De puntillas para lograr "la excelencia" Guillermo Suárez |
En mi primera escuela | En mi primer colegio había, en servicio
de los chicos, dos inodoros perfectamente diferenciados por sus tamaños:
el vater de los pequeños y el vater de
los mayores. El primero era un recipiente minúsculo pensado para
niños de 3 o 4 años; el de los mayores que entonces
nos parecía descomunal lo estaba para chicos de 7, 8 o 9
años.
Recuerdo como si fuera ayer que nadie asumía pacíficamente la humillante condición de pequeño y, en consecuencia, se negaba a utilizar el infamante y diminuto artefacto. En consecuencia el potencial usuario postlactante, se dirigía cargado de dignidad y de la angustia propia de su apretada situación ante la otra imponente mole cerámica y alzándose trabajosamente sobre las punteras de sus zapatos describía las parábolas necesarias para que al menos buena parte de la producción de sus riñoncitos alcanzase su objetivo. Los resultados, como es obvio, dependían mucho de la talla, reflejos y destreza del ejecutante y no excluían alguna señal del combate en los propios pantalones, a modo de condecoración de bajo nivel. Así que orinar de puntillas se convertía con el tiempo en una situación natural. Pero un día se obraba el milagro: por pérdida de equilibrio o cualquier otra incidencia el orinador parabólico posaba los talones en tierra y descubría que el chorrito se precipitaba con total naturalidad hacia abajo y hacia el fondo del blanco sumidero ¡¡¡ya era un mayor!!!. No sé si la cosa tiene mucha base médica pero tengo para mí que los ejercicios descritos estimulaban nuestro crecimiento. |
Y las cosas no han cambiado ni cambiarán | Desde entonces estoy convencido de que todo
otro crecimiento se produce de modo análogo: los hombres vivimos
de puntillas, siempre unos centímetros por encima de nuestros alcances,
forzados y un poco incómodos. Hasta que un día nos sorprendemos
ocupando un nuevo nivel desde el que afrontar otra vez de puntillas
nuevos y más altos horizontes. Por eso no cabe extrañarse
de que todo lo que vale la pena en algún sentido no sea del todo
cómodo: si la música es de calidad, antes de entusiasmarnos,
nos pedirá que pongamos algo nosotros; el buen cine nos proporcionará
muchas más satisfacciones que el mediocre, pero necesitaremos alguna
paciencia, mayor atención y unas buenas dosis de humildad intelectual
para acoger de buen grado las sugerencias de los mejor preparados; la
literatura basura es acomodaticia y roma, mientras que la de calidad siempre
pide al lector una cierta colaboración activa que complete la tarea
del autor.
Por eso la disyuntiva está servida: o vivimos de puntillas o condenamos perpetuamente nuestro espíritu a orinar en el water de los pequeños. |