Tener corazón

Ramiro Pellitero
Instituto Superior de Ciencias Religiosas,
Universidad de Navarra
www.analisisdigital.com
Karol II

 

El valor personal depende del corazón

        Según el diccionario, tener corazón equivale a tener ánimo, valor y temple, capacidad de compasión y franqueza, disposición a la magnanimidad, sensibilidad, generosidad. Podría resumirse: capacidad de manifestar el amor.

        Pues bien, donde más se manifiesta el amor y el poder del amor de Dios es en la Cruz. Y si es verdad que "amor con amor se paga", conviene plantearse cómo educar –comenzando por uno mismo– esa respuesta del amor, que implica de modo central los sentimientos y los afectos.

        Hoy se habla mucho y se escribe sobre la afectividad, quizá como reacción a épocas anteriores en que estaba de moda –sobre todo entre los varones– disimular los sentimientos. Sin embargo, la afectividad es un aspecto esencial de la espiritualidad de la persona, y por tanto de la vida cristiana y eclesial ("capacidad de sentir con la Iglesia"). Precisamente la más importante de las respuestas afectivas es el amor, que representa y sintetiza la madurez de los afectos. Y no olvidemos que en sentido bíblico el "corazón" no señala sólo a los afectos sino a la totalidad de la persona, prueba de la centralidad de esa esfera en la configuración de la personalidad.

        En efecto, la profundidad y la plenitud de una persona dependen en gran parte de su capacidad afectiva (capacidad de amar: "tener corazón") y de la cualidad de su vida afectiva. Es decir, de su percepción de valores (lo que considera más o menos bello y valioso) y de su apertura a las necesidades de los demás. De ahí la importancia del arte (la literatura, la poesía, la música, etc.) en la educación.

La afectividad es educable

        Dejando aparte las enfermedades de la afectividad y que hay caracteres normales más o menos afectivos, puede decirse que la educación afectiva supone combatir algunas deformaciones.

        Primero, las diversas formas de sentimentalismo, cuyas raíces pueden estar en la vanidad o la concupiscencia.

        En segundo lugar, las atrofias de la afectividad: el intelectualismo, el pragmatismo y las variantes del voluntarismo (rigidez, estoicismo, etc.), que conducen a una autosupresión de la afectividad, a veces por un ideal religioso mal entendido.

        Finalmente, lo que puede llamarse la falta de corazón o la falta de capacidad para los afectos (especialmente la ternura), que puede tener diversas causas: la inmoralidad, sobre todo por el orgullo y la concupiscencia (Caín, don Juan); la influencia de otras pasiones (la codicia, la avaricia, y particularmente el cinismo: desvergüenza en el mal); el esteticismo (quedarse contemplando "la belleza de un incendio" sin ocuparse de los heridos); una mentalidad idealista-totalitaria; la amargura existencial (el "corazón endurecido" por las decepciones).

        Para educar la afectividad en una perspectiva cristiana, se pueden señalar tres pasos: superar la dureza de corazón (que nadie sea "indiferente"); purificar lo que aparta de Dios (el pecado); integrar en Cristo todos los valores y afectos.

La garantía del Corazón de Jesús

        En el fondo sólo la santidad, que supone buscar la unión cada vez más profunda con Cristo por medio de la contemplación y el hacerse "esclavo" de Dios (como María), libera del peligro de una afectividad desordenada, centrada en uno mismo. Sólo "en Cristo" la afectividad nunca puede ser demasiado intensa. A quien posee un corazón transformado por Cristo se le puede aplicar plenamente la frase de San Agustín: "ama y haz lo que quieras".

        Como referencia fundamental para la educación cristiana, señaló Dietrich von Hildebrand: "En el Sagrado Corazón nos enfrentamos con el verdadero núcleo de la Santísima Humanidad de Cristo y, a través de ella, con el auténtico secreto del misterio de la Encarnación". Por eso en el Corazón de Jesús –abierto sobre la Cruz– está la fuente y el centro de la fe, de la esperanza y del amor.

        Y en 1982 escribía Joseph Ratzinger: "Ese Corazón llama a nuestro corazón; nos invita a abandonar la vana búsqueda de la propia conservación y a encontrar, en el amor compartido y en la ofrenda de nuestra persona, en él y con él, la plenitud del amor, lo único que es eternidad y lo único que conserva el mundo".