El matrimonio de tres, progresismo o involución
“Me caso con dos, convivo con tres, pero no amo a ninguno…” La frase revela ya la inverosimilitud. La unión de tres o cuatro personas en un mismo “matrimonio” es sólo posible en este violento proceso de ultra laicización. Parece que en la actual cultura relativista el único principio que rige es el de la tiranía de los deseos.
Carlos Padilla
Más allá del sí, te quiero
Aníbal Cuevas

 

 

 

Pero los gustos individuales incluyen en el ambiente

        “Me caso con dos, convivo con tres, pero no amo a ninguno…” La frase revela ya la inverosimilitud. La unión de tres o cuatro personas en un mismo “matrimonio” es sólo posible en este violento proceso de ultra laicización. Parece que en la actual cultura relativista el único principio que rige es el de la tiranía de los deseos.

        La iniciativa de ley, que aceptaría este tipo de uniones, se encuentra ya incluida en la agenda política de algunos gobiernos europeos como España. De hecho, algunas celebridades no tienen ya reparo en aceptar que viven una vida “amorosa” de este género.

        Seguramente un gran porcentaje de la población se opondrá a llevar una vida personal poligámica. Pero ¿por qué levantar la voz contra los que quieran una vida así? “Son libres de vivir como quieran ¿no es cierto?” ¿Acaso el opinar, no es entrometerse en asuntos privados e incluso imponer el propio modo de pensar? ¿Por qué la saña de defender lo tradicional y no abrirse a la inventiva liberal del hombre de hoy? Al fin y al cabo ¿no sería más perfecto amar a tres o cuatro que a solo uno?

        Estas preguntas serían válidas si no afectaran sensiblemente a todo el hombre. Las preguntas serían justas si de verdad la cuestión se limitara al ámbito “privado” y “particular”, pero es evidente que trastornan a la sociedad entera.

        Nadie hoy quedaría indiferente ante un terrorista que pide libertad para poder armarse y sembrar la violencia. Nadie defendería el derecho de un asesino cuya convicción es la de matar inocentes. ¿O es que acaso algún día Occidente perderá el coraje de calificar como erróneos estos comportamientos?

        Este tipo de uniones llamadas “poliamor”, y casos similares, nos obligan a adoptar posiciones claras, bien definidas e universales. Posiciones que no estén a merced de la opinión en turno, del cliché de moda, o mejor dicho, que no estén sujetas y diluidas por el imperio del relativismo.

        La tarea de Occidente será la de re encontrarse, definirse y tener el coraje de pronunciarse.

        Pero… ¿pronunciarse sobre qué? Pues pronunciarse sobre la pregunta más fundamental a cuya luz se resuelven las preguntas formuladas arriba. ¿Quién es el hombre? De ésta respuesta dependerá nuestro empeño por defenderlo o por denigrarlo.

Por ahí ya habíamos pasado

¿Un poco de historia?

        Las trasgresiones gravísimas a la libertad y la persecución efectuada por la Unión Soviética no son sino la lógica consecuencia de una visión atroz del hombre: “El hombre es un instrumento de producción cuyo único fin es vencer a la naturaleza y dominarla”.

        Los campos de concentración y la experimentación con “material humano” que ejerció la Alemania nazi obedecen a una concepción del hombre donde la dignidad de la persona provenía únicamente de su raza; alguien ajeno a la raza aria merecía ser tratado como sub-normal.

        Hoy, como parte del “cambio cultural”, asistimos a la destrucción de la familia, al desvanecimiento de los valores de la vida y del verdadero amor. ¿Qué visión del hombre habrá detrás? Desgraciadamente una visión muy hedonista: el hombre es un instrumento de placer y posee todos los derechos incluso para autodestruirse. Aquí no es ajena la elocuente frase “la cultura es el espejo del hombre”.

        Es así como en nuestros días constatamos que lo que se llama progresismo es en realidad una involución. Ya nos habíamos librado del esclavismo del hombre y ahora ha regresado en nuevas formas. Pensábamos que la poligamia había sido superada y hoy aparece nuevamente.

Cuando el egoísmo es ley

        ¿Recurrir a lo de siempre? El matrimonio de siempre es el recinto natural donde se encuentran dos personas que se quieren donar total y desinteresadamente, cuyo anhelo por construir un nosotros se traduce en la formación de una familia.

        El matrimonio crea un vínculo amoroso. Dicho vínculo se refuerza y sostiene cuando se busca el bien común, ese que incluye un tú y un yo, una apertura a la transmisión de la vida, a la responsable educación de los hijos. Este bien común liga a la pareja indisolublemente y se extiende más allá de la frontera de la carne. El matrimonio permite el desarrollo de toda la persona en su dimensión física y espiritual, en su capacidad de amar. Y es que sólo el amor es capaz de evitar la injusta utilización de otra persona.

        El considerar a la otra persona un medio o un objeto es el error y el drama de la poligamia.

        En las relaciones entre un hombre y la mujer, incluidas las relaciones sexuales, el objeto es siempre la otra persona. Cuando por el contario el objetivo comienza, pasa y culmina en mi yo, la relación se reduce a un mero deleite. El gozar a costa del otro no se puede llamar amor cuando es en realidad la antítesis: puro egoísmo.

        ¿Puede aceptarse la poligamia como ley? Las leyes tienen como finalidad el favorecer el desarrollo de todas las dimensiones del hombre. Una dimensión de vital importancia es ésta de la donación total. Cuando en cambio, se legalizan uniones que no favorecen dicha dimensión, se genera un debilitamiento en la personalidad de la sociedad, una tensión en las relaciones con el estado y la irreversible fractura familiar.

Habrá que alzar la voz

        Las consecuencias, como se puede ver, no son de ámbito puramente privado, sino que teniendo ahí su principio vulnerarán, por consiguiente, la madurez educativa del país, la protección de la niñez, la sana natalidad y la dignidad de la mujer. Permitir la poligamia daría lugar a la explotación humana, una mayor violencia familiar, acosos y abusos sexuales de todo género.

        No es el caso plantear un panorama trágico, ni sentar sobre el banquillo a los culpables. La ocasión, más bien, se nos presenta para cuestionar a Occidente y a cada uno de sus ciudadanos en concreto.

        ¿Dejarán sin resolver la cuestión sobre el hombre? ¿Se atreverán a definir lo que es, y debe ser, la persona? ¿Tendrá algún sentido su visión sobre el futuro? ¿Silenciarán su patrimonio a costa de ser “políticamente correctos”?

        El afrontar la actitud del espectador silencioso y pasivo es una falsa tolerancia. Despreocupase por el futuro de la familia, y por lo tanto de la sociedad, es una irresponsabilidad.

        Se alza la voz cuando se envenenan los mares o se incineran los bosques. Y cuando se destruye al hombre, qué.