¿Un alma espiritual?

Alfonso Aguiló
Libertad y tolerancia en una sociedad plural: el arte de convivir
Alfonso Aguiló

        —Mucha gente niega la existencia del alma. Dice que la inteligencia humana es un proceso cerebral, como cualquier otro de los que hay en el organismo humano, y que no necesita explicaciones espirituales.

        La inteligencia humana no es una mera función del cerebro, como la que puede hacer la bilis en el hígado, por ejemplo. El hecho de que la inteligencia no actúe sin la colaboración de los sentidos, que tienen su sede en el cerebro, no supone identificar cerebro e inteligencia. Un aparato eléctrico no funciona si no se enchufa, pero el enchufe no es la causa de que funcione, ni de que exista la electricidad. Enchufe y cerebro son condiciones, no causas.

        —¿Y por qué tiene que ser espiritual el alma humana?

        Ningún efecto puede ser ontológicamente mayor que su causa. Si el hombre es capaz de tener pensamientos abstractos, su alma tiene que ser espiritual. Si la mente humana es capaz de producir ideas inmateriales, el alma tiene que ser inmaterial, es decir, espíritu.

        —Pues hay quien asegura que la vida humana responde en su totalidad a un esquema bioquímico que explica todos sus procesos.

        ¿Fueron entonces –se pregunta José Ramón Ayllón– las neuronas de Miguel Ángel quienes pintaron la Capilla Sixtina? En caso afirmativo habría que admirar los procesos bioquímicos de su cerebro, y no de su propietario. Y si la conducta criminal de Hitler fue exclusiva e inevitable consecuencia de su química neuronal, no sería él responsable del holocausto de tantos judíos, sino solo sus neuronas. ¿Pueden las neuronas ser justas, o valientes, o peligrosas? Si las neuronas movieran totalmente al hombre, el hombre sería un títere de su cerebro. ¿Son acaso las neuronas quienes originan la voluntad libre y, por consiguiente, se dan órdenes a sí mismas?

        En la base de las decisiones libres encontraremos procesos bioquímicos, es cierto, pero la libertad y la inteligencia no parecen ser procesos bioquímicos, ni tampoco efectos de solo lo bioquímico, como la luz solar que entra en la habitación no es efecto solo de que la ventana esté abierta: tiene que alumbrar el sol. Reducir la vida humana a un proceso bioquímico extraordinariamente complejo supone negar la existencia de la libertad humana. Y cualquier hombre puede comprender que es capaz de escoger, que podría haber obrado de manera distinta a como lo ha hecho, y que, en definitiva, la libertad existe y no es una simple entelequia de la razón.

        Lo curioso es que quienes sostienen esas teorías deterministas –que niegan la libertad en pro de todos esos complejos procesos bioquímicos– no se resignan a que los demás conculquen sus derechos. Estoy seguro que si a uno de ellos le roban su cartera, lo más probable es que no se limite a pensar que el pobre ladrón obró así necesariamente, impelido por un estímulo bioquímico irresistible, sino que llamará a la policía y exigirá que busquen al culpable, quizá incluso que le castiguen, y, por supuesto, la devolución de la cartera.