¿Cuál
es la razón de que se celebre este acto en defensa de la
familia?
Se podría hablar de una razón que tiene que ver
con la situación histórica por la que atraviesa la familia
y otra razón de fondo, que tiene que ver con la misión
de la Iglesia en relación con la familia. Con respecto a la
primera, hay que hablar de una situación de la familia, no
sólo en España sino también en Europa, que se
caracteriza por una confusión creciente a la hora de concebirla,
por una relativización de sus contenidos morales y de su significado.
Hay otra situación, determinada por los efectos de la crisis
familiar y del matrimonio, en el que nace la familia. Es evidente
en una sociedad donde el número de divorcios se ha disparado
de tal manera que casi supera a los matrimonios, y en donde la relación
matrimonio y vida, matrimonio y descendencia, ha quedado cortada.
Así, se ha creado una situación especialmente grave,
que desde un punto de vista pastoral nos obliga a hacer una proclamación
pública, con la palabra, con la vida, con el testimonio de
los matrimonios cristianos.
¿Es
un acto de afirmación de la familia o de protesta ante esa
situación?
Es
un acto de penetración positiva y pública de la realidad
del matrimonio cristiano en España. En su inmensa mayoría
son matrimonios y familias que viven esa condición tan fundamental
para su vida cristiana, y la viven como el marco que da sentido a
su vida, que les permite vivirla con esperanza y con gozo.
En esta
legislatura se ha aprobado la ley de matrimonios homosexuales, la
introducción de la asignatura de Educación para la
Ciudadanía y la modificación de la ley del divorcio
para facilitar la ruptura matrimonial. ¿Se trata hoy de un
acto de carácter político?
Es
un acto de manifestación de la Iglesia, de lo más propio
que tiene en su ser y en el ejercicio de su misión: la acogida
de la palabra de Dios. Y un tema que forma parte integrante del Evangelio,
que es el matrimonio y la familia, realidades que tienen que ver con
el orden jurídico y por tanto con el marco de la vida política.
Nuestro acto es de proclamación del Evangelio de la familia.
¿Que eso tiene repercusiones en otros órdenes de la
vida de las personas? Sí, pero lo que nosotros intentamos es
llevar al corazón y a la conciencia de las personas y de la
sociedad el valor permanente del matrimonio y de la familia.
Se deduce
que es un acto con vocación transversal, que supera los límites
de la izquierda y de la derecha.
Cuando
la Iglesia proclama el Evangelio, lo proclama universalmente y no
se preocupa mucho si uno es de izquierdas o de derechas. Son categorías
políticas que no se adecuan a la hora de definir o valorar
una acción pastoral de la Iglesia.
¿En
qué modo cree que incide el llamado matrimonio homosexual
sobre la familia?
Incide
en la valoración pública y en la estima o el conocimiento
de lo que de verdad es familia. Y eso tiene repercusiones pedagógicas
con respecto a las generaciones jóvenes y a la sociedad en
general. Se puede perder poco a poco la convicción de que la
familia es vital para el bien común, para la subsistencia de
la sociedad. Esa función no es asumible por otro tipo de uniones
y tampoco desde el punto de vista de las experiencias morales y espirituales.
La persona necesita desde sus primeros años de la experiencia
de amor que viene del padre y de la madre, lo necesita incluso hasta
por razones físicas. En la historia actual de la pediatría,
de la psicología infantil, es conocido que niños que
han perdido la experiencia de la unidad del matrimonio, del padre
y la madre juntos, sufren tremendamente. Ese fenómeno humano,
espiritual, moral de la familia no puede ser desvirtuado con equiparaciones
que niegan esa misma realidad.
La llamada
ley del divorcio exprés ha sido criticada particularmente
por la Iglesia, pero también por otros colectivos. ¿Es
esa norma otro de los motivos de desazón?
Es un factor
que está favoreciendo las rupturas matrimoniales, un fenómeno
extraordinariamente negativo. Si el ordenamiento jurídico del
Estado no apoya la estabilidad y facilita la ruptura de la asunción
de responsabilidades mutuas, reduce el significado del vínculo
matrimonial a que uno de los esposos diga que ya está harto,
y además pueda romper ese vínculo a los tres meses de
haberse producido. Se está convirtiendo en un factor enormemente
negativo para el bien de las personas, de las familias y también
para el bien común.
La asignatura
de Educación para la Ciudadanía está influyendo
sobre la libertad educativa de los padres, que es un derecho constitucional.
¿Cree que hay posibilidades todavía de llegar a un
acuerdo con el Gobierno?
La asignatura,
tal y como se ha desarrollado, evidentemente entra en relación
intrínseca con el significado, la programación y los
fines de la clase de Religión católica y de otras religiones.
Se crea, indirectamente, un problema: la relación de esta formación
y de sus contenidos con el derecho de los padres a educar a sus hijos,
con la formación moral y religiosa que quieren para sus hijos.
Es evidente que una asignatura que se refiere a estas materias va
en contra de ese derecho.
La vía
de la objeción de conciencia no ha tenido resultados satisfactorios...
Hay que
tener en cuenta un dato, y es que en una serie de comunidades muy
importantes, como Madrid y Valencia, no se ha implantado aún
la asignatura. Hay que esperar.
¿Considera
razonable y asumible la postura de la Federación Española
de Religiosos de la Enseñanza (FERE) de aceptar e impartir
la asignatura?
Creo
que la FERE debe facilitar el derecho de los padres a la objeción
de conciencia, y no me vale la argumentación de que «nosotros
vamos a dar Educación para la Ciudadanía con una guía
que limite la carga ideológica laicista de los temas».
Porque lo que entonces admite la FERE es que se imponga en sus colegios
una asignatura obligatoria que va en contra de un principio fundamental
de la doctrina social de la Iglesia. Se puede decir, «vamos
a neutralizar los efectos negativos de la enseñanza de esta
materia, se puede conseguir así...». Pero es que, aun
sin quererlo y pretenderlo, se tolera como éticamente admisible
y aceptable un hecho pedagógico y académico que implícitamente
lleva consigo la negación del derecho de los padres a la educación
moral de sus hijos.
¿Sería
una vía más factible los recursos contencioso administrativos?
Es posiblemente
la vía más eficaz, pero una no excluye a la otra. Yo
creo que hay dejar a los padres que elijan los caminos que ellos en
conciencia creen que deben seguir para proteger su derecho, que Juan
Pablo II calificaba de primario e insustituible. Y para ello contarán
con la ayuda de la Iglesia, y de sus obispos y sus sacerdotes, de
toda la comunidad cristiana, porque si hay algún tema en la
vida social donde los pastores de la Iglesia tienen la obligación
de actuar con su palabra y de usar su magisterio y todos los instrumentos
de actuación de acuerdo con el Evangelio, es en esas situaciones
donde se recortan o limitan los derechos fundamentales.
Estamos
conociendo algunos datos sobre abortos manifiestamente ilegales,
que han hecho rebrotar un debate social muy importante. ¿Qué
opinión le merece a la Iglesia esta situación?
Cuando
empieza la discusión pública del llamado derecho a abortar
por parte de la mujer, la Iglesia reafirma la inviolabilidad del derecho
a la vida de todo ser humano, desde que nace hasta que muere. Si hay
una época en la que científicamente pueda decirse con
mucho más fundamento que en otros tiempos que el embrión
(que es un quién ya definido genéticamente) lleva consigo
el principio espiritual que le sostiene y le va a sostener en todo
su desarrollo, es la actual. Antes no se podía decir, no se
sabía.
La persona, en
los estadios sucesivos de su desarrollo biológico, dentro y
fuera del vientre de su madre, va a ser lo que es. Por tanto, ¿quién
es nadie para decidir sobre el derecho a la vida del embrión,
sobre el derecho a la vida del hombre en cualquier fase de su vida?
Don Julián Marías decía que si eso se hace depender
del ejercicio de la conciencia de la persona, se abre la puerta a
atrocidades que, por cierto, se han dado en la historia. Y se están
dando ahora.
Las ayudas
a las familias se han incrementado en los últimos años,
y también en esta legislatura, ¿se pueden considerar
suficientes?
No. Son
radicalmente insuficientes. Una familia tiene que sacar adelante gastos
de todo tipo, la educación de sus hijos
y que todo ese
trabajo no tenga ninguna valoración económica como tal
y ningún reconocimiento jurídico fiscal claro y neto,
es una injusticia radical. La gran perdedora, el gran sujeto de las
injusticias de las sociedades actuales y de sus ordenamientos jurídicos
y económicos, es la familia. Es la gran sacrificada, la gran
explotada de la sociedad actual.
¿Lo
dice con carácter general, no solamente referido a España?
Lo digo
referido a toda Europa, porque efectivamente hay países donde
la familia recibe un mejor trato, pero ese dato sigue siendo inamovible.
Parece lo más normal que al padre o la madre, si no trabaja
y se queda en casa dedicando su tiempo a los hijos, eso no se le pague.
Se dice, «hombre, yo no lo hago porque me paguen». Y es
evidente, no se hace porque te paguen, pero no puede ser que la sociedad
valore eso como si no costase nada. Más que la gran explotada,
la familia es la gran víctima del actual ordenamiento jurídico
y económico de las sociedades europeas.
¿La
Conferencia Episcopal respalda y participa en este acto de las familias?
No
ha habido ninguna actuación específica con respecto
a su participación en este acto, pero hemos hablado entre nosotros,
y dentro ya del contexto del Comité Ejecutivo, que se reúne
una vez al mes, su acogida y disponibilidad para ayudar en todo lo
que sea la organización del acto es clara. Además, participarán
muchos obispos españoles y todos los cardenales, físicamente
presentes casi todos. Y estará el presidente de la Conferencia
Episcopal. Hay muy buena colaboración.
¿Esperan
ustedes adhesiones y presencia de organizaciones políticas
en el acto?
No.
¿Ni
concretamente del Partido Popular?
Nosotros
sólo hemos invitado a los fieles católicos y a sus organizaciones.
Todos los que vienen tendrán alguna opinión política,
me figuro, y si los políticos en activo son católicos
y se sienten católicos, pues está muy bien que vengan,
sean del partido que sean.
El acogimiento
del Papa ha sido particularmente caluroso.
Sí.
Tanto que nos va a dedicar su alocución del Ángelus,
y lo hará en español. Hemos recibido de él ánimo
para celebrar el encuentro. Humildemente, pretendemos ofrecerle una
actuación de la Iglesia en España que pueda ayudar a
la Iglesia católica en otros lugares.
Juan
Pablo II, en 1982, marcó el camino de apoyo a las familias
en nuestro país. En esa época existieron dos grandes
personajes de la Iglesia de la Transición. Monseñor
Tarancón, del que se cumple el centenario de su nacimiento,
y otra figura que quizá ha quedado más oscurecida,
Don Marcelo González. ¿Cómo se proyectan ambos
en la Iglesia de hoy?
Don Vicente
es el que encauza el nuevo marco de relaciones de la Iglesia católica
con el Estado, con el Gobierno, con la sociedad, también con
las nuevas corrientes culturales. Su actuación estuvo llena
de tacto histórico, de finura eclesial y por tanto de aciertos.
Don Marcelo estuvo más en un segundo lugar del escenario, pero
muy importante. Fue el responsable de la vida interna de la Iglesia
en España, del cultivo y el cuidado de sus valores teológico-espirituales,
de su revitalización interior. Fue decisivo también
a la hora de alumbrar el nuevo capítulo de las vocaciones en
España en esos años.
Ambos
están muy vinculados a la llamada memoria histórica,
que a la Iglesia le concierne desde el punto de vista estrictamente
normativo (Valle de los Caídos) y de demanda política.
Concretamente, se le demanda una petición de perdón
por una trayectoria histórica anterior a la Democracia. ¿Qué
le suscitan estos planteamientos?
Primero,
la ley de memoria histórica no era necesaria. Segundo, la previsión
referente al Valle de los Caídos salva la libertad de la presencia
de la Iglesia en la basílica y en la abadía de la Santa
Cruz. Esto es muy importante, hay que agradecerlo, y si es una regulación
definitiva para el futuro, creo que es buena porque hay que despolitizar
el lugar, la abadía y la iglesia. Allí se va a rezar
por todos los que se encuentran en ese sitio sepultados y se hará
para que la reconciliación de los españoles no sea un
episodio más o menos largo, sino definitivo. Lo que sí
hace esta ley es pretender recuperar la historia de la vida, lo que
no es propio de una actuación legislativa. Y en España
todavía con mayor razón, porque una guerra civil es
siempre un episodio tremendamente doloroso, que divide, y tienen que
pasar tres o cuatro generaciones para no correr el peligro de abrir
heridas que estaban cerradas.
¿Estaban
esas heridas cerradas?
Las
heridas, y pertenezco a la generación de la Transición
política, estaban cerradas. Y en eso habíamos colaborado
casi todos. La inmensa mayoría de la sociedad española.
Esa ley no era necesaria. Y existe un dato, creo yo, que es irrefutable:
ha habido persecución religiosa. Una persecución religiosa
muy cruel. Con unos antecedentes: mayo de 1931, quema de iglesias
en Madrid y en otras ciudades de España; al finalizar ese año,
aprobación de una Constitución con un artículo
que recorta gravemente el derecho a la libertad religiosa, y otros
donde se incide en la presencia y la actuación de la Iglesia
en una sociedad libre, y que después es desarrollada con leyes
ordinarias como la de la expulsión de la Compañía
de Jesús y la incautación de sus bienes, la prohibición
de la actividad de todas las órdenes religiosas en el ámbito
de la enseñanza y en otros; amplias restricciones con respecto
al ejercicio del culto público... No se pueden olvidar esos
datos. Los católicos, la jerarquía, la Santa Sede, a
pesar de todo, fueron leales a la autoridad legítimamente constituida,
buscaron la fórmula jurídica de convivencia y no tuvieron
nada que ver con el comienzo de la Guerra Civil. Son datos que no
creo que sean discutibles.
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