Querer de verdad
Alfonso Aguiló
La llamada de Dios: anécdotas, relatos y reflexiones sobre la vocación
Alfonso Aguiló

Pasarlo mal para triunfar

        A veces hay que pedir ayuda para no abandonar. ¿Recuerdas la historia de Ulises y las sirenas?

        —Sí, por supuesto; las sirenas eran unos grandes pájaros de enormes plumas y cabeza de mujer. Fue una tradición tardía, del siglo VI, la que las describió como criaturas mitad mujer mitad con cuerpo de pez...

        Sí señor, eso es cultura. Pues recordarás que en la Odisea se cuenta cómo este famoso personaje mitológico, al pasar por delante de aquel lugar en el que todos quedaban embaucados por el canto de las sirenas y acababan perdiéndose contra los arrecifes por culpa de ese encantamiento, pidió a los suyos que se taparan con cera los oídos y que a él le ataran al mástil, y que no le soltaran por mucho que luego lo pidiera.

        Así lo hizo; quienes estaban con él no le desataron y, gracias a esa ayuda, logró salir vencedor de aquel difícil trance.

        —Vale, pero en la vida real eso no pasa...

        Oye, es un ejemplo. Te puedo poner otro, el de un opositor, sin ir más lejos. Suele pagar a un preparador que le va tomando las lecciones, le echa broncas si no ha cumplido el plan de estudio que le ha puesto, que suele ser muy duro... y te repito que además le paga por ello. Y es muy difícil aprobar una oposición sin ese sistema.

        —Bueno, pero yo no hago oposiciones, no soportaría eso.

Problema de fortaleza

        Pero sí que vas o habrás ido a clase, ¿no? Pues también pagas para que te suelten un rollo, te pregunten, te hagan estudiar, madrugar bastante, soportar a profesores que te caen mal o asignaturas que no te gustan... y podrías haber hecho el bachillerato por libre desde tu casa, pero seguramente te habría ido peor.

        Es muy sensato sujetarse a algo que te obligue a hacer lo que quieres conseguir; como eres tú quien te obligas, no dejas de ser libre; al contrario: eres más libre porque de esta manera consigues hacer lo que te propones y de la otra no.

        Querer el fin es querer los medios necesarios para alcanzar ese fin. Querer, es querer de verdad, con todas sus consecuencias; porque, si no, no se quiere. No se puede pretender vencer sin entrenamiento, ni llegar a ser algo en la vida sin hacer nada costoso, o ser buena persona sin esforzarse. Hace falta poner los medios, día a día, y para ello tener fortaleza.

        Hay demasiado idealista que sueña con grandes proyectos que, luego, a la hora de la verdad, quedan en nada. Son personas que se forjan un ideal, pero en cuanto se les hace algo costoso lo abandonan. Son esos que quieren ser premios Nobel sin estudiar, ricos sin dar ni golpe, ganarse la amistad de todos sin hacerles un favor, o ingenuidades por el estilo. Son incapaces de enfrentarse con la realidad de la vida porque están muy limitados por su falta de fortaleza interior, porque están enormemente mediatizados por la comodidad.

        No distinguen entre lo que es propiamente querer algo con todas sus consecuencias, y lo que es sencillamente una ilusión, un apetecerles, un soñar soltando la imaginación.

¿Inglés sin esfuerzo?

        Quieren triunfar en la vida, como todo el mundo, pero olvidan el esfuerzo continuado que esto supone: para hacer bien una carrera son precisas muchas jornadas de clases y estudio que no siempre apetecen; para ser un buen atleta hay que perseverar en un entrenamiento muchas veces agotador; para dominar un idioma no bastan cuatro clases o unas semanas en el extranjero. Para casi todo hace falta esfuerzo y, si éste se rechaza, supone rechazar el fin, no querer de verdad.

        Esta ingenuidad a veces se disfraza de una auténtica fiebre por cambiar de objetivo. Típico ejemplo infantil: chico que ve anunciado en la televisión un eficacísimo método de aprendizaje de inglés, que pasa inmediatamente a resultar absolutamente imprescindible... consigue que su madre le dé el dinero para comprarlo. Lo compra. La primera decepción es que los manuales apenas tienen fotos; además el método es muy laborioso, hay que ir grabando unos ejercicios en cada lección... De todos modos, comienza..., le cansa, sigue, lo deja. Lo retoma, se aburre... y finalmente lo deja en el olvido... en la lección 4ª...

        Y quizá no sea un ejemplo tan infantil, porque puede ser de la juventud o de la madurez. Como aquél que se propone hacer footing todos los días y no pasa de tres o cuatro; a la semana siguiente comienza a leer una novela interesantísima, y enseguida se le hace pesada y queda abandonada en los primeros capítulos; al poco fantaseará con ser un insigne virtuoso de aquel instrumento musical, pero pronto le parecerá inútil o imposible; quizás más adelante empiece con otra afición, y será un nuevo hobby que se sumará a la serie de ilusiones que nunca se alcanzan, a ese continuo devaneo presidido por la inconstancia.

Hacer rendir los talentos

        El que se mima a sí mismo se vuelve blanducho. Las flores de mejor aroma son precisamente las expuestas a los vientos y a la intemperie. No podemos refugiarnos en esa moral tonta y blanda de los buenos sentimientos. Cuántos, después de ver una película o de leer un libro en los que se exalta la figura de un personaje, con quien se identifican, se llenan de proyectos buenos y de ilusiones sanas... pero que se desvanecen en cuanto respiran el aire de la calle... en cuanto aterrizan de su sentimentalismo sin sentido.

        Esto también tiene que ver con lo de hacer rendir los talentos. Hay personas que aunque a veces estén menos dotadas por la naturaleza, salen siempre triunfantes. Recuerdan a la fábula de la liebre y la tortuga. Con su trabajo y su tesón acaban por superar a otros mucho más capacitados.

        Esa humilde perseverancia es todo un ejemplo de cómo hay que hacer rendir los talentos que Dios nos ha concedido. La gente muy brillante despierta admiración, pero quienes han sabido suplirlo con una mayor fuerza de voluntad tienen aún más atractivo y se hacen también acreedores ante Dios de un mérito mucho más grande.

        Sorprende cómo tantos se apuntan a ser como ese siervo de la parábola que sólo recibió un talento, lo enterró, y esperó cómodamente la vuelta de su señor. A la hora de la vanidad, todo son alardes; a la hora de dar cuenta, todo es falsa humildad, excusas; dicen que no pueden hacer más. No te refugies en esa caricatura de la modestia.