Antiguos dogmas supuestamente científicos

Alfonso Aguiló
Libertad y tolerancia en una sociedad plural: el arte de convivir
Alfonso Aguiló

        —Bien, pero lo del Japón que decías antes es un caso excepcional. Quizá sea un país con una mentalidad tan especial que no puede servir para rebatir un principio que parece elemental: si los recursos naturales de una tierra son pocos, o su orografía es muy difícil, está claro que cuantos menos sean, siempre es mejor; después de todo, más gente significa más bocas que alimentar, más pies que calzar, más escuelas que construir. Más gente siempre supone más problemas.

        No parece que la realidad obedezca a ese razonamiento, sino que se trata de algo más complejo. Podrían ponerse muchos otros ejemplos, además del Japón, que contradicen esa explicación.

        Si nos fijamos en Suiza, vemos también que es un país pequeño, en cuya reducida extensión apenas hay recursos naturales, y que es el más abrupto y montañoso de Europa; sin embargo, es de los más ricos del continente.

        Países como Japón o Suiza (pequeños, montañosos y sin recursos naturales), no son casos aislados. La gran riqueza de esos países -quizá consecuencia precisamente de su pobreza en recursos naturales- está en los recursos humanos: una elevada densidad de población con un elevado nivel de preparación.

        Hay muchísimos más ejemplos de contrastes que niegan esa relación directa entre la pobreza y la elevada densidad de población. Holanda tiene 354 habitantes por kilómetro cuadrado, y la India solo 228. Alemania tiene 246, y Bolivia -un país muy pobre- solo 6.

        —Quizá sea eso cierto para países que ya han conseguido una riqueza económica, pero parece que para los que son pobres, una elevada población siempre supone un gran retraso en el crecimiento económico.

        Sin entrar en grandes disquisiciones macroeconómicas, parece que bastantes naciones pequeñas -por ejemplo Taiwán, Corea, Singapur, etc.- han sido las de mayor crecimiento económico del mundo durante varias décadas. Y todas ellas eran antes pobres y muy pobladas (Corea tiene 409 habitantes por kilómetro cuadrado).

        Hay docenas de países poco poblados que son pobres y sucios y padecen hambre. Y hay multitud de países con población grande y densa, que son prósperos y atractivos. Esto no significa que la densidad de población sea una gran ventaja, pero tampoco parece que sea una gran desventaja.

        Sería un reduccionismo condicionar el éxito económico al bajo número de habitantes. De entrada, es olvidar que la gente no solo consume: también produce.

        —Pero cuando el paro laboral crece, y los puestos de trabajo son escasos, más vale limitar el crecimiento de la población, pues se ve que la economía no admite más trabajadores.

        El sistema económico es mucho más complejo que eso. Muchas veces, el estancamiento de la economía se debe a un freno en el consumo, que es consecuencia a su vez del estancamiento de la población. Para que haya puestos de trabajo, es preciso producir; y para producir, hace falta gente que consuma. Si esa cadena se frena por un parón en el número de consumidores, la economía se frena también.

        La hipótesis de que un buen desarrollo económico exige un fuerte control de la natalidad supone, entre otras cosas, desconocer una lección de la historia: el crecimiento de la población precede al crecimiento económico, y es difícil encontrar un ejemplo de un país que haya mantenido al mismo tiempo una caída de población y un buen desarrollo económico.

        Todas estas realidades innegables han llevado a un heterogéneo grupo de prestigiosos investigadores a contradecir los antiguos dogmas del control demográfico. Personas como Simon Kuznets, Colin Clark, P. T. Bauer, Ester Boserup, Albert Hirshman, Julian Simon, Richard Easterlin y otros, coinciden en que es preciso subrayar el gran potencial creativo de los individuos humanos; la solución está en organizar mejor la sociedad: las personas son su recurso más valioso.

        Como ha escrito Hannah Arendt, el milagro que interrumpe una y otra vez el curso del mundo y el discurrir de las cosas humanas, y lo salva de la decadencia, es, en última instancia, el hecho de la natalidad, del nacimiento. El milagro consiste en que nacen hombres. Cada recién llegado -siempre que se le permita llegar, y luego desarrollar sus capacidades únicas e irrepetibles- es un nuevo potencial de ganancia para la humanidad.