La "movida"

Alfonso Aguiló
Educar el carácter

 

 

Es al menos para pensar

        "No sé si está bien o mal... –me decía en cierta ocasión un genuino representante de la movida–, pero me gusta y lo hago.

        "Después de la paliza de toda la semana de clases, lo que te apetece es estar con la gente, ver a los amigos..., y no me voy a comer el coco con más.

        "La movida es imprevisible. Sales por la noche con la gente y nunca sabes bien qué harás, ni con quién, ni a qué hora acabarás, ni dónde, ni cómo..., pero eso es parte del encanto.

        "A veces te aburres, y a veces bebes más de lo normal y luego te da un poco de vergüenza cuando te cuentan las cosas que hiciste...

        "Eso sí, te dejas un dineral, hay que tener unas finanzas saneadas. Y al día siguiente tienes un sueño terrible y a veces te duele la cabeza. Es el precio de divertirse..."

        Ante relatos como este, no se trata de abominar tontamente de la movida, sino de alentar a que cada uno analice serenamente sus modos de divertirse.

        Por ejemplo, la movida impone de ordinario un estilo que con frecuencia conduce al exceso de alcohol, a las drogas de diseño, a la ansiedad por mantener relaciones sexuales en un marco de consumo de alcohol o pastillas, etc. Además, para muchos lleva a una notable incomunicación, y es fácil que en vez de salir enriquecidos salgan empobrecidos, más aislados y solitarios, a pesar de que hayan podido alcanzar algún que otro logro hedónico tras la larga noche de vigilia.

        Un chico o una chica, a las once de una noche de un viernes o un sábado, o de un día cualquiera de verano, cuando sale a la movida, no suele ir con una idea clara de lo que quiere. Tampoco sabe si tomará cinco o seis whiskyes, diez cubatas, o tal vez sólo un zumo de limón. No sabe si probará el porro del que se sienta a su lado, o si se empastillará en una discoteca, o si no probará ni un cigarrillo negro. No sabe si acabará en el nido del listillo de turno, o si acabará tomándose una paella a las siete de la mañana en un restaurante a la salida de la ciudad.

Sin perder las riendas

        — Tampoco se trata de que la diversión tenga que estar totalmente programada...

        Por supuesto, pero si uno habitualmente no ejerce un cierto control sobre lo que quiere hacer a la hora de emplear su tiempo libre, acabará en manos de lo que le ofrece el ambiente a cada momento, y eso no es lo más inteligente (al menos en determinados ambientes).

        Habría que alentar la creatividad de todos para que haya muchos modos de ocupar esas horas libres sin tener que recurrir a sistemas de divertirse que se acaban imponiendo simplemente porque lo hace todo el mundo y no se ofrece otra cosa. Es preciso hacer un derroche de imaginación para buscar alternativas válidas. Hay infinitas posibilidades relacionadas con el cine, el teatro, el deporte, la lectura, o lo que sea. Se pueden organizar tertulias, viajes, fiestas, excursiones, aficionarse a tocar un instrumento musical con otros, cultivar hobbies diversos, conocer otros tipos de lugares o diversiones, etc. Pienso que hay muchas opciones interesantes, y que en cualquier caso es decisivo llevar uno mismo las riendas de su modo de emplear el tiempo libre.