Cine y teología. Un preámbulo a
“Blade Runner”, de Ridley Scott

Rufino Valente PiensaUnPoco.com
La fidelidad matrimonial y el concepto de Dios         Comentaba en el artículo anterior que el mismo concepto de fidelidad conyugal, forjado en el seno de la civilización cristiana y transmitido a la civilización occidental del fin del milenio ha podido convertirse en un pobre concepto desgajado del «buen anuncio de la perennidad del amor conyugal, que tiene en Cristo su fundamento y su fuerza».

        No me resisto a observar que la “fidelidad” –la “matrimonial” especialmente– ha corrido el mismo destino que Dios. También Él ha ocupado durante siglos el centro de la civilización y de la cultura. También Él ha caído en las sutiles redes de una cultura que, olvidándose del Dios de nuestros Padres, del Dios de la Alianza, ha rechazado la fuente del agua viva «para excavarse cisternas agrietadas que no retienen el agua», y ha elaborado el concepto que en su día desenmascaró Pascal: el «dios de los filósofos». Lejos de nosotros minusvalorar la digna profesión de los filósofos. Imagino que tampoco esa era la intención del pensador francés. Lo que él denunciaba era el peligro de la «racionalización» de Dios: el intento sacrílego de encerrarlo en un concepto, con miras a su utilización ideológica e idolátrica. El mismo Dios de la Alianza sabía que esta tentación acecha el corazón del hombre y, precisamente por eso, tardó siglos en revelar su nombre: entre los hebreos, el nombre confiere un cierto poder sobre la persona nombrada. La Historia ha confirmado repetidas veces que ese peligro es real.

Pero el hombre siente necesidad de desandar lo andado

        ¿No ha sido precisamente este «dios» el que en los siglos XIX y XX fue declarado culpable de existir y finalmente condenado a muerte? Un dios y una fidelidad que han corrido la misma suerte, reducidos a simples caricaturas, criaturas de la mente y de la soberbia humanas: han tenido el destino que se merecían. Es más, era necesario que murieran, para que fuese posible su desvelamiento y la verdad pudiese volver a refulgir con toda la intensidad originaria.

        Paradójicamente, el séptimo arte –el cine de nuestros días– está siendo un instrumento privilegiado para recuperar la cordura y mostrar del mejor de los modos cómo tras la muerte de dios y de la fidelidad quienes morimos somos únicamente nosotros, víctimas de nuestros espejismos y del veneno de nuestra soberbia. En definitiva, se advierte un movimiento cultural muy significativo que aboga por la «resurrección» de Dios y de la fidelidad en la cultura.

La fidelidad de propiamente es divina

        Si hemos puesto la fidelidad al mismo nivel que la idea de Dios, no se debe sólo a motivos de ejemplificación expositiva, sino sobre todo a razones de índole teológica. La fidelidad es uno de los atributos más interesantes de Dios, precisamente aquél que impedirá al teólogo quedar sojuzgado por sus ideas y sus construcciones mentales y reducir al Dios vivo a la categoría del «dios de los filósofos». Si profundizamos en este atributo divino, comprenderemos mejor en qué consiste y cuál es el fundamento de la fidelidad humana. El cine y la teología, entonces, vienen en nuestra ayuda para una revalorización cultural de la fidelidad humana.

        En la película “Blade Runner”, Ridley Scott plantea en forma magistral los distintos modos de entender las relaciones entre Dios y el hombre a través de una cosmogonía de nuestros días. En el próximo artículo comentaré la hondura de los planteamientos de este excelente filme.