La palabra, cemento de la familia
Si en lugar del orden alfabético, las palabras del diccionario se dispusieran en orden cronológico, y aun repetidas, según fueran entrando en nuestras vidas, el diccionario tendría que ser un mamotreto inconmensurable que empezaría con la palabra: "mamá".
Alfredo Ortega-Trillo
Su inapreciable valor

        Cuando, balbuceantes, conseguimos por primera vez pronunciarla, entramos realmente al mundo.

        “Mamá”, fue el primer paso que dimos, trastabillando, al emprender el viaje maravilloso que significa recorrer el mundo a través de la palabra; ir de nosotros con el preciado cargamento de lo que somos a la espalda, silbando a veces, otras llorando, camino del “otro”.

        Es un hecho que, aunque el “otro” como destino resulta humanamente imposible, la palabra nos acerca. Gracias a ella, en la búsqueda, no vamos a tientas; gracias a ella podemos decir: “te quiero”, y achicar un universo de distancias.

        Deseablemente, el matrimonio es, en el camino al “otro”, la mayor proximidad que puede existir. Fruto de esa proximidad el hijo será quien vuelva a renovar en su boca la palabra, la que viene dando saltos desde tiempos y pueblos ya enterrados, a agitar la atmósfera con su vibración cálida y nueva.

Que no falte

        La palabra, la herencia más preciada de los que nos precedieron, repite su periplo cultural y vuelve a quedar dispuesta para usarse y seguirnos acercando; y seguirnos salvarnos de nuestra soledad, abriéndonos a los demás en el viaje del encuentro.

        Donde hay un niño hay una esperanza, y donde hay dos, dos. La familia se multiplica y crece. La esperanza también. Sobre un fondo de cubiertos, de ollas que se lavan y una cafetera pitando, las voces, las palabras, son la música del hogar. Esta música nunca debería faltar en una casa. Las palabras en una familia no deberían agotarse nunca, aunque le dieran la vuelta al diccionario.

El cómo se habla         La comunicación entre padres e hijos, entre hermanos, como toda comunicación auténtica, lleva camino de ida y vuelta. Transmite información en los dos sentidos, algo muy útil y necesario para que marche la vida de una familia. Qué cierto es que “hablando se entiende la gente”, pero no menos cierto es que los acentos, las pausas y las inflexiones de voz, portan cargas emocionales de contenidos que desbordan a las palabras añadiéndoles valores ocultos, a menudo más importantes que la información misma. Esto lo sabe muy bien la madre que ha llamado a la distancia por teléfono a un hijo. Hará las preguntas del rigor más banal que usted ya conoce, y al colgar no le quedará la información de las respuestas sino el grato sabor de haber escuchado la voz de un hijo.
Responsables y palabras

        En ninguna otra parte tiene significado más cabal la palabra prójimo en referencia con el “otro” que en la familia, donde el “otro” nos queda justamente tan “próximo”, sobre todo si lo comparamos con aquel “otro” que, si estiramos el idioma, bien pudiéramos llamar “léjimo”, ese “otro” que transcurre apresurado por la calle, sin tiempo de mirarle a la cara.

        En la familia se dan los lazos sociales más próximos, y nuestra responsabilidad está en función de esa vecindad. Por una condición de existencia, somos más responsables de aquellos que tenemos más cerca, de aquellos con quienes nos tocó vivir. En contraparte y de cara a la sociedad, también seremos responsables de las familias que tenemos.

Palabra y escatología

        A fin de cuentas, en esta lucha perdida que libramos contra el tiempo, más que los logros y los fracasos de la vida, nos daremos por ganadores en la derrota final de nuestros días por todos los momentos en que atravesaron el muro de nuestro túnel voces amables y cariñosas que un día nos llamaron “mamá” o “papá”.

        Ojalá y al salir del mundo, al final de nuestro diccionario personal, fuera la palabra “hijo”, aquella que cerrara nuestros labios.