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Una conversación sorprendente
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Un personaje norteamericano visitaba en cierta ocasión una ciudad al norte de su país y le llamó la atención un joven a quien veía todos los días tumbado en el césped. Entabló con él una conversación que fue más o menos así: ¿Tú no estudias?, ¿no tienes ocupación? ¿Como cuál? dijo el chico, entreabriendo un ojo. Podrías estudiar. ¿Para qué? Para ingresar más adelante en la universidad. ¿Para qué? Para obtener un título y poder trabajar. ¿Para qué? Para poder ganar mucho dinero. ¿Para qué? Pues..., para que puedas adquirir una buena casa, y muchas cosas más contestó aquel hombre, ya un poco perplejo. ¿Para qué? Para que en tu vejez disfrutes de lo que tienes y descanses. Pues eso es justo lo que estoy haciendo ahora: descansar. A la gente joven no se le pueden hacer planteamientos como los que este personaje ofrecía a aquel chico. Con ideales de ese tipo es difícil dar sentido a la vida de nadie. Y el caso es que a veces, con nuestros cortos ideales, podemos darles bastante motivo para pensar así. Y se une a que la etapa adolescente facilita un cierto aire desmitificador, como de persona que cree que ya lo ha visto y probado casi todo y casi siempre con cierta decepción, y no encuentran sentido a casi nada. Algo parecido a lo que queda caricaturizado en esta anécdota. Pueden pasar por una fase en la que parece como si para ellos lo importante fuera sólo lo inmediato, y no se atreven a creer en nada más, porque tienen miedo a decepcionarse luego. Prefieren creer en poco y esperar en nada, porque así se sienten más seguros. Cuando veamos que les sucede algo de esto, hay que procurar darles ánimos y respaldar su confianza en sí mismos. Decirles que es mejor soñar un poco aunque luego a veces uno se equivoque. Tener esperanza, aunque a veces se vea defraudada. Apostar por algo en la vida, sin resignarse a que todo siga en la mediocridad. | |||||
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