Viejos tópicos. ¿Que pruebe un poco de todo?

Alfonso Aguiló
Carácter y acierto en el vivir:100 relatos y reflexiones sobre la mejora personal

        —De todas formas, lo propio de la educación no puede ser simplemente acostumbrar a la gente a que haga unas cosas, sin pensarlo más, y ya está. Quizá en épocas pasadas se forzaba demasiado a la gente, y me parece que eso es malo. Creo que hay que hacer pensar, y no formar personas de respuesta aprendida, no dárselo todo ya pensado. Hay que contar más con lo que desean ellos, y que prueben diversas posibilidades, y luego elijan lo que les parezca mejor.

        En lo de hacerles pensar, y en no ser pesados ni impositivos, estoy totalmente de acuerdo. Y en que hay que valorar en mucho sus deseos y sus aptitudes y no querer meterlos a presión en un molde educativo que no les deja desarrollar su personalidad, también, por supuesto.

        Pero hay que ser prudentes en eso de que pruebe un poco de todo y luego elija lo que le parezca mejor. Porque puedes hipotecar su libertad.

        —Será más bien al revés, ¿no?

        Por ejemplo, sin consultar al hijo, se le enseña a caminar, quiera o no quiera. ¿Por qué? Porque aprender a caminar es algo bueno, mejor que su contrario, independientemente de que más tarde quiera ejercitar o no esa habilidad, camine de una manera o de otra, vaya a un sitio o a otro, más rápido o más lentamente.

        En cambio, si no se le enseña a caminar, su futuro estará mermado por ese handicap. Y a partir de determinada edad, llegará incluso a ser una función difícilmente recuperable; y siempre más costosa y difícil que si hubiera aprendido a caminar a su debido tiempo.

        Para educar en la libertad hay que optar por el aprendizaje.

        Un aprendizaje debidamente programado en función de la edad y capacidades del sujeto. Porque si se opta por no enseñar a caminar, pensando que es la opción que deja mayor margen de libertad para en el futuro aprender o no, se opta en la práctica –bajo la bandera de la libertad– por la más lamentable pérdida de libertad.

        Los padres traen a sus hijos al mundo sin contar con ellos. Sin contar con ellos deciden el idioma que van a hablar, la alimentación que recibirán, dónde y cómo vivirán, el colegio al que irán, etc. Eso es lo natural, y renunciar a hacerlo sería como un triste tributo a una renuncia irreflexiva e injusta de la libertad.

        Es cierto que si los padres no tomaran esas decisiones –supliendo así la falta de discernimiento de sus hijos–, conseguirían que su infantil libertad permaneciera intacta. Pero pretender a todo trance mantener intacta la libertad produce siempre una fuerte devaluación de la misma libertad. Con su falta de uso, se marginan muchas de sus grandes potencialidades.