Decálogo para formar a un delincuente
Carlos Herrera
11.01.08 ABC
El libro peligroso para los chicos
Hal y Gonn Iggulden

 

 

 

 

 

Con total impunidad

        Resulta conmovedor el relato de una madre que acompañaba a su hija, deficiente y discapacitada en un cien por cien, en su carrito de ruedas a tomar el aire por la vecindad. Al salir de casa, simplemente al salir de casa, un grupúsculo de siete u ocho adolescentes que pasaba por allí encontró divertido el rostro aniñado y desencajado de la joven. Lo que empezó como burlas por «la cara de subnormal» continuó con una lluvia de salivazos y algunos empujones a la silla que su paciente y abnegada madre empujaba todas las tardes por las calles de su población para distraer a una muchacha que escasamente conecta con el mundo exterior más allá de las percepciones más simples.

        La joven sólo alcanzaba a preguntar en lengua burda a su madre por los golpes de saliva que tenía que retirarse de la cara con su única mano útil mientras ésta intentaba con su cuerpo de mujer mayor protegerla de toda suerte de empellones y atropellos. Cuando cansados del corro de burla tuvieron que marchar ante la alarma despertada por los gritos de la mujer aún tuvieron tiempo de amenazarla con el conocido gesto de pasarse el pulgar alrededor del cuello simulando cercenarle cabeza y tronco.

        Cinco minutos cerca del infierno. Cinco minutos que no olvidar el resto de dos vidas, la de la mujer que se sabe imprescindible y la de la hija a la que el infortunio condenó a la dependencia más absoluta. Cuando se recuperó del primer envite la madre rebuscó en la cocina hasta dar con el cuchillo de dimensiones más poderosas, salió a la calle a la busca de los adolescentes con el objeto de atravesar a alguno de ellos y... afortunadamente no dio con ninguno de los que se divirtieron vejando a una pobre joven profundamente deficiente. Denunció el acoso y la burla, la violencia y el cerco, pero no sirvió de nada. Los hijos de puta, conocidos en una población de dimensiones reducidas, campan a sus anchas y se sienten amparados por la más absoluta de las impunidades y por la colosal crisis de autoridad que asola la sociedad de nuestros tiempos.

        Me lo contaba ayer la protagonista después de conocer el caso de la mujer agredida en Medina del Campo por un grupo de adolescentes que se jactaban de la inviolabilidad que les supone ser menores. ¿Las causas de esta sinrazón? Me acordé del «decálogo para formar un delincuente» que incluye en su libro «Reflexiones de un Juez de Menores» el extraordinario titular del juzgado de menores de Granada Emilio Calatayud. Dice el juez:

El decálogo

        Comience desde la infancia dando a su hijo todo lo que pida; así crecerá convencido de que todo el mundo le pertenece. No se preocupe por su educación ética o espiritual; espere que llegue a la mayoría de edad para decidir libremente. Déle todo el dinero que quiera gastar, no vaya a sospechar que para disponer del mismo es necesario trabajar. No le regañe; podría crearle complejos de culpabilidad. Cuando diga palabrotas, ríaselas; eso le animará a hacer cosas más graciosas. Recoja todo lo que deja tirado; así se acostumbrará a cargar la responsabilidad sobre los demás. Déjele leer todo lo que caiga en sus manos; cuide de que sus platos y vasos estén esterilizados, pero no de que su mente se llena de basura. Satisfaga todos sus deseos y apetitos; el sacrificio y la austeridad podrían crearle frustraciones. Póngase de su parte en cualquier conflicto que tenga con sus profesores y vecinos; piense que todos ellos tienen prejuicios contra su hijo y que de verdad quieren fastidiarlo. Riña con su cónyuge en presencia del niño; así no le dolerá demasiado el día en que la familia quede destrozada para siempre.

        Es evidente que los padres de los maltratadores de una pobre joven disminuida física y psíquica y de su desconsolada madre fueron educados bajo estos preceptos. Al ser menores, la ley impide que siquiera sus padres les propinen un simple cachete. ¿Qué podemos esperar, pues?