No dejarse llevar por la corriente

Alfonso Aguiló
Carácter y acierto en el vivir:100 relatos y reflexiones sobre la mejora personal

        E. M. Gray escribió hace unos años un ensayo bastante famoso, que tituló The Common Denominator of Success: El común denominador del éxito. Lo hizo después de dedicar mucho tiempo a estudiar qué era lo común a las personas que tenían éxito en su trabajo y, más en general, en el resultado global de su vida.

        Curiosamente, su conclusión no situaba la clave en trabajar mucho, ni en tener suerte, ni en saber relacionarse (aun siendo todas estas cuestiones muy importantes), sino en otra cosa.

        Las personas con éxito han adquirido la costumbre de hacer cosas que a quienes fracasan no les gusta hacer.

        Hay muchas cosas que no les apetece en absoluto hacer, pero subordinan ese disgusto a un propósito de mayor importancia. Saben educar su carácter de modo que sus intereses y sus actos dependan de los valores que guían su vida y no del impulso o el deseo del momento.

        Cualquier persona, sea un estudiante universitario o una profesora de un instituto, un médico o una juez, un empleado de la industria o una ejecutiva de una multinacional, en todo caso, en su vida tiene planteado un reto importante en cuanto a su capacidad de organizarse.

        Para una persona con un mínimo de inquietudes en la vida (y supongo que será tu caso si has tenido paciencia para llegar hasta este punto del libro), el reto no es ocupar el tiempo, ni siquiera hacer muchas cosas, sino hacer rendir con acierto el tiempo de que disponemos.

        No se trata simplemente de lograr hacer muchas más cosas, sino hacer las que pensamos que estamos llamados a hacer.

        Se trata de establecer una juiciosa distribución de nuestro tiempo que nos permita alcanzar una alta efectividad en el trabajo y, a la vez, un uso equilibrado del resto del tiempo, en el que tenga cabida la familia, las amistades, la propia formación, la atención de otras obligaciones, etc.

        Se trata de vivir a conciencia la vida, de manera que no lleguemos a la muerte y descubramos entonces que apenas lo hemos logrado. Salir de la monotonía o la mediocridad, sacar a la vida todo su partido. Porque cuando se es joven, es fácil tener la impresión de que la vida todavía no ha comenzado realmente, que la parte decisiva de la vida, aquella que requiere un serio esfuerzo para encauzarla bien, empezará quizá la semana que viene, o el mes que viene, o después de las vacaciones, o el año que viene, pero siempre en otro momento. Lo malo es que, si uno se descuida, un buen día te encuentras, de repente, con que el tiempo se ha pasado y la vida no ha ido por donde debía.