Sin voz ni voto

Alfonso Aguiló
Libertad y tolerancia en una sociedad plural: el arte de convivir
Alfonso Aguiló

        El caso es que el abortismo ha venido, curiosamente, a incluirse entre los postulados de muchas modernas progresías.

        El progresismo, en su origen, respondía a un esquema muy sugestivo: apoyar al débil, pacifismo, tolerancia, no violencia. Años después, el progresista añadió a este credo la defensa de la naturaleza. Para el progresista, el débil era el obrero frente al patrono, el niño frente al adulto, la mujer frente al varón, el negro frente al blanco, la naturaleza virgen frente a la industria contaminadora. Había que tomar partido por el indefenso, y era recusable cualquier forma de violencia. Todo un ideario claro y atractivo.

        Pero surgió el problema del aborto y, ante él, el progresismo vaciló. No pensó ya que la vida del feto estaba más desprotegida que la del obrero o la del negro, quizá porque el embrión carecía de voz y voto, y era políticamente irrelevante.

        Y empezó a ceder en sus principios: contra el feto, una vida humana desamparada e inerme, podía atentarse impunemente. Nada importaba su debilidad, si su eliminación se efectuaba mediante una violencia silenciosa. Los demás fetos callarían, no harían manifestaciones callejeras, no podrían protestar.

        El feto pasó a ser considerado como un intruso inoportuno, como si fuera una verruga desagradable que hay que hacer desaparecer, como un mal que no se está dispuesto a tolerar.

        Así fue manifestándose la crueldad de la historia. La tolerancia de los progresistas se fue tiñendo de intolerancia crispada, de exigencia de derechos en contra del indefenso. Y como si no quedaran aún miles de campos en los que falta tanto hasta alcanzar la plenitud de derechos de la mujer, la legalización del aborto pasó a ser una de las grandes metas de un amplio sector de la progresía feminista.

        Sin embargo, para los progresistas que aún defienden indefensos, y que buscan una verdadera tolerancia rechazando la violencia inicua,

        La muerte cruel de un inocente siempre producirá náuseas, sea en una explosión atómica, en una cámara de gas o en un quirófano esterilizado; y sea legal o ilegal.