La adolescencia

Alfonso Aguiló
La auténtica educación para la Ciudadanía

 

 

 

 

 

El momento de la revolución y la consolidación del carácter

        Recordar la propia juventud es algo siempre interesante. Cuando se es joven, y se vive rodeado de otros jóvenes en el ambiente escolar o en la familia, parece quizá que a todos aguarda un destino parecido. Pero si recordamos aquellos años nuestros, y vemos cómo fue pasando el tiempo, y cómo fue fraguando nuestra vida personal y la de nuestros amigos y compañeros, y cómo nuestros destinos iban serpenteando por unas rutas que quizá ahora, años después, nos parecen sorprendentes, comprendemos enseguida que la adolescencia es una etapa decisiva en la historia de toda persona.

        Los sentimientos fluyen en el adolescente con una fuerza y una variabilidad extraordinarias. La adolescencia es la edad de los grandes ánimos y de los grandes desánimos, de los grandes ideales y de los grandes escepticismos. Una etapa en la que emerge quizá una imagen propia inflexible y contradictoria, con frecuentes dudas y largas y difíciles batallas interiores.

        Muchos experimentan, por ejemplo, una amarga sensación de rebeldía por no poder controlar sus propios sentimientos. Se sienten tristes y desalentados, o incluso resentidos y culpables, quizá porque son demasiado perfeccionistas e inquisitivos, y quieren verlo todo con una claridad que la vida no siempre puede dar. Quieren entrar en su vida afectiva con mucho ímpetu, y pretenden salir luego de ella seguros e inamovibles, con todas sus ideas como en letra de molde, como aquellas viejas planas de caligrafía de los primeros años del colegio, limpias y sin la menor tachadura. Y al chocar con la complejidad de sus propios sentimientos, se encuentran como inundados por una tristeza grande, y pueden sentir incluso ganas de llorar, y si les preguntas por qué están así, es fácil que respondan desolados: no lo sé.

        A esa edad hay muchas cosas que ordenar dentro de uno mismo. Hay quizá muchos proyectos y, con los proyectos, desilusiones e inseguridades. Y no hay siempre una lógica y un orden claros en su cabeza. Se mezclan muchos sentimientos que pugnan por salir a la superficie. Las preocupaciones de la jornada, la rumiación de recuerdos pasados que resultan agradables o dolorosos, y que quizá estén deformados en un ambiente interior enrarecido, todo eso confluye en su mente cada día como en una torrentera, mezclando las aspiraciones más profundas del espíritu con los impulsos más bajos del cuerpo.

        Y en medio de esa amalgama de sentimientos, algunos de ellos opuestos entre sí, va cristalizando el estilo emocional del adolescente. Día a día irá consolidando un modo propio de abordar los problemas afectivos, una manera de interpretarlos que tendrá su sello personal, y que con el tiempo constituirá una parte muy importante de su carácter.