Libertad y voluntad
Alfonso Aguiló
Carácter y acierto en el vivir:100 relatos y reflexiones sobre la mejora personal

 

Aprender a elegir

        La fuerza de voluntad libera a las personas de las cadenas de su propia debilidad, como son la pereza, el mal genio, o la inconstancia. Hace a la persona más libre. La libertad exige posesión, es decir, señorío de sí mismo, porque quien no logra dominarse a sí mismo tampoco es libre: la incapacidad de controlarse a sí mismo es la peor de las tiranías.

        —¡Pero precisamente serás libre cuando hagas lo que te dé la gana!, ¿no?

        No exactamente. Es una interesante paradoja de la vida del hombre. Si en uso de la libertad eliges el mal, el vicio correspondiente acabará por atraparte y, entonces, esa libertad no es tal libertad.

        La verdadera libertad es la que es capaz de elegir dentro del bien. Cuando no goza de esa adhesión habitual a lo bueno, sufre una tremenda esclavitud. Y esa esclavitud suele nacer de la falta de una voluntad firme que conduzca nuestros actos hacia donde la cabeza nos indica.

        —Sí, pero a veces la cabeza te pide que vayas a por algo malo...

        Por naturaleza, todo hombre busca el bien. El innato deseo humano de felicidad te llevará hacia él. Lo que sucede es que el mal no suele presentarse químicamente puro, y puede también atraerte por los destellos de bien que lo recubren.

        Se trata, pues, de que estés lo suficientemente formado e informado como para identificar lo malo y lo bueno, o lo mejor y lo peor, y, después, una vez que sabes lo que de verdad te conviene, tengas suficiente fuerza de voluntad para alcanzarlo.

Eludiendo la realidad

        —Pero si algo es malo y tú pensabas que era bueno, no pasa nada...

        Sí que pasa, porque te haces daño a ti mismo. Por eso, si a la hora de decidir qué vas a hacer, no te enfrentas con valentía a la realidad de las cosas para calibrar su verdadera conveniencia, estás engañándote a ti mismo, que siempre es algo triste. Esto es lo que sucede, por ejemplo, si rehuyes la necesaria formación de tu conciencia, o si practicas el escapismo.

        —¿Qué es eso del escapismo?

        Ha dado en llamarse así a un modo de comportarse que es propio del mundo del alcohol y de las drogas, pero que es aplicable a todo. El escapista busca vías de escape frente a los problemas, pero no los resuelve; se evade, esquiva la incomodidad a toda costa e ignora sus consecuencias futuras: si el problema no desaparece, será él quien desaparezca.

        "A mí no me gusta comprometerme con nada ni con nadie", dirá. O "no sé si está bien o mal, pero me gusta y lo hago". Y al final acaba comprometido con su propia flojedad, contra la que apenas puede hacer nada.

De la esclavitud al dominio

        Así sucede al drogadicto con su dosis de heroína, al alcohólico con sus copitas, y —a su nivel— al apático con su pereza o al lujurioso con su lascivia. Hay quienes son atrapados por el juego, otros por el ansia de trabajo o de dinero, y otros incluso —hay de todo— por las máquinas tragaperras. Son adicciones que aguan la fiesta del placer. Personas que acaban descubriendo que, si no se practica la templanza, al final puede ser preciso acudir al médico. La propia naturaleza se encarga de castigarles con esa dura dependencia de su fragilidad.

        —Efectivamente debe ser una delicia tener una gran fuerza de voluntad, pero ¿qué hacen, o qué hacemos, los que hemos nacido con menos voluntad?

        La voluntad crece con su ejercicio continuado y cuando se va entrenando en direcciones determinadas. Es cuestión de esforzarse para que se robustezca, y eso se logra venciendo en la lucha que —queramos o no— vamos librando de día en día.

        Esta consolidación de la voluntad admite una sencilla comparación con la fortaleza física: unos tienen de natural más fuerza de voluntad que otros; pero sobre todo influye la educación que se ha recibido y el planteamiento que uno se haga de la vida.

        Una voluntad recia no se consigue de la noche a la mañana. Hay que seguir una tabla de ejercicios para fortalecer los músculos de la voluntad, haciendo ejercicios repetidos, y que supongan esfuerzo.

El que es listo ejercita la voluntad

        Si no suponen esfuerzo, son inútiles: ahora hago esto porque es mi deber; y ahora esto otro, aunque no me apetece, para agradar a esa persona que trabaja conmigo; y en casa cederé en ese capricho o en esa manía, en favor de los gustos de quienes conviven conmigo; y me propongo luchar contra ese egoísmo de fondo para ocuparme de aquél; y superar la pereza que me lleva a abandonar mi formación o mi práctica religiosa; y estudiar ese examen, aunque esté aún lejos.

        Sin dejar esa tabla a la primera de cambio, pensando que no tiene importancia. Con constancia y tenacidad, con la mirada en el objetivo que nos lleva a seguirla. Porque ¿qué se puede hacer, si no, con una persona cuyo drama sea ya simplemente el hecho de levantarse en punto cada mañana, o estudiar esas pocas horas que se había propuesto? ¿Qué soporte de reciedumbre humana tendrá para cuando haya de tomar decisiones costosas?

        Y aunque estamos hablando mucho de la voluntad, en el fondo es cuestión también de inteligencia porque, quien es realmente listo, sabe bien lo importante que es para él curtir su propia voluntad.

        Todos habremos oído alguna vez el clásico comentario, normalmente poco objetivo, que la madre del niño perezoso hace a su profesor: "sabe usted, si el chico es muy inteligente... lo que pasa es que es un poco vago". Y, tantas veces, cabría contestar: "pues si fuera tan listo, ya se habría dado cuenta de que así no va a llegar a ningún sitio... y habría estudiado algo".