Educación del sentimiento
Alfonso Aguiló
Los cuatro amores

 

El sentimiento y su valor

        "La experiencia de la vida —dice Enrique Rojas — es siempre dolorosa y difícil. Cualquier biografía está surcada por cordilleras de obstáculos y frustraciones. Asomarse a la vida ajena es descubrir sus desgarros, las señales de la lucha con uno mismo y con su entorno, pero también la grandeza del esfuerzo por salir adelante, por eso que se llama vivir. La vida es un forcejeo permanente con las adversidades, un intento por solucionar las dificultades, apoyado por el amor y el trabajo".

        Cualquier historia personal pasa por momentos de dolor, y lo habitual es que sean frecuentes y que llenen la vida de cicatrices que van curtiendo al hombre. Pretender que la vida transcurra sin penalidades ni agobios de ninguna clase, es una ingenuidad. Por eso, cuando para actuar queramos esperar siempre a la llegada de sentimientos favorables, nos exponemos a entrar en una dinámica de gran dependencia de los estados de ánimo; sería como un cándido deseo de prolongar indefinidamente las diversiones y la falta de responsabilidad infantiles.

        La persona sentimental se siente casi incapaz de sacrificarse por algo que no suponga un beneficio a muy corto plazo: no se pondrá seriamente a estudiar un examen hasta poco antes del día fijado; para que consiga leer un libro tendrá que ser muy entretenido desde las primeras páginas; para animarse a hacer cualquier plan, tiene que apetecerle muchísimo; si una relación de amistad o de convivencia pasa por algún altibajo, probablemente no sepa superarlo.

        No será capaz de continuar en cuanto unas nubes de tormenta emborronen un poco el horizonte. "Parece como si el sentimiento hubiese ocupado en esas personas el lugar de la facultad de pensar. En vez de razonar, de entender..., ellos sienten. Sólo puede convencerles lo que agrade sus sentimientos".

Ni tanto ni tan calvo

        A golpe de sentimiento no se puede edificar.

        —Por lo que dices, parece como si el ideal fuera ser persona sin sentimientos, estoica, espartana, sin corazón...

        Hay que encontrar un equilibrio entre este extremo y su contrario. Tan peligroso es el hombre frío, racional y sin sentimientos, como aquél que es todo un monumento al sentimentalismo romántico. Es un equilibrio difícil, pero del que depende en mucho el acierto en el vivir.

        Ante el peligro del sentimentalismo, la primera reacción podría ser de rechazo de los sentimientos. Sin embargo, está comprobado que sin la ayuda de los sentimientos bien orientados, el intelecto es débil frente al ambiente. No se trata, pues, de prescindir de ellos, sino de saber encauzarlos.

Un problema de educación

        "Por cada persona que necesita ser protegido de un frágil exceso de sensibilidad —dice Lewis— hay tres que necesitan ser despertados del letargo de la fría mediocridad. La correcta precaución contra el sentimentalismo es la de inculcar sentimientos adecuados. Un corazón duro no es protección infalible si va acompañado de una mente débil".

        No se trata, pues, de ser frío, ni calculador, ni deshumano. Para educar la propia afectividad hay que cultivar esos sentimientos de persona de buen corazón y profundamente humana; que desea ayudar a quien lo necesita, consolar al que está triste, acompañar al que ha sido despreciado, perdonar a ése que le ofendió, querer a todos; que se siente afectado por el sufrimiento de los demás, que comprende, que perdona.

        Y conviene también poner entusiasmo en las cosas. Las pasiones —hemos dicho— no son malas, si las sabemos orientar hacia el bien, si están bajo el señorío del entendimiento: hemos de soñar, aunque sin ser soñadores; saber encontrar ilusiones en las cosas de cada día, pero sin ser ilusos ni irreflexivos. Se trata de que las cosas no se hagan sólo por ilusión o sólo por entusiasmo: el entusiasmo no puede ser el motor, sino una valiosa ayuda, como una vela que nos empuja cuando el viento sopla a favor, pero de la que no podemos depender en exclusiva.