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Carácter
y acierto en el vivir:100
relatos y reflexiones sobre la mejora personal
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Queramos
o no
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El
orgullo adopta muy diferentes disfraces. Si lo buscas dentro de ti,
lo hallarás por todas partes. Sin embargo, cuida de no utilizar
esos descubrimientos para desalentarte.
El
orgullo te afecta en tu propia casa. Una mirada autocrítica
a tu vida familiar revelará muchas áreas en que el orgullo
la ha empobrecido y te ha llevado por un camino equivocado. Pongamos
ejemplos:
Marido
que interrumpe a su esposa o viceversa y no escucha
lo que le dice, como si sus propias opiniones fueran las únicas
que merecen ser tenidas en cuenta.
Madre que no quiere
corregir a su hijo por temor a perder el afecto del niño.
Marido que llega
tarde a cenar y no avisa porque es él quien manda.
Hijo consentido
que casi nunca ayuda en nada y se queja constantemente de todo.
Más
ejemplos en la vida diaria fuera del hogar:
Estás
dando vueltas en busca de aparcamiento en el centro de la ciudad,
cuando alguien te corta el paso y ocupa el espacio libre que tenías
delante. Te pones furioso, le increpas, te embarga una ira desproporcionada.
Llegas a la oficina
y entregas a tu secretaria el trabajo bruscamente y le das órdenes
de forma desconsiderada y altiva, sin dar las gracias ni mostrarte
amable.
Eres médico
o abogado, y un cliente acude a ti con un problema, y resulta ser
un poco premioso, y te impacientas con él y le apabullas
con la jerga médica o jurídica.
Estás en
la cola, a la espera de hacer una compra, y a una anciana que tienes
delante le resulta difícil contar el dinero; te mueves con
impaciencia y suspiras sonoramente con exasperación.
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Todos
nos sirve |
Pones ejemplos que me pueden valer a mí, pero que no son para
los hijos.
Sí
que valen, porque en la medida en que tú erradiques el orgullo
de tu vida, desaparecerá de la familia y tendrá menos
arraigo en tu hijo adolescente.
Piensa
además que en una gran parte de esos ejemplos los hijos son
espectadores, y es entonces cuando van formando sus criterios de conducta.
No
te estoy hablando simplemente de cuidar los modales. Piensa en cuál
es tu forma de pensar acerca de ti y de los demás:
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Y
se contagia mucho |
Cada
vez que actúas con superioridad o humillante condescendencia
para con los demás, has caído en el orgullo.
Cuando increpas
a un conductor un poco torpe, criticas a tu cónyuge o tratas
a un camarero como si fuera un esclavo, agredes la dignidad de alguien
que la merece toda.
Cuando parece que
disfrutas diciendo que no, porque así te das aires de mucho
mando, o cuando produces actitudes serviles ante ti, degradas a
esas personas y te degradas a ti mismo.
Cuando quizá
incluso siendo pacifista te olvidas de la paz en tu vida cotidiana,
y resulta que eres peleón y encizañador en tu trabajo,
intolerante con tu marido o tu mujer, excesivamente duro con tus
hijos, despectivo con tu suegra, o áspero con tu portero
y tus vecinos, entonces demuestras que ninguna de tus teorías
para la paz del mundo tiene sitio en tu propia casa.
Son
agresiones que demuestran egocentrismo, y los hijos lo ven, y lo asumen
casi sin darse cuenta.
Uno
a uno, cada uno de estos episodios no significan gran cosa. Pero cuando
el orgullo se hace fuerte en esos detalles que empiezan a acumularse,
puede convertirte en un gran deseducador en la familia.
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