Un retorno al etnocentrismo persa

Alfonso Aguiló
Carácter y acierto en el vivir:100 relatos y reflexiones sobre la mejora personal

        Según explica Herodoto, los persas estaban convencidos de que ellos eran los mejores; y que a ellos les seguían las naciones limítrofes; y que, a su vez, las naciones limítrofes con ésas ocupaban el tercer lugar en este orden decreciente de bondad; y así sucesivamente, disminuye progresivamente su valía a medida que los círculos concéntricos se iban alejando más del núcleo persa.

        Esa firme ligazón entre el bien y el bien propio, y una visión del cosmos que reserva un lugar especial para el pueblo al que uno pertenece, retratan bastante bien a aquella primitiva concepción etnocentrista del bien.

        Fueron los filósofos griegos –explica Allan Bloom–, los primeros hombres que abordaron la distinción entre bien y bien propio. Empezaron a distinguir entre lo que era exigido por la naturaleza, y lo que era simplemente algo convenido o pactado; entre lo que podía considerarse justo, y lo que era simplemente algo aceptado por un colectivo de personas.

        Los filósofos griegos estaban abiertos al bien como tal. Tenían que usar el bien, que no era suyo, para juzgar lo suyo. Comprendieron que si los hombres querían ser verdaderamente humanos, no podían conformarse con lo que les venía dado por su cultura, sino que habían de buscar además el bien. Aquella conciencia del bien, y del deseo de poseerlo, fueron adquisiciones humanizadoras de un valor inestimable.

        Con el paso del tiempo, la cultura occidental fue buscando una apertura que encontrara en otras culturas nuevos y mejores estilos. De esos estudios, algunos pensadores de los últimos siglos llegaron a sacar la curiosa conclusión de que los valores y las culturas son terriblemente relativos y que, por tanto, no podemos conocer la verdad (si es que existe), sino simplemente estudiar lo que muchos hombres pensaron sobre la verdad.

        Sin embargo, el hecho de que en tiempos y lugares diferentes hayan existido diferentes opiniones sobre el bien y el mal, en absoluto supone que dé igual una que otra. Ante las diferencias de opinión, lo razonable es plantearse cuáles de las expresadas son más cercanas a la verdad, en lugar de rechazarlas todas; lo sensato es tratar de analizar esas diferencias, examinando las razones y argumentos de cada opinión.

        Si queremos una actividad intelectual plural y libre –sugiere Alejandro Llano–, hemos de sacudirnos el miedo a pensar por cuenta propia, a reconocer que hay diferencias y rivalidades, a entablar auténticos debates intelectuales, y no cejar hasta descubrir de qué lado está la verdad.

        Nadie puede vivir sin una convicción de lo que es el bien y el mal. Todos la necesitamos. Cuando alguien niega que exista una verdad universal, lo que realmente hace es tomar para sí un concepto propio de lo que es la verdad y el bien. Y como el relativismo absoluto es imposible, irá considerando menos válido el concepto de bien a medida que se aleje del concepto suyo. Más o menos, lo mismo que sucedía con el etnocentrismo persa, solo que ahora poniéndose en el centro uno mismo, en vez de al pueblo persa.