El premio de la generosidad
Alfonso Aguiló
La llamada de Dios: anécdotas, relatos y reflexiones sobre la vocación
Alfonso Aguiló

 

El sufrimiento asegurado

        Cada uno cosecha lo que siembra. Recuerda lo que sucedió con aquel príncipe insensato del cuento.

        Había un rey que deseaba edificar un gran palacio y encargó a uno de sus hijos que lo construyera. Le entregó la suma de dinero necesaria, y el muchacho, que era un vivo, pensó: "construiré el palacio con malos materiales y me quedaré con el dinero que ahorre. Poco me importa si luego se viene abajo".

        Así lo hizo y, cuando lo hubo terminado, se presentó ante su padre y le dio la noticia: "El palacio que me encargaste ya está terminado. Puedes disponer de él cuando gustes".

        El rey tomó las llaves y las devolvió a su hijo con estas palabras: "Te entrego el palacio que construiste. Es para ti. Esa es tu herencia".

        Cuando uno actúa habitualmente con esa mentalidad de buscar el provecho propio por encima de casi todo, suele sucederle como a este personaje: en cierto momento de su vida recibe el pago a su falta de generosidad, se encuentra con que, con su egoísmo, se ha hecho mucho daño a sí mismo; que mientras pensaba que disfrutaba de su juventud aprovechando al máximo el presente, no ha logrado otra cosa que arruinar su futuro.

        El egoísta es una persona destinada a sufrir, que es presa de su difícil corazón. El hombre generoso, por el contrario, es feliz precisamente porque no regatea tiempo, sacrificio ni afecto para los demás. Siempre ha habido más dicha en dar que en recibir.