El matón de discoteca que se encontró con Dios

John Pridmore
"Mamá, creo que he encontrado a Dios". "¿A la una y media de la mañana?", preguntó ella.
La Razón
Educar el carácter

 

 

 

"Mamá, creo que he encontrado a Dios"

        Miles de jóvenes católicos en las Jornadas Mundiales de Sydney, el pasado verano, escucharon al antiguo gánster y matón John Pridmore contar su asombroso testimonio de conversión. Nació en 1964 en el East End de Londres. Con diez años, sus padres se divorciaron. "Decidí inconscientemente no amar nunca más", recuerda. "Empecé a robar a los 13 y me encerraron a los 15 en un centro de menores. A los 19 estaba en la cárcel. Me peleaba siempre, y por eso me castigaban en confinamiento. Al salir de prisión, pensé que ya que me gustaba pelear podía usar eso para ganar dinero". Conoció a "unos tipos que parecían tenerlo todo" y le introdujeron en los circuitos de venta de droga, palizas por encargo y tareas de matón de bar y de puerta de discoteca. El dinero fluía. "Dinero, poder, chicas, drogas... Pero aún así había algo que faltaba". Un día pegó una paliza a un rival. Vinieron a buscar a John al pub para vengarse. Hubo pelea, y John acuchilló a su enemigo. Semanas después supo que no había muerto. Pero mientras tanto, con 27 años, dinero y reputación de tipo duro, se hacía preguntas: "¿Por qué no soy feliz?, ¿por qué estoy tan furioso?" Una noche pasó algo, que detalla en su libro "From Gangland to Promised Land".

         "Estaba en mi piso, sentado, solo. Me sentía deprimido y vacío. Entonces, oí lo que solo puedo definir como una voz. Me decía las peores cosas que yo había hecho. Pensé que era la TV y la apagué, pero la voz seguía. ¿Es que me estaba volviendo loco? Entonces algo hizo "clic" en mí: era la voz de Dios, mi conciencia. No podía respirar, era como si me estuviese muriendo. Un miedo terrible me aferró. ¿Me voy al infierno?, pensé. Caí de rodillas y las lágrimas asomaron a mis ojos. ¡Dame otra oportunidad!, lloré. De repente, un calor increíble se apoderó de mí y el miedo se evaporó. En ese momento supe que Dios es real. Me consumía un sentimiento sobrecogedor de amor. Entendí por primera vez que Dios me amaba". John fue corriendo a casa de su madre, acostumbrada a recibirle borracho. "Mamá, creo que he encontrado a Dios". "¿A la una y media de la mañana?", dijo ella, frotándose los ojos. Su madre había rezado por él una novena a San Judas. John se confesó y dejó la vida de mafioso. Tenía pendiente una temporada en prisión, que aprovechó para rezar y estudiar. Pasó un tiempo en los peores barrios de Nueva York como novicio de los Franciscanos de la Renovación. Finalmente encontró su lugar en la Comunidad de Saint Patrick, un grupo de laicos evangelizadores en Irlanda. Ahora viaja contando su testimonio a los jóvenes, invitado en colegios de todo el mundo.