El riesgo del autoengaño

Alfonso Aguiló
Carácter y acierto en el vivir:100 relatos y reflexiones sobre la mejora personal

        Todo hombre sensato ha de tener una sana y equilibrada preocupación por saber si actúa bien o no. Una reflexión positiva que nos haga estar prevenidos contra el autoengaño.

        Porque en las vueltas y revueltas de la vida aparecen muchas ocasiones de obrar mal y apenas reparar en ello. Y aunque somos libres de elegir nuestras acciones, no lo somos tanto para eludir luego las consecuencias de esas acciones que hemos elegido.

        Por ejemplo, podemos elegir tirarnos a la calle desde un quinto piso, pero no podemos eludir lo que nos sucederá cuando nos estampemos contra el suelo. De la misma manera, podemos optar por ser deshonestos o corruptos en nuestro trabajo, con nuestros amigos o con la sociedad, pero no podremos escapar de sus consecuencias.

        —Bueno, hay bastante gente que sí escapa, puesto que, por desgracia, no todos los corruptos son descubiertos ni acaban en la cárcel.

        Las consecuencias penales o sociales quizá puedan eludirse, pues depende de que nos descubran o no. Pero el daño personal que con cualquier quebranto ético se hace uno a sí mismo es ineludible siempre.

        Somos libres de elegir ante cualquier situación, pero nunca podemos dejar de cargar con la otra cara de la moneda. Sin duda, muchas veces nuestras decisiones tendrán consecuencias que preferíamos no padecer, y hemos llegado a ellas por no saber bien qué había en la otra cara de esa elección, y es entonces cuando nos damos cuenta de que nos hemos equivocado.

        Sin embargo, no son nuestros errores lo que más nos daña, sino nuestra respuesta ante ellos.

        Porque, como decía Cicerón, todos los hombres pueden caer en un error, pero sólo los necios perseveran en él. Cuando una persona no reconoce sus errores, no los corrige, o no aprende de ellos, se introduce en una espiral de autoengaño y encubrimiento que potencia esos errores y causa un daño mucho más profundo.

        —Lo malo es que supongo que todos tendemos en cierta manera hacia el autoengaño y el encubrimiento de nuestros errores.

        Por eso la educación del carácter requiere un serio esfuerzo personal en ese sentido: cuando cometas un error, no te escudes en tu debilidad, no te lances a señalar defectos de otras personas, a culpar o acusar a otros. Es verdad que también habrá culpa en otras personas, pero hay que evitar que esa parte de culpa ajena te impida ver la tuya. Cuando observes en ti un error, lo verdaderamente necesario es, simplemente, que lo admitas, te corrijas y aprendas de él: de esta manera, además, una experiencia negativa puede convertirse en algo muy positivo.

        Y si ves que tu pensamiento deriva enseguida hacia cuestiones que están fuera de tu alcance -fuera del círculo de influencia de que hablábamos antes-, frena en seco y vuelve a empezar. Hemos de tener la valentía de descubrir y afrontar las áreas de error o de debilidad que hay en nuestras vidas, para eliminarlas o reformarlas.

        —También será positivo conocer nuestras áreas de talento, para potenciarlas, supongo.

        Sí, y en ambos casos el proceso de avance es muy parecido: establecer una meta personal, hacer un propósito de mejora y mantener un compromiso serio con uno mismo para cumplirlo (un compromiso serio y firme, pero también cordial y deportivo).