Agnosticismo y cálculo de probabilidades

Alfonso Aguiló
Libertad y tolerancia en una sociedad plural: el arte de convivir
Alfonso Aguiló

        —Otros, y parece que lo dicen honradamente, aseguran que si alguien les convenciera de que Dios existe, se convertirían. Pero que no pueden forzar una fe que no tienen. Dicen incluso que les gustaría tener la fortuna de poseer esa fe que ven que hace tan felices a otros...

        Se le podría dar la vuelta a su razonamiento: que sea él quien demuestre que Dios no existe, o que no puede conocerse, y así entonces serías tú quien se convertiría a su postura.

        —De entrada, me diría que no tiene ningún interés en convertirme, como parezco tenerlo yo.

        Pienso que todo hombre realmente persuadido de conocer cualquier verdad debe tener la ilusión de compartirla con los demás. Buscar que los demás se acerquen a lo que uno considera verdadero –respetando siempre la libertad, por supuesto–, es algo positivo.

        —Pues entonces admitiría que tampoco se puede demostrar que no existe Dios, pero como su existencia es algo dudoso, le parece igual de razonable apostar por cualquiera de las dos opciones.

        Sin embargo, él, en la práctica, vive como si Dios no existiera. Está viviendo, en definitiva, conforme a algo que no puede demostrar. En el fondo, está teniendo fe en algo, en la no-existencia de Dios, pero con el agravante de que si efectivamente al final resultara que Dios existe –cosa que sabremos dentro de no tanto tiempo–, lo más probable es que él haya salido perdiendo en esa apuesta, y por los siglos de los siglos.

        —Pero dirá que si al final resulta que Dios no existe, eres tú quien pierde, y él, en cambio, habrá salido ganando.

        No está tan claro, pues no parece muy seguro que quienes viven al margen de Dios pasen una vida más feliz. Ellos mismos reconocen muchas veces –lo comentabas antes tú mismo– que incluso les gustaría tener la fe que ven que hace tan felices a otros. Y es lógico que así suceda, puesto que tener fe es siempre servir a algo más elevado, y todo hombre –quiéralo o no– es siervo de las cosas en las que pone su felicidad.

        O sea, que si al final de la vida se comprueba que Dios existe, el agnóstico ha apostado por el error de más trascendencia que pueda haber. Y si Dios no existiera, tampoco habría salido ganando. Así que, hasta por esta razón de probabilidad, parece bastante razonable apostar por la fe. Así lo resumía Pascal: "Prefiero equivocarme creyendo en un Dios que no existe, que equivocarme no creyendo en un Dios que existe".

        "Porque –añadía, haciendo gala de su habitual pragmatismo de científico– si después no hay nada, evidentemente nunca lo sabré, cuando me hunda en la nada eterna; pero si hay algo, si hay Alguien, tendré que dar cuenta de mi actitud de rechazo."

        Por otra parte, si Dios existe, ha de haber una religión, pues la religión es lo propio de la relación natural entre cualquier ser y quien lo ha creado. Igual que lo natural es que un hijo trate a sus padres, por la sencilla razón de que le han traído al mundo, lo natural en el hombre es mantener una relación con su creador, y puede decirse que eso es la religión.