, Dennis Gansel, que en España sorprendió gratamente hace un par de años con Napola, ha supuesto un revulsivo en la sociedad alemana. Basada en un caso real, la película nos cuenta lo que sucede en un instituto, cuando durante una semana al profesor Rainer Wenger se le ocurre la idea de un experimento que explique a sus alumnos cuál es el funcionamiento de los Gobiernos totalitarios. En apenas unos días, lo que comienza con una serie de ideas inocuas como la disciplina y el sentimiento de pertenencia grupal, se va convirtiendo en un movimiento real: La ola. Literariamente, el film cuenta con un guión del director y de Peter Thorwart, basándose en el relato corto del profesor Ron Jones y en la obra que Johnny Dawkins y Ron Birnbach escribieron a propósito, The Wave. El personaje más interesante es el de Tim, interpretado por Frederick Lau, y que encarna a un alumno que se siente muy poco querido en su casa. Su motivación principal es sentirse afectivamente acogido. Por eso le vemos regalar droga a sus compañeros de instituto, en vez de venderla, con el fin de caer bien, de sentirse valorado y apreciado. Por eso él va a recibir la ola como si se tratara de la anhelada respuesta al deseo de su corazón. Algo similar le va a ocurrir a Marco (Max Riemelt, Napola), que, ante la infidelidad entre sus padres, aspira, en sus palabras, a una experiencia de unidad, algo que la ola parece proporcionarle. También el profesor Wenger (Jürgen Vogel) experimenta sensaciones nuevas y gratificantes cuando se ve venerado y seguido incondicionalmente por un colectivo tan fiel. El contrapunto lo da Karo (Jennifer Ulrich), una chica educada en un ambiente familiar estable, excesivamente liberal, pero en el que se valora la libertad como clave del proceso educativo. Ella es la primera en detectar que el experimento es nocivo y alienante, y por ello se va a convertir en la enemiga excluida del grupo. El film plantea que el éxito del totalitarismo -sea fascista, nacionalista o socialista- no está en los valores ideológicos -que La ola no tiene-, sino en las necesidades afectivas y de sentido de cada persona. En una sociedad de pertenencias precarias, de falta de estímulos, de desorientación referencial, la pertenencia fuerte a un grupo carismáticamente guiado se convierte en un apetecible espejismo al que agarrarse como un clavo ardiendo. Así, grupo totalitario y secta son dos conceptos mucho más hermanados de lo que podría pensarse. Casos como ETA y kale borroka son perfectamente explicables desde los planteamientos del film. La puesta en escena es dura, contundente, heavy y juvenil, de ritmo marcado, y no nos ahorra descripciones realistas del ambiente del botellón. A pesar de su desnudez e inmediatez, el film es de gran valor educativo, y jóvenes a partir de dieciocho años pueden encontrar en él razones para una reflexión urgente y necesaria sobre el sentido de la vida en una sociedad que se desmorona.
Un año más, Alfa y Omega premia a la factoría Pixar, en este caso por una nueva obra maestra. Una película casi muda nos cuenta la historia de un pequeño y simpático robot limpiador situado en un futuro lejano. El planeta Tierra está desolado desolado por la contaminación y se ha convertido en un gran basurero de desperdicios. No hay allí ni un solo ser humano y ningún ser vivo es capaz de subsistir en tales condiciones ambientales. El único que se mueve por ese desierto es un pequeño robot llamado Wall-E, que se dedica a amontonar las ingentes cantidades de desechos. Su monótona existencia cambia cuando los humanos -que ahora viven en una enorme y alejada estación espacial- envían a la Tierra otro robot, mucho más sofisticado, con la misión de buscar cualquier signo de vida natural. Crítica al maltrato medioambiental, exaltación de la amistad y el amor, denuncia de una sociedad hedonista y acomodaticia, son ingredientes de esta cinta llena de poesía y cargada de hermosos homenajes al cine fantástico, como La guerra de las galaxias, o 2001: Una odisea del espacio. | |||||
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