Acertar con la verdad

Alfonso Aguiló
Libertad y tolerancia en una sociedad plural: el arte de convivir
Alfonso Aguiló

        La sensatez de la decisión humana sobre la religión no estará, por tanto, en elegir la religión que a uno le guste o le satisfaga más, sino más bien en acertar con la verdadera, que solo puede ser una. La religión no es como elegir en un supermercado el producto más atractivo.

        —Pero la religión verdadera debería ser atractiva..., si tan buena es, ¿no?

        Depende de qué se entienda por atractivo. Si te refieres a lo superficial, guiarse por el atractivo de la presentación exterior llevaría a juzgar por el envoltorio o por la apariencia.

        Sería como intentar distinguir entre un buen libro histórico y otro lleno de manipulaciones, fijándose solo en lo atractivo de la portada y la presentación. O como distinguir entre un veneno y una medicina por lo agradable del color o del sabor (esto podría ser incluso más peligroso).

        Cuando se trata de discernir entre lo verdadero y lo falso, y en algo importante, como lo es la religión, conviene profundizar lo más posible. La religión verdadera será efectivamente la de mayor atractivo, pero solo para quien tenga de ella un conocimiento suficientemente profundo.

        —Entonces, ¿tú crees que el cristianismo es la verdad para todos?

        Sí, naturalmente, pues soy cristiano. Si uno no cree que su fe es la verdadera, lo que le sucede entonces, sencillamente, es que no tiene fe.

        —¿Dices entonces que todos los que profesan una religión distinta a la cristiana están completamente equivocados?

        Completamente, no. La adhesión a la verdad cristiana no es como el reconocimiento de un principio matemático. La revelación de Dios se despliega como la vida misma, y toda verdad parcial no tiene por qué ser un completo error.

        Muchas religiones tendrán una parte que será verdad y otra que contendrá errores (excepto la verdadera, que, lógicamente, no contendrá errores). Por esta razón, la Iglesia católica -lo ha explicado el Concilio Vaticano II- nada rechaza de lo que en otras religiones hay de verdadero y de santo. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, aunque discrepan en muchos puntos de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres. La Iglesia honra cualquier verdad que pueda ser descubierta en el mundo de las religiones y las culturas.