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Como ha señalado Innerarity, la libertad es uno de los temas más huidizos ante la reflexión. La cultura actual ha dado a la libertad una consideración privilegiada. Al hombre de hoy y esto es una evidente virtud le resulta insoportable la tiranía o la represión, cualquier falta de libertad. Sin embargo, la libertad no consiste en un mero recuento de las libertades civiles, o las cosas que formalmente podemos hacer. Sin olvidar eso, hay que examinar también si su ejercicio amplía o empequeñece el ámbito de libertad, si es trivial o enriquecedor. Muchas veces, los peores enemigos de la libertad no son poderes o personajes identificables, a los que pueda acusarse desde la inocencia, sino algunos de nuestros propios hábitos, que no son fáciles de reconocer, y que cuentan quizá con nuestra secreta complacencia. Los desafíos a la libertad son, más que las ideologías totalitarias, otros enemigos más solapados y difíciles de vencer: el aburrimiento, el hastío, la laminación cultural y espiritual, la frivolidad, el conformismo y las rutinas que hacen languidecer a las personas. La libertad no puede reducirse a aspectos formales, a la capacidad de elección comprada a precio de una perpetua indecisión. Una libertad profunda es aquella que se realiza, que se hace vida, decide y compromete, de la que solamente un observador superficial diría que ha desaparecido cuando se ha hecho efectiva. Es preciso sondear las relaciones misteriosas que ligan la libertad a la necesidad. "¡No puedo hacer otra cosa!". Es el quejido del esclavo oprimido por un poder exterior, pero es también el grito de exaltación ante la persona que se ama, ante el deber difícil, o en las horas supremas de inspiración. En el grado más bajo de la escala humana, la necesidad nos encadena; en el más alto, nos libera. Para obrar bien, se requiere al menos esa pequeña genialidad que irradia quizá sin saberlo en todo el que toma una decisión, en quien se compromete seriamente, o en quien tiene al menos el acierto de descubrir quién le puede aconsejar bien. El frívolo y el fanático, en sus libertades demasiado fáciles y demasiado totales, son incapaces de aventura. Al primero le sobran posibilidades, al segundo evidencias. De ambos hay razones más que suficientes para sospechar que sus excesos son, en el fondo, carencias. En ese sentido podía decir Kierkegaard que la libertad del tirano es una dependencia, y el oro del avaro una pobreza. | |||||
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