En torno a la formación de profesores
José Luis González-Simancas Lacasa
Profesor Honorario
Departamento de Educación
Universidad de Navarra
Diario de Navarra
El libro peligroso para los chicos
Hal y Gonn Iggulden

 

 

 

 

La autoridad, una conquista pendiente

        El Gobierno ha aprobado recientemente las directrices de las nuevas titulaciones o grados universitarios que habrá que cursar para ser profesor en Educación Infantil, Primaria y Secundaria. En palabras de la ministra de Educación, un objetivo claro es la "mejora de la formación inicial del profesorado".

        Ya habrá tiempo para analizar los diferentes y complejos aspectos de la nueva normativa. Por ello, no voy a entrar en detalles organizativos. No abordaré tampoco la negativa situación actual, por todos conocida: violencia en las aulas, indisciplina, ausencia de interés por el saber, etc.
En primer lugar, lo que me parece acertado es que se tome en serio al profesor, es decir, que se le considere agente prioritario –junto con los padres y madres de familia– de una docencia formativa. Pero a renglón seguido, no dejaré de repetir que las reformas de la educación no las hacen las leyes ni los decretos, sino las personas que se proponen ayudar a crecer a sus hijos o alumnos en todas sus dimensiones, en el aula y fuera de ella.

        Y en segundo lugar, esta noticia nos lleva a preguntarnos: ¿no está relacionado todo lo que ocurre con una confusión de ideas? Una confusión de ideas que es grave porque afecta a la persona y a la conducta del pretendido educador, sea profesor, padre, madre u orientador. El fondo de la cuestión es que, en este caso y antes que nada, urge la formación personal del profesor, de quien se dice que hoy tiende a la frustración. Quizá, ¿no será porque no tiene esas ideas claras que se le deben recordar en su formación inicial?

        Aquí voy a referirme tan sólo a una faceta crucial de este problema: a la confusión relativa a la autoridad. Se ha perdido el significado de la palabra autoridad. Hoy suena a exceso de poder, como "autoritarismo" inaceptable y opuesto a la libertad. Y se olvida que la autoridad moral, el prestigio personal socialmente reconocido, no la proporciona un grado universitario, una acreditación burocrática o una ley que la proteja. Todos los profesores deben "conquistarla" por su valía y su coherencia personal, lo que suscita la libre adhesión de los alumnos a lo que les propone ese profesor que confía en ellos y cree en su deseo sincero de hacer bien su trabajo.

Autoridad con coherencia de vida

        En otras palabras: la autoridad bien entendida comienza por uno mismo. Si yo no me exijo lo que amablemente debo exigir al otro ni soy coherente con unos principios o valores claros, nunca despertaré una respuesta positiva, confiada a su vez en mí, de aceptación libre de mi actuación.

        Por supuesto, eso requiere que el profesor luche por un mejor ser porque si no pone ese esfuerzo caerá inevitablemente en la tolerancia de lo intolerable, en la dejación de autoridad. De ahí también la permisividad de muchos padres que no se atreven a exigir nada porque los primeros en darse cuenta de que les exige lo que él no vive, serán sus hijas e hijos, que no le harán el menor caso.

        Concluyendo. O en los nuevos grados de docencia se hace consciente a los aspirantes a profesores de que su coherencia personal es inexcusable o seguiremos "formando" unos profesores sin garra y sin verdadera autoridad reconocida, aunque sean muchos los conocimientos teóricos que adquieran. Glosando el conocido dicho de que "no hay nada tan práctico como una buena teoría", puedo afirmar por experiencia que nada hay tan inútil como una buena teoría que no incida directamente en la conducta coherente de quien se propone educar. Una coherencia que debe arrancar de las convicciones personales, es decir, de lo que comúnmente se llama una filosofía de la vida.