Encargos y organización familiar (II): conocernos bien, para ir todos a una
Padres e hijos deben saber con claridad cuáles son sus encargos. Escribir una lista de tareas puede ser de gran ayuda.
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        Seguimos nuestra “conversación escrita” para hablar ahora de algunas maneras de colaborar los hijos en las tareas del hogar, de estrategias en la distribución y seguimiento de los encargos y de algunas ideas clave para “triunfar” en este asunto.

        Padres e hijos deben saber con claridad cuáles son sus encargos. Escribir una lista de tareas puede ser de gran ayuda. Cada hijo puede tener varios encargos diarios y también semanales. Lo de menos es que sean muy sencillos, pues importa mucho comenzar creando hábitos.

        Cuando en una familia se trabajan los hábitos básicos de alimentación, sueño, higiene y orden con niños pequeños e incluso bebés, éstos ya han empezado a participar en los proyectos comunes, en las necesidades vitales y en el estilo particular de ese hogar.

        Conforme las criaturas van creciendo, será preciso cambiar las maneras de ejercitar los hábitos básicos y, para ello, tendremos en cuenta las circunstancias personales de cada hijo. Así intentaremos que, progresivamente, hagan por sí mismos lo máximo que puedan realizar para ser más autónomos y nosotros no intentaremos substituirlos.

        Necesitamos saber cuáles son las virtudes, flaquezas, aficiones, sensibilidades de cada miembro de la familia. Conocer de sus posibles aportaciones e iniciativas, inquietudes y necesidades. Pero ¡tate!, para eso es preciso dedicar tiempo, más tiempo del que habitualmente tenemos. Pues bien, reconocer esta realidad y mejorarla es la clave del éxito, ya que no deseamos perdernos en improvisaciones, discusiones conyugales o inconstancias que desaniman a cualquiera.

        Una manera de empezar, o recomenzar, en la distribución de encargos y en la organización básica familiar es, por ejemplo, una buena tertulia después de la comida familiar del sábado o domingo. Pediremos que entre todos comenten lo que fue preciso hacer ese día para el buen funcionamiento de la casa: abrir cortinas, hacer camas, ordenar baños, doblar ropas, poner la mesa del desayuno, contestar el teléfono, comprar el pan y el diario, colocar el lavavajillas, tender la ropa, sacar la basura, preparar la comida y la cena, etc. Saldrá una larguísima lista, que evidenciará la necesidad de que todos colaboren.

        Es el momento de proponer, opinar, discutir y elegir tareas que ellos podrían comprometerse a hacer. Según los intereses, gustos y capacidades personales de las criaturas, concretaremos los encargos, pensando cuál puede ser más adecuado para cada hija e hijo.

        En ese momento, vale la pena recordar que el gran objetivo es adquirir un compromiso con la familia, sentirse parte fundamental de un equipo. Digámosles que mediante los encargos aprendemos todos a ser más libres y, con nuestro esfuerzo personal por mejorar, beneficiamos a todos.

        Otra forma, aunque mucho más dirigida, es cuando son los padres solos quienes empiezan por elaborar una lista de encargos relativos a la casa y al entorno, recogen sugerencias personales de sus hijos y de sus amigos. Después piensan en el aprendizaje previo que requiere cada tarea. A continuación, relacionan las cualidades y las circunstancias de cada miembro de la familia con encargos, y distribuyen éstos equilibradamente.

Distribución, más que por edades, por circunstancias

En los primeros momentos

        Es preciso recordar que algunas decisiones sobre organización y tareas no se acaban en las reuniones familiares. Los padres deben tomar estas decisiones solos o con la ayuda de otros adultos. Otras veces será mejor discutir entre todos sobre los motivos para hacer algunos cambios en la dinámica familiar; eso ayudará a los niños a entender lo que está pasando y la manera en que ellos serán afectados o beneficiados por estas decisiones.

        Cuando los encargos son nuevos para algún miembro de la familia, los primeros días pueden hacerse con el soporte de un hermano, o con papá o mamá. Un niño pequeño, al principio, necesitará consejo para poner bien la mesa, limpiar zapatos o hacer la cama. Una persona que nunca ha lavado la ropa puede necesitar ayuda para separar la ropa de colores obscuros de la ropa blanca o para saber si se ha de centrifugar o no.

        Las buenas disposiciones que destacan a los 5-6 años –sentido de justicia, afán de superación, deseo de ayudar y colaborar con los demás, etc.– les facilitará asumir enseguida pequeñas tareas familiares y cumplirlas con cierta responsabilidad, siempre con cierto acompañamiento, claro.

A los siete años

        A los 7 años, chicas y chicos, serán capaces de hacer algunas pequeñas tareas diarias sin que nadie se lo tenga que recordar expresamente. Habrá bastado con unos días de soporte de papá o mamá y quizás un pequeño recordatorio en el mural de la habitación, o en aquella cuadrícula fijada con imanes en la puerta de la nevera.

        Son los 7 años y la llegada de la edad de la razón, un hito importantísimo en la vida de los niños. Es cuando ya les podemos decir, con esperanzas ciertas de respuestas sensatas: ¿crees que esto está bien o no?

        Los encargos, sean los que sean, es mejor que cambien cada cierto tiempo. El encargo que durante 4 ó 5 semanas tuvo un hijo, después lo puede realizar otro. No hay encargos de poca categoría. Bajar la basura cada día sin dejarse vencer por la pereza –así hay que enseñarlo– es tan enriquecedor e importante como ayudar a la peque a hacer deberes o ir a comprar el diario al quiosco de la esquina.