Amor, amor, amor... y muchos hijos
María José Durán y
Fernando Pascua
Más allá del sí, te quiero
Aníbal Cuevas

 

 

La clave es el amor de los esposos

        Sí, puede parecer una locura. Porque hay quienes “llaman locura a todo lo que no comprenden”, como escribía en una de sus obras José María Pérez Lozano. Pero con amor y con esperanza, con amor esperanzado y esperanza amorosa, es posible que una mujer tenga 16 hijos.

        Así es María José, así vive su amor de esposa y de madre. Así responde a quienes preguntan: “¿cuántos hijos tener?”.

        María José: “Ama y no te preocupes por nada. Tendrás problemas, como todo el mundo, incluso los ricos. Pero, ¿qué son los problemas cuándo hay amor en el santo matrimonio?

        El acto conyugal en el matrimonio no es «para tener hijos», sino que es para demostrarse el amor entre los esposos. Lo que ocurre es que de este maravilloso acto de amor salen los hijos. Y bienvenidos sean siempre”.

        Pero vivir así, ¿no sería algo irresponsable? ¿No nacerían “demasiados” hijos? María José no ve ninguna irresponsabilidad, porque ha comprendido que los hijos vienen desde el amor de los esposos que colaboran con el Amor de Dios, y entonces nunca nacen “demasiados” hijos.

        “A ver cómo os lo cuento. Es muy bueno amarse, amarse hasta la misma locura, con el cónyuge. Y este amor hace que la vida sea feliz, porque ¿qué es de una persona sin amor? Y en el amor verdadero está la entrega.

        Los esposos nos entregamos también físicamente, y cuando nos damos nos damos con el alma.

        Pienso yo, y es lo que hemos vivido mi amado esposo y una servidora, que aunque tienen mucho que ver los hijos en el matrimonio, nosotros pensábamos en el amor de los esposos. Y aceptábamos el fruto, los frutos de nuestro maravilloso amor: los hijos.

Sólo uno a uno

        En cada acto de amor conyugal, si no estaba ya en estado, nos mirábamos y sonreíamos, siempre. Y uno de los dos comentaba, o los dos a la vez: 'Quizás Dios nos va a dar un hijo. Quizás ahora lo vamos a engendrar'.

        Y nos llenábamos de más amor, el amor de pensar que con nuestro amor Dios, por amor, nos podría dar un nuevo hijo. Un alma de amor, para vivir, tener la oportunidad de ser santo e ir al Cielo eterno. Y todo gracias a nuestro gran y maravilloso amor unido al amor de Dios”.

        Pero tener así, casi uno detrás de otro, 16 hijos, ¿no es demasiado? ¿No se vivirá en la casa como un cuartel, como una masa, donde es imposible dar amor a cada uno? Sigue María José:

        “Bueno, cada hijo es muy amado, cada hijo es distinto. ¡Y no vienen todos de golpe! Uno a uno, va llegando a la familia, tarda nueve meses, en los que te vas haciendo a la idea de que es único. Lo amas tanto, tanto, porque es fruto del amor, ¡del amor verdadero!”

        Muchos le dirán, María José, que así no somos realistas, que las casas hoy son muy pequeñas y muy caras, que la vida está muy difícil...

        “No temáis a las dimensiones de vuestro piso actual. Nosotros también hemos vivido en un piso pequeño cuando ya teníamos siete hijos. Luego llegó la casa; eso sí, siempre de alquiler, pero sin dejar nunca de disfrutar de nuestro amor de esposos, de nuestra compañía, comunicación y respeto en la libertad.

El amor de los esposos

        No podéis saber lo felices que somos, lo felices que son todos nuestros hijos. ¡Son felices de verdad! Personas sanas: porque han sido engendrados por amor, deseados con amor, y siempre amados, ¡siempre!

        Dios sabe cuánto amamos a nuestros hijos. Uno a uno, y todos juntos. Ellos, con su presencia, nos hablan de nuestro amor unido al amor de Dios.

        Los aceptamos. Nos aceptan. Nos queremos tanto... En ellos está el Amor de Dios, que se unió al nuestro amor, porque son hijos del amor y no de una casualidad, o de mala programación, o del sexo por el sexo, o de la pasión. No. Viven, tienen alma y cuerpo, por amor, sólo por amor.

        En cada uno de ellos veo a mi amado esposo. Veo, así, de golpe, al mirar al hijo, toda una vida de amor”.

        Con tanto hijo, surge espontánea la pregunta, ¿queda tiempo para que papá y mamá se acuerden de que también son esposos, de que su vida matrimonial necesita de intimidad, de momentos para decirse que se ama?

        “Pues a mi amado esposo lo amo. Intensamente, locamente, aún hoy que he empezado a ser abuela. Su piel 'me hechiza'. Sus ojos son tan bellos, en ellos hay tanta bondad, tanta paciencia, tanta mansedumbre a la voluntad de Dios...

        Amo a mi esposo cuando lo veo cada noche de rodillas, antes de entrar en la cama, para rezar sus oraciones particulares. Lo veo tan grande, es tan grande mi amor por él...”

El dinero no es tan importante

        El romanticismo, entonces, no se pierde si llegan los hijos. Pero ya no sirve aquella frase de que cada hijo lleva debajo del brazo un pedazo de pan. ¿No se vive peor, no hay que renunciar al bienestar, si los hijos llegan así, uno detrás de otro, como un pequeño ejército?

        “Pues tengo que repetirlo: lo más importante es el amor. No hay que poner topes o impedimentos a este amor.

        Sí, es importante y muy necesario el dinero, pero es más importante y necesario el amor entre los esposos.

        Con amor en el matrimonio, podemos sentarnos en sillas y renunciar a tener sofás, por ejemplo.

        Con amor en el matrimonio, las esposas, con un poco de cebolla y tomate, hacemos de las patatas un día de fiesta.

        Pero no un amor regulable, sino un amor sin medida: tal y como Dios nos ama.

        Y viviendo los esposos en gracia de Dios, Dios hace milagros, porque está siempre presente en nuestro amor.

        No necesitamos de vacaciones ni de descansar los sábados. Porque trabajamos pensando en el abrazo de la noche cuando, unidos los dos, le pedimos a Dios que nos ayude en todo, que nos haga santos”.

        Entonces, María José, la pregunta no es ¿cuántos hijos tener? La pregunta, más bien, es otra: ¿con qué amor van a vivir unos esposos su vida matrimonial?

Todo lo hace el amor

        “Lo importante, para mí, no es el número de hijos a los que 'os atrevéis' a dar la vida, dentro del santo matrimonio, sino el amor verdadero entre los esposos.

        Me gustaría tanto haceros comprender lo que deseo contaros. ¡Es el amor de los esposos! Es la unión de Dios con los esposos y los hijos del amor: de Dios. Espero que alguien lo comprenda”.

        María José, usted ha descubierto un secreto, un tesoro que muchos necesitan encontrar. Especialmente las parejas jóvenes. El mundo necesita un baño de confianza, amor sincero y sin límites, una sonrisa al llegar a casa y ver que Dios bendice con el don de los hijos a un hombre y una mujer que, como esposos, se aman con todo el corazón, con toda el alma.

        De sus 16 hijos, hay que decirlo para cerrar estas líneas, dos ya están en el cielo, con ese Dios que es amor. Murieron temprano: esa es parte de la aventura de la vida. No los ha perdido su familia, sino que los tienen más cerca, más dentro.

        Porque, como usted repite una y otra vez, “Dios es maravilloso”. Maravilloso, bueno, alegre, y lleno de esperanza. Como la que se respira en su casa y en tantos hogares que dicen sí al amor, que es lo mismo que decir sí a la vida...