¿Creer en algo que me complica la vida?

Alfonso Aguiló
Libertad y tolerancia en una sociedad plural: el arte de convivir
Alfonso Aguiló

        —Hay veces en que la resistencia a creer en Dios es sobre todo una resistencia de la voluntad para evitarse complicaciones morales.

        Ciertamente, y por eso muchos agnósticos se amparan en la excusa de que no se puede conocer con certeza la existencia de Dios, para así vivir en la práctica como si no existiera. Y resuelven sus dudas intelectuales apostando a nivel práctico por la no-existencia de Dios, con una seguridad y asumiendo unos riesgos difíciles de conciliar con sus anteriores razonamientos.

        Es una postura que, por otra parte, puede resultar muy seductora para quienes buscan eludir algunas de las exigencias morales que supone la existencia de Dios, al tiempo que se evitan la molestia de rebatirlas. De esta manera, su agnosticismo acaba siendo una sencilla fachada intelectual que esconde unos planteamientos que a lo mejor parecen cómodos pero desde luego son muy poco consistentes.

        Hay otros, a los que quizá habría que alabar inicialmente por su sinceridad, que afirman creer en Dios, pero que prefieren ponerlo entre paréntesis porque, por alguna razón más o menos confesada, no les interesa que afecte a su vida. Se trata de un indiferentismo que, si bien puede ser efectivamente sincero, no parece un ejemplo de coherencia.

        Otros profesan una especie de agnosticismo estético, con el que hacen difíciles equilibrios entre el escepticismo y la búsqueda de aprobación social, o entre el miedo al compromiso y el miedo al "qué dirán". Parecen pensar que la incredulidad es prueba de elegancia y sabiduría, y quizá por eso llegan hasta el extremo de fingirla.

        En unos casos y en otros, son actitudes que responden a decisiones personales, que son muy libres de tomar, por supuesto, pero que con frecuencia no se fundamentan en un discurso intelectual muy riguroso. El discurso suele venir después, para justificar su decisión.