Las dimensiones de la persona
Tomás Melendo Granados
Dignidad de ser persona (I)
La persona es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas; su relación fundamental es situarse cara a cara con Dios.
El hombre tiene dignidad porque es persona. Pero, ¿qué significa ser persona? ¿En qué se distingue del alma, pues claramente no es cuerpo?
Enrique Cases
Antropologia filosofica
José Ángel García Cuadrado

El valor personal

        El Catecismo de la Iglesia Católica en el n. 357 dice: “Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas; y es llamado, por la gracia, a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar”.

        Las ideologías que se han independizado de su base cristiana conservan, a veces, algo de esa riqueza, otras la han perdido casi completamente, y en otras es un término vacío en sus aplicaciones prácticas, por ejemplo, en la ética y el derecho. Es de gran valor la aportación de Santo Tomás que, al entender el Ser como Acto, pues así se puede entender mejor que el hombre –imagen de Dios– participa de ese Acto; y de ahí viene la dignidad y la fuerza de cada persona, con un valor por sí misma, y capaz de desplegarse en una riqueza de acciones que impresiona.

        Veamos algunos testimonios de esta riqueza. Por ser persona el ser humano es capaz de libertad, conocer y amar, pues lo propio de la persona es el núcleo personal, el núcleo del saber, el núcleo del amar, el de intimidad, el de novedad, el de irreductibilidad, el de coexistencia, el de ser familiar. Si se mira sólo el cuerpo no se pueden explicar estas realidades.

La inteligencia con la voluntad

        Con la noción de persona a cada descubrimiento de lo que le caracteriza: piensa, ama, elige, siente, etcétera; se le puede añadir el de “además”, siempre hay un más allá, un además cada vez más rico. Edih Stein también constata la unidad y la complejidad del ser humano y la explica desde la persona: “ni el hombre, ni su alma, son un mero haz de potencias separadas. Todas ellas tienen su raíz en el alma, son ramificaciones en la que ésta se despliega. Es más, precisamente en las relaciones existentes entre las potencias, los hábitos y los actos es donde mejor se patentiza la unidad del alma”.

        Esa unidad evidente tiene una unidad más profunda que ella misma que es el acto de ser que constituye la persona. Por eso vemos una inteligencia volicional, una voluntad que sabe, un amor pensante, un querer temeroso o valiente, una ilusión intelectual que lleva a proezas en el querer, en el gozar de la contemplación, en la tristeza ante el mal que se ve o se padece, etcétera.

        La raíz de esa fuerza es el acto que las origina, el acto de ser que constituye a la persona. Fernando Ocáriz dice a este respecto: “supuesta la naturaleza espiritual, ¿cuál es el constitutivo de la personalidad? De acuerdo con Santo Tomás, la respuesta es inmediata: el acto de ser, que es la perfección última y actualidad fundante de la naturaleza y de todas las determinaciones accidentales de la persona”.

Imagen de Dios e irrepetible

        No es fácil para la mentalidad cientifista, que quiere reducir toda la realidad a números y medidas, comprender qué significa acto, pero se debe intentar. Kierkegaard dice, en confrontación con el racionalismo, una expresión vigorosa: “cuántas veces he escrito que Hegel, como el paganismo, en el fondo hace de los hombres un género animal dotado de razón. Porque en un género animal vale siempre el principio: el singular es inferior al género. El género humano, por el contrario, tiene la característica precisamente de que cada Singular es creado a imagen de Dios, de que el Singular es más alto que el género”. Si se pierde esta noción de persona es fácil que lleguen los totalitarismos, los nihilismos y que el hombre se sienta desorientado en cuanto desconoce su identidad y busque cien modos de explicarla con fracasos más que notables; como detecta el posmodernismo.

        Cardona y Kiekegaard utilizando un lenguaje más accesible dicen que el hombre es “Alguien delante de Dios”, es decir, no algo, ni sólo un individuo de un colectivo, sino alguien, único, irrepetible, con dignidad por el sólo hecho de existir, no tanto por sus dotes intelectuales, físicas o de cualquier tipo, sólo por ser hombre. Decir delante de Dios indica que no se trata de un ser aislado o autónomo, irresponsable, desgarrado, o arrojado a la existencia, o absurdo, sino que su relación fundamental es situarse cara a cara con Dios; o dicho de otro modo, como dos seres libres que se piden mutuamente amor, el hombre desde el tiempo y la historia y Dios en su eternidad.