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Hace tiempo escribí dos novelas sobre un chico de Vigo y una chica de Barcelona que cambiaba de ciudad y se matriculaba en el instituto del muchacho. Intenté pintar el paisaje y la vida de un grupo de amigos jóvenes, con sus típicas relaciones. Reconozco que escribí con esmero, pues pretendía un canto a la amistad y una historia de amor. Después llegaron las cartas y correos de los lectores, sobre todo adolescentes que se veían reflejados en esas páginas. En algunos casos, tan reflejados como en un espejo. Marta, por ejemplo, que también era nueva en un instituto, escribía: "Supongo que no me va a creer si le digo que me ha pasado lo mismo que a Paula en su novela: hay un chico muy especial que me llena con las miradas furtivas que me lanza en clase". Marta resumía toda la intensidad de su sentimiento con una frase mínima y magnífica: "Dios mío, nunca pensé que fuera a sentir tanto con tan poco". El
sello del Artista Los ejemplos que se podrían aportar son innumerables. Un día de otoño de 1896, Chesterton conoció a Frances Blogg y se enamoró de ella. Aquella noche escribió, en la soledad de su habitación, que Frances sería la delicia de un príncipe, y que Dios creó el mundo y puso en él reyes, pueblos y naciones sólo para que así se lo encontrara Frances. Después escribió a la muchacha para decirle que "cualquier actriz conseguiría parecerse a Helena de Troya con una barra de labios y un poco de maquillaje, pero ninguna podría parecerse a ti sin ser una bendición de Dios". Lo curioso es que Chesterton, en aquellos años, se declaraba agnóstico. Un
regalo inmerecido Podríamos demostrar esa generosidad divina, de forma indirecta, al constatar que en el nacimiento de una amistad profunda o de un amor intenso hubo siempre un encuentro que bien podría no haberse producido. Bastaría con haber nacido en otra calle y haber estudiado en otro colegio, en otra universidad, para que no hubiéramos conocido a nuestros mejores amigos, para que no concurrieran las casualidades que nos han unido. Aunque es muy posible que las casualidades no existan. Chesterton, Marta y Ana Frank vienen a decirnos que casualidad es el nombre que damos a la Providencia cuando no hablamos con propiedad. En su célebre ensayo sobre la amistad, C. S. Lewis sospecha que un invisible Maestro de Ceremonias es quien nos ha presentado a nuestros mejores amigos, y de ellos quiere valerse para revelarnos la belleza de las personas: una belleza que procede de Él y a Él debe llevarnos. La
promesa incumplida Concluyo con unos versos que resumen lo que he intentado explicar: las tres razones que nos llevan a interpretar el amor en clave divina. Pertenecen al poema Esposa, de Miguel d'Ors:
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